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El sanguinario legado de ‘Rojas’

Pedro Pablo Montoya –alias Rojas- está preso en la cárcel de máxima seguridad de Valledupar. En la imagen, durante su entrega al Ejército.

Pedro Pablo Montoya –alias Rojas- está preso en la cárcel de máxima seguridad de Valledupar. En la imagen, durante su entrega al Ejército.

Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO

¿Cómo es la vida donde reinó el guerrillero de las Farc que mató y le cortó la mano a su jefe?

Todos lo recuerdan. Pero no por la mano que cortó a su jefe para cobrar la recompensa. Ese acto macabro que conmocionó al país lo consideran apenas un reflejo de su sadismo. Lo que aún les duele y muchos no han superado, es la huella de sangre y crueldad que dejó en Nariño, Puerto Venus y Arboleda, Antioquia.
“Fue el más malo entre los malos”, asegura un labriego a quien el guerrillero del frente 47 le mató a un hermano. “Solo con que lo mentaran, era un temor horrible. Uno no se atrevía ni a mirarlo a los ojos”, agrega otra de sus víctimas.
Corría el mes de marzo del 2008. Un tal ‘Rojas’, espigado, ojos claros, entregaba la mano de ‘Iván Ríos’, perfectamente cercenada, a un soldado de la octava Brigada en un pueblo de Caldas. Lo había asesinado porque, relataría más tarde, el integrante más joven del secretariado y cabeza del bloque ‘José María Córdova’, iba a hacer con él lo mismo. Y como ofrecían 2.000 millones por su cabeza, pensó en matar dos pájaros de un tiro. Pero la repulsa social hacia la prueba que presentó a los militares, impidió al gobierno Uribe pagarle lo prometido.
Desde entonces Pedro Pablo Montoya –alias Rojas– está preso, ahora en la cárcel de máxima seguridad de Valledupar, en espera de recobrar la libertad. Aunque las Farc lo consideran un traidor, toda su trayectoria criminal la hizo a nombre del frente 47 de la organización guerrillera, como bien saben en las citadas poblaciones de la cordillera Central, situadas entre Antioquia y Caldas.
“Cuando salga, iré a vivir a Puerto Venus”, dijo hace unos días en prisión, con su habitual mueca burlona. “Si viene, no dura dos días”, responde al reto uno de los muchos labriegos de dicha localidad antioqueña a los que entrevisté. “Dejó mucho dolor”.
Por el miedo que aún infunden tanto ‘Rojas’ como quien fuese su jefa, ‘Karina’, y las Farc, prácticamente nadie de quienes aparecen en esta crónica permitió publicar su nombre.
“Ese hombre llegó a Venus como de 20 años, en 1999, después de la toma de Nariño, la cabecera municipal (80 por ciento del pueblo destruido, 7 civiles y 9 policías muertos y 8 secuestrados). Era guerrillero raso y escaló mostrando resultados que en ese tiempo era ser el más sanguinario”, explica un habitante.
Alias Karina lideraba el 47 y solo su nombre aterrorizaba. “Pero a ella la temían porque decían que era bruja, que tenía poderes sobrenaturales y en los combates adquiría formas extrañas. A ‘Rojas’, por matón”.
Uno de los asesinatos que todos mencionan sucedió cuando ‘Rojas’ ya había ascendido a comandante, responsable de las finanzas. Ordenó cerrar la única discoteca de Venus por quince días. Su dueño, José Bianey Montoya, de 22 años, la reabrió antes del plazo tras lograr que otro mando le diera permiso. ‘Rojas’ lo encañonó al pie de la parroquia que domina el parque principal.
“Si me van a matar, que sea al frente de la iglesia”, pidió José Bianey.
Le acribillaron a balazos pero no murió. Avisado su padre, solo tuvo tiempo de presenciar el momento en que lo remataron tras darse cuenta de que no expiraba. Tiempo después, obligaron a los Montoya a desocupar la casa para meterse ellos. Hoy don Roberto, viudo, vive con su hija y nietos de nuevo en su hogar. Una fotografía de su primogénito así como oraciones y escritos leídos el día de su funeral dominan la sala.
“El pueblo lo quería mucho porque era un muchacho muy sano”, musita con tristeza. “Es muy duro recordar”.
Desde el balcón de su casa, se divisa un camino entre las montañas que rodean Puerto Venus. Una mujer cuenta que en cuanto veían bajar por él a un grupo de guerrilleros, se preguntaban temblando, “¿a quién vendrán a buscar hoy?” Disimuladamente, sin correr para no llamar la atención, cada cual buscaba su casa para encerrarse o se metía en el negocio y solo pensaba en hacerse invisible a los ojos de ‘Rojas’.
La señora Elena no lo logró. “Un sábado la estaban buscando. Ella, asustada, se metió bajo la cama de su casa. Allá la encontraron y la mataron delante de su hija. Que por chismosa. Era el código del terror”, relata una vecina. “También mataron a Lorena, la telefonista del pueblo, por hacer comentarios de la guerrilla, y a Alida, que por salir con un soldado. Había días de cuatro entierros”.
Doña María Cristina Díaz aún aguarda que le devuelvan a su hija menor Liliana. La reclutaron de 15 años. “Era muy bonita y buena. Me dijeron que entre ‘Rojas’ y otro la cogieron a patadas y culatas cuando se les voló. No supe más de ella pero sigo confiando en que aparezca, en que me digan qué hicieron con la niña”.
Doña María Cristina espera hallar con vida su hija.

