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‘Imposible que mi mamá se perdiera y esté muerta’

Adriana Ochoa, en el lugar en el que secuestraron a su mamá.

Adriana Ochoa, en el lugar en el que secuestraron a su mamá.

Foto:Salud Hernández Mora

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Los secuestradores exigieron un dinero que les fue dado, pero Rosalba Ariza nunca apareció.

La lógica indica que ya no vive, que la mataron. Que no tiene sentido alimentar y esconder a un rehén durante cuatro meses y medio, sin llamar a su familia para exigir más dinero. Pero su hija sigue aferrada a la esperanza de que aparezca sana y salva, que la banda que la secuestró el primero de noviembre del 2016 optara por quedarse con ella en lugar de devolverla una vez cobraron los veinte millones del rescate.
¿Por qué y para qué lo harían? le pregunto a Adriana Ochoa Ariza y me responde con un silencio espeso y prolongado. Tampoco los investigadores han logrado establecer las motivaciones para sustentar que la asesinaron y aunque se inclinan a pensar que ya no está en este mundo, no descartan que Rosalba Ariza, docente de 55 años, que viajaba ese día de Florencia a Cali, pasando por Popayán, permanezca con vida.
La única certeza hasta la fecha es que cuatro hombres armados detuvieron su camioneta en el kilómetro 58 de la vía que une San José de Isnos, en el Huila, con Paletará, Cauca. Se quedaron con Rosalba y dejaron ir al conductor y un acompañante. Llamaron a la familia y exigieron 300 millones, que enseguida rebajaron. Acordaron el lugar del pago, les entregaron la plata y anunciaron que la mujer ya estaba libre. Pero Rosalba nunca apareció.
“Nosotros la soltamos y solo tenía que caminar una hora por una trocha para llegar a la carretera. No tiene pierde”, explicó uno de los secuestradores por celular a Adriana, mensaje que luego repetiría a Álvaro, el otro hijo de la profesora.
Y Wilson Niño, detenido en febrero por ser uno de los autores materiales del plagio, declaró lo mismo. Según me dijo su abogado, rechazó el acuerdo que le proponía la Fiscalía. Debía confesar la verdad sobre el paradero de la profesora de la Institución Normal Superior de Florencia, a cambio de rebajarle la condena a la mitad.
“Ella recuperó su libertad, pero no se sabe qué ocurrió. No murió en cautiverio, no fue dada de baja”, afirma rotundo Giovani Palta, exagente del CTI y uno de los penalistas más caros y reputados de Popayán. “A Wilson le proponen un preacuerdo de 14 años de condena si señala dónde está la profesora. Yo lo aceptaría como abogado porque son pocos años para un caso de secuestro, pero mi defendido desconoce el paradero y no podría cumplir el compromiso”.

Ella recuperó su libertad, pero no se sabe qué ocurrió. No murió en cautiverio, no fue dada de baja

Rosalba Ariza, docente de 55 años.

Rosalba Ariza, docente de 55 años.

Foto:Salud Hernández Mora

Para los investigadores, así como para campesinos de la región con los que hablé y otras fuentes de toda credibilidad de la zona, Wilson Niño no es un novato en estas lides. Junto con algunos familiares cercanos y unos cómplices que residen en Paloquemado, vereda de San José de Isnos, situada sobre la carretera de marras, son responsables de decenas de secuestros similares.
El ‘modus operandi’ es sencillo. Un grupo pequeño, bien armado –en el caso de Rosalba eran cuatro, uno de ellos vestido de camuflado y con brazalete del Eln– monta un retén en la vía, entre el kilómetro 55 y el 60, detienen un vehículo de quien creen adinerado, internan a su víctima en el monte, de inmediato llaman a la familia para negociar por celular la libertad por cifras que oscilan entre cinco y treinta millones. En una semana reciben el pago y sueltan al cautivo, no tienen capacidad para retenerlo mucho tiempo.
¿Por qué no hicieron igual con Rosalba? ¿Qué se torció en el camino? “Es imposible que se perdiera y muriera, imposible. Habríamos encontrado su cadáver”, replica con rabia y angustia Adriana, en el mismo kilómetro 58 en el que secuestraron a su mamá. “La habríamos encontrado, viva o muerta, porque cientos de indígenas, militares y policías la buscaron durante semanas por todos estos montes”. Aunque es un páramo de vegetación abigarrada, inaccesible en buena parte, “todas las trochas conducen a la carretera y mi mamá no se habría desviado”, reitera.
De ahí que numerosos indicios y testimonios indican que el clan de Wilson Niño y sus cómplices son los únicos que pueden despejar la incógnita. Pero, precisamente por tratarse de una familia unida, resulta más difícil que alguno acepte delatar al resto para esquivar una condena larga. Y tampoco ayudan algunas decisiones judiciales.
El 27 de febrero apresaron a Aldemir Cerón Muñoz, alias Mimo, pero, para sorpresa de la Fiscalía y la Policía, el juez de garantías lo dejó libre. Los dos acompañantes de Rosalba el día del secuestro lo identificaron como uno de los secuestradores que los abordaron. “Las evidencias eran muy débiles, los dos testigos lo describen de 1,75 metros de altura y tez blanca, y no es así. No se ponen muy de acuerdo los dos”, asegura Giovanni Palta, que también asumió su defensa.
Fui a buscar a ‘Mimo’ y lo encontré en su casa de Paloquemado, caserío a media hora de San José de Isnos. Es un hombre grueso, de tez blanca y estatura media.
Para las autoridades y labriegos que lo conocen, es un peligroso integrante de la banda de secuestradores y extorsionistas que opera en la región desde principios de siglo. No aceptó la entrevista y solo recalcó, indignado, que el juez lo había declarado libre porque es inocente. También le pregunté cómo podía pagar un abogado costoso –puesto que no se trata de una banda que genere grandes ingresos y tras el secuestro de Rosalba están quietos– y fue su mamá la que respondió: “Es amigo de nosotros y por eso cobró poco”.
Mientras hablábamos, fueron acercándose parientes y vecinos. No me permitieron sacar fotos y se limitaron a expresar de forma airada y retadora su irritación con los medios de comunicación, a los que responsabilizan de los señalamientos. Pregunté por la familia Niño y todos dijeron, casi que al unísono, que no los conocían. También formulé la pregunta a la presidenta de la Junta de Acción Comunal, Sandra Milena Urbano, y a Chelo Muñoz Urbano, el conductor de la chiva de la comunidad y hermano de Oliverio, alias Veneno, uno de los autores del secuestro que fue asesinado en diciembre pasado. Según las autoridades, murió por un ajuste de cuentas.
“No los conocemos”, respondió irritado Chelo, pese a que su hermano fallecido estaba casado con Jeny Niño, hermana del detenido Wilson Niño. “Que investiguen bien porque ninguno de esta vereda es secuestrador o ladrón como dicen. ‘Mimo’ es inocente, se dedica a cultivar mora”, terció la presidenta en tono conciliador. “Nosotros vamos a luchar por que dejen libres y limpien el nombre de las personas que son de esta vereda y están detenidos, y que les paguen por el tiempo que pasen en la cárcel. Esta vereda ha venido azotada por el conflicto armado desde el 2002 y aquí lo que hacen es llevarse gente inocente”.
Sin embargo, para un labriego de la región que colabora con las autoridades y pidió no dar su nombre, todos en Paloquemado “son sabedores” de lo que hace la banda, y participan en los delitos que cometen en la carretera, así solo sea encubriéndolos con su silencio.
Vista de Paloquemado, un caserío donde residen algunos de los detenidos por el secuestro.

