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El campesino que cultiva el mejor café en el Magdalena

Foto:

Jesús Torres Bran ofrece el grano número uno de la Sierra Nevada de Santa Marta.

 Susto. Eso fue lo que sintió Juan de Jesús Torres Bran, la tarde del 25 de febrero pasado, cuando escuchó en el centro vacacional de Cajamag, en Ciénaga (Magdalena), que era el ganador del primer concurso Taza de Calidad del Magdalena, realizado por la Federación Nacional de Cafeteros Comité Magdalena, la Cooperativa de Caficultores de la Costa (Caficosta) y Almacafé.
El premio del primer lugar eran los tiquetes aéreos ida y regreso a Atlanta (Estados Unidos), la inscripción a la Feria de Cafés Especiales, que se llevó a cabo entre el 12 y 18 de abril en esa ciudad, 10 bultos de fertilizantes y una edición especial del café que cultiva en su finca que compró Juan Valdez.
Lo primero que pasó por su mente fue que no es una persona estudiada –solo cursó hasta segundo de primaria-, no sabe inglés y no tenía plata ni para comprar la ropa para el viaje.
“No sabía qué hacer. Cuando me dijeron el premio suyo es ir a Estados Unidos, dije yo mejor me hubiera ganado otra cosa menos eso porque no tengo ni ropa para ir, no tengo recursos, lo que tengo es deudas. Cómo me voy yo por allá si van a decir se fue a pasear y no nos pagó. Ese día quedé que no sabía cómo salirme e irme. Yo estaba era asustao”, recuerda este campesino, de 58 años, que cultiva el mejor café de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Juan de Jesús es uno de los cafeteros más pequeños del municipio de Ciénaga, el mayor productor de café del Magdalena –cubre el 57 por ciento de las 20.376 hectáreas que tiene– y el cuarto en extensión en área cultivada del país.
En su finca Siberia, ubicada en la vereda del mismo nombre, cultiva en 3,7 hectáreas café de las variedades castillo y caturra bajo la sombra de árboles de guamo, cuyas hojas al caer se pudren y se convierten en abono orgánico. Allí, con la ayuda de Ana Dilma Blanco, su esposa, se encarga de despulparlo, lavarlo y secarlo al sol manualmente.
“Con certeza digo que mi café va con una buena calidad y limpieza, porque yo mismo lo seco, lo beneficio y sé que cuidado le tengo, porque en eso he sido honrado y la calidad del café lo demuestra”, asegura.
Hace 37 años llegó a la Sierra Nevada, después de irse a los nueve de su casa en Pesca (Boyacá) y trabajar en varios departamentos recogiendo el grano.
“Me gustó recolectar café, pero no me rendía. Me rendía más en el pocillo tomándomelo que recogiéndolo. Estaba en el departamento de Risaralda cuando me hablaron de la Sierra Nevada, que aquí se cogía el café por manotadas, y dije ahora si me va a rendir y me vine para acá a trabajar”, expresa.
Al principio fue difícil conseguir trabajo porque se estaba acabando la cosecha y se dedicó a jornalear. Tiempo después compró una parcela en Alto Córdoba, a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar, y se dedicó a sembrar papa y frutas (lulo, mora, tomate de árbol), que vendía en San Pedro de la Sierra, a 14 horas ida y regreso.
Ahí vivió 14 años y levantó a sus siete hijos, pero los enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares lo obligaron a abandonar su finca en octubre de 2002 porque una mina ‘quiebrapatas’ casi lo mata.
“Habían sembrado la mina en un portillo y cuando yo lo abrí llevaba una mula del cabestro, yo pasé por encima de la mina, pero la mula la pisó y quedó convertida en pedacitos. Yo sentí que la tierra me elevó y me descargó. De ahí quedé sin moral, dejé mi finca abandonada, pensé en irme para la ciudad, pero yo de ciudad no sé nada y tampoco los grupos que estaban más abajo me dejaron salir”, recuerda.
Estuvo tres meses en la vereda Cantarrana y el primero de enero de 2003 se fue para la vereda Siberia, donde compró una finca de 22 hectáreas con facilidades de pago y comenzó a sembrar café.
“Asumí una responsabilidad grande, tenía que dar de contado la finca, buscaba prestado para todo el año la comida, platas a intereses, fiado los trabajadores todo el año, llegaba la cosecha, la recolección de café y lo vendía y muchas veces no me alcanzaba para pagar. Tenía que seguir con más deudas”, dice.

Endeudado ganador

Y así lo cogió el concurso: endeudado. A finales de diciembre pasado, cuando bajó con la cosecha de 1.000 kilogramos de café a San Pablo del Llano, esperanzado en que lo iban a vender a buen precio, William, el agente de compra de Caficosta, le dijo que el grano había bajado 500 pesos. Eso lo dejó aburrido porque tenía que pagar deudas.
“William me dice hay una alternativa deje el café y cuando suba yo lo llamo y usted me ordena liquidarlo. Pero le dije no puedo porque los trabajadores me están cobrando. Debo unas platas que se me cumplió el plazo y es a intereses.
Me lo liquidó y cuando le estaba firmando la factura a él se le vino a la mente el concurso y me dijo por qué no se mete. Le dije inscríbame y de pronto aruñe cualquier cosita”, cuenta.
En el concurso participaron 27 productores y se inscribieron 34 lotes de café pergamino seco, equivalente a 1.000 kilogramos. Juan de Jesús nunca pensó en llevarse el primer lugar porque estaba compitiendo con empresas y fincas grandes, pero ahora se siente orgulloso de su café por el reconocimiento y las experiencias que ha vivido en estos meses.
Desde que ganó el premio no ha parado de dar entrevistas y por primera vez viajó en avión. Primero para ir a Bogotá a sacar la visa para Estados Unidos y luego hasta Atlanta para participar en la Feria de Cafés Especiales más importante del mundo, donde estuvo acompañado por funcionarios de la Federación Nacional de Cafeteros, caficultores de otras regiones del país y el profesor Yarumo, quien se encargó de guiarlos durante su estadía.
“Fue una experiencia muy bonita, las entrevistas, las amistades, todos se tomaban fotico conmigo, me sentía muy contento porque una persona de tan pocos recursos como yo y que todos quieran tomarse una foto. Eso le da a uno alegría”, dice. El 29 de junio pasado fue otro día especial. La tienda Juan Valdez de la calle 73 con carrera 8 en Bogotá fue bautizada con su nombre, durante el lanzamiento de la edición especial del microlote de café de su finca que se vende en las tiendas del país y algunas del exterior.
Para Juan de Jesús todo lo que ha conseguido en estos meses es una recompensa de Dios por las dificultades que le ha tocado vivir. Por eso espera que toda la publicidad que ha tenido su café empiece a dar frutos y se le abran nuevos mercados en el país y el exterior.
“Quién quita que tenga un mejor futuro con mi café”, remata, 
icono el tiempo

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