Doña María Cristina espera hallar con vida su hija.

Foto:Salud Hernández-Mora

Asesinar ladronzuelos, como acostumbran todavía las bandas criminales en los territorios bajo su dominio, era otra de sus prácticas habituales. “El que la hace, me las paga”, solía decir ‘Rojas’.
En Arboleda atrapó a un marihuanero que hurtaba cualquier cosa para costearse el vicio. Era la quinta vez que lo agarraba con las manos en la masa. “ ‘Rojas’ lo llevó a una casa y lo torturaron. Le quemaron la lengua con un ácido. No sé cómo logró zafarse y llegar a la casa. Allí lo fueron a buscar. Antes de morir le dijo a ‘Rojas’: ‘Usted me mata porque me robé una chichigua pero ustedes se llevan harto ganado todos los días, que eso sí es robar, y ahí sí no pasa nada”, rememora un familiar del fallecido. “Le metieron nueve tiros en la cara y dos más en el cuerpo”. Solo tenía 17 años.
“Aquí mandaba la ley del monte. Yo vendí la finca por un pasaje. Tenía que salir del pueblo y acepté lo poco que me dieron. Era muy horrible porque terminaba la novena de un difunto y decíamos, ya vendrán por otro”, cuenta otra de sus incontables víctimas. “A veces ‘Rojas’ se la pasaba con otros guerrilleros calle arriba y calle abajo. Borrachos, tocaban la puerta de una casa y decían, nos toca dormir acá y uno tenía que dejarlos pasar”.
Pero eran contadas las ocasiones en que pernoctaban en el casco urbano. Preferían recorrer por más de tres horas una empinada y estrecha trocha hasta el caserío La Samaria, donde tenían su campamento. Un buen día resolvió que nueve jóvenes de la vereda, donde solo vivían 45 familias, eran soldados campesinos.
El relato de cómo los sacó de sus casas de madera, los alineó frente a la comunidad, los hizo tirarse al suelo y les descerrajó varios tiros por la espalda, lo escuché de distintos labios. Y otros recuerdan ver pasar los cadáveres a lomos de mula cuando atravesaron Puerto Venus camino del cementerio.
Parque principal de Puerto Venus, en el departamento de Antioquia.

Parque principal de Puerto Venus, en el departamento de Antioquia.