Vista de Paloquemado, un caserío donde residen algunos de los detenidos por el secuestro.

Foto:Salud Hernández Mora

La banda

En un principio fue el Frente Tercero de las Farc el que controlaba la carretera donde secuestraron a Rosalba Ariza, un corredor muy transitado entre Huila y Cauca, de un centenar de kilómetros, la mitad destapados. Figura dos veces asfaltada, es decir, dos veces robada, y el escenario elegido para cometer la mayor parte de los delitos son apenas cinco kilómetros –entre el 55 y el 60–. Es un tramo solitario, entre montes de vegetación espesa, envueltos por lluvias y brumas frecuentes.
La propia guerrilla reconoce que a principios de siglo abandonaron el área y su lugar lo ocuparon los Niño y sus secuaces. Una de las dudas por despejar es por qué se fueron y cómo una banda compuesta por campesinos y trabajadores nativos de la región impuso su reinado y las Farc lo consintieron.
“Desde el año 2000 ellos operan la vía y son hartos”, recuenta un labriego de San José de Isnos. “La guerrilla hacía un retén y de los camiones bajaban novillos, papas y otras cosas, y lo que no alcanzaban a llevarse, lo repartían entre los que les ayudaban. A sus colaboradores les quedó gustando y cuando se fueron las Farc, se pusieron a hacer lo mismo”.
Cuando ocurrió el secuestro de Rosalba Ariza, se conoció que ya había sucedido otra treintena en los mismos parajes. Menos el de la docente, que ese día pretendía llegar a Cali para visitar a su hija, y el de otro secuestrado que fue asesinado, los demás se resolvieron rápido.
“Uno quisiera saber qué ocurrió y no tengo una información diferente de la liberación sana y salva de la profesora”, me cuenta el abogado Giovanni Palta. “ ‘Mimo’ no tiene cómo pagarme, yo asumí su defensa sin cobrar honorarios porque también llevo la de Wilson Niño, cuya hermana me contrató. Me interesó ofrecerme para conocer cuáles son los elementos probatorios contra 'Mimo' y así defender mejor a Wilson porque los detuvieron por el mismo caso y son los mismos dos testigos. Ahora a ‘Mimo’ lo seguiré representando por convicción de que no tiene responsabilidad en los hechos”.
La hermana que paga los elevados honorarios de Palta es Zenaida Niño. La encontré en un barrio de Popayán, donde regenta La Caqueteña, una casa de préstamos gota a gota. Quise saber si el negocio es propiedad de los Niño, y aseguró que no. “Yo soy desplazada de la violencia, debí irme del municipio de San José de Isnos en el 2000 por la guerrilla. Asesinaron a mi esposo y yo sola he levantado a mis tres hijos con mucho trabajo”, contó. Además de los préstamos, vende comidas.
–¿Usted sabe que hay unos Niño que son secuestradores? –pregunté.
– Lo que yo he conseguido es con trabajo duro. Con mi esposo (se volvió a casar) llevamos este negocio y estamos pagando un crédito de 30 millones para un billar –respondió azarada.
Con ella vive su hijo Giovanni, de 20 años, considerado un sujeto peligroso “porque se le mide a todo”, según un investigador. Y aunque la mujer elude la responsabilidad de su familia, cometió el error de utilizar el mismo celular con el que un integrante de la banda negoció el rescate de Rosalba Ariza, por lo que conoce más de lo que quiere admitir.
“Ya es suficiente todo este daño, ya es suficiente todo este dolor. Necesito que mi mamá regrese –suplica Adriana–. Unos días son más difíciles que otros. Sacamos fuerzas de donde no tenemos. Nos han descuadrado la vida, pero conservamos la fe intacta”.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
Paloquemado (Huila)
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