Foto:Salud Hernández-Mora

En la retina de los habitantes de Arboleda, corregimiento de Pensilvania (Caldas), a media hora de Puerto Venus, aún sigue viva la toma de julio del 2000. Cientos de guerrilleros, al mando de ‘Karina’, redujeron a escombros la estación de Policía, la Iglesia, el Banco Agrario, el centro de salud y otras modestas edificaciones. Mataron a tres civiles y a trece policías.
Un patrullero desapareció para siempre y sobrevivieron doce porque no estaban en la estación en el momento del asalto. Los paisanos los escondieron y después les ayudaron a escapar disfrazándolos de campesinos.
“Había tres en lo alto de la torre de la iglesia pero esos no se salvaron. La guerrilla les lanzó explosivos hasta que derribaron la torre y los mataron”, recuerda una mujer que era adolescente entonces.
“No es cierto que ‘Karina’ jugara fútbol con la cabeza de policías. Cuando terminó el ataque, salimos a mirar la destrucción, todo el mundo lloraba al ver los muertos y cómo había quedado el pueblo destruido. Los guerrilleros, felices, pusieron vallenatos y jugaron fútbol pero con una pelota”.
A ‘Karina’ la vieron ese día y otras veces, no muchas. Era ‘Rojas’ quien frecuentaba la zona. Después de la toma, el gobierno Pastrana decidió sacar a la policía y al Banco Agrario. “Quedamos a expensas de ellos”, se queja un ganadero.
El dueño de los principales almacenes de Puerto Venus y Arboleda, Javier Cadavid, se convirtió en la sucursal bancaria. Quien necesitaba recibir dinero, pedía a un familiar que lo ingresara a una cuenta de Medellín y Cadavid entregaba el efectivo con los ingresos de sus negocios. “No cobraba comisión y nos hacía un favor a todos”, asegura Roberto Montoya. La colaboración le salió cara. Condenado a 23 años, lleva 9 preso. Le acusaron de trabajar para las Farc por unos dineros de extorsiones que terminaron en la misma cuenta.
“Es una injusticia”, repiten en Arboleda y Puerto Venus. “Si alguna cosa pasó, si alguno cometimos un error, es porque el Estado nos abandonó”, afirma un aldeano.
En Nariño también soportaron una toma sangrienta y la salida de la Policía. Antes de que aterrizara ‘Rojas’, padecieron al comandante ‘Moñablanca’. “Mataba por ver caer, en el parque, en las calles”, rememora un comerciante.
“El 24 y el 31 de diciembre mataba para dañarnos la Navidad y el Año Nuevo. Eran tantos los asesinatos que cuando un vecino murió por muerte natural, lo resaltaron en la homilía, en las conversaciones”.
Unos pocos ciudadanos decidieron crear un grupo de resistencia para frenar las arbitrariedades. Hasta que ‘Moñablanca’ se hastió. “Manada de hijoeputas, ¿sí van a seguir con esa cosita? Tienen dos días para acabar con eso y no pelarlos”, recuerda uno de sus integrantes. “Se rompió el grupo y quedamos a merced de ellos”.

La coca

La ausencia de autoridades facilitó la aparición de los cultivos ilícitos. “Siembre coca y recoja muertos”, reza la consigna de un comerciante de Puerto Venus. “La guerrilla la trajo”. Y muchos se olvidaron del café, la caña y el ganado. ‘Rojas’ negociaba con la mafia paramilitar de Puerto Boyacá la venta de base de coca.

Lo que dejaron las Farc en estas tierras fue tristeza, huérfanos, desplazamiento, pobreza

“Los compradores subían en camioneta a Arboleda desde Pensilvania cuando Rojas les daba permiso. Compraban la base, le pagaban entre 400 y 600.000 por cada kilo y la llevaban a procesar a los cristalizaderos de la zona de Puerto Boyacá, donde mandaban los paramilitares”, afirma un policía que conoció de cerca la zona esos años. Por fortuna para todos, igual que llegó, desapareció. Para el 2009 ya solo era un mal recuerdo.
“Lo que dejaron las Farc en estas tierras fue tristeza, huérfanos, desplazamiento, pobreza”, afirma un cafetero. “Sembraron el terror a punta de gatillo”.
El representante de las víctimas de Puerto Venus, José Noé Rondón, pide “que la guerrilla nos cuenten la verdad, dónde están los desaparecidos, por qué mataron a los que perdimos. Y que el Estado haga efectiva una reparación colectiva. En estas tierras pagamos un precio muy alto en el conflicto”.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
Puerto Venus (Antioquia)
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