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Las artesanías que viajan desde el Chocó gracias a internet

Rosaura Hinestroza es la fundadora de La Chocoanita Tienda.

Rosaura Hinestroza es la fundadora de La Chocoanita Tienda.

Foto:Hans Cortés / Comunicaciones Fabiola Morera

La Chocoanita Tienda pone en cualquier lugar de Colombia artesanías originales del Pacífico.

La epifanía de Rosaura Hinestroza Cuesta ocurrió en un aeropuerto. Frente a una tienda de artesanías colombianas, ella, quibdoseña de nacimiento, sentía que faltaba un pedazo de país, ese en el que ella nació, creció, estudió y ahora trabaja. Para ella, el Pacífico no estaba incluido en la curaduría comercial que ofrecía aquel almacén, en Bucaramanga.
Aquella revelación tuvo secuelas. Fue a Santander de vacaciones, pero su sorpresa previa se alimentó cuando, en lugares turísticos como el cañón de Chicamocha, se empezó a hacer recurrente la pregunta: ¿Qué trajiste? “¿Cómo que qué traje?”, se preguntaba. La experiencia de los lugareños frente a los chocoanos indicaba que estos suelen tener productos de su región para vender. No era el caso de Rosaura.
En Cartagena, en otro viaje de ocio, la escena se repitió. En esa ciudad, quintaesencia del turismo nacional, los accesorios que ella lucía, que no eran para vender, causaron la curiosidad de más de un extranjero. Querían encontrar piezas parecidas, verse como ella, aunque fuera sin su piel negra, dientes grandes, ojos expresivos y cabello ‘afro’.
Por los días de aquel par de viajes Rosaura trabajaba en Bancolombia como cajera. Se había graduado de Ingeniería Financiera. Aunque su perfil era gerencial, tuvo que empezar desde abajo, hasta que se vio a sí misma estancada y entendió que el lugar donde estaba y sus expectativas iban por rumbos distintos. Allí pasó tres años, hasta que renunció, en febrero de 2016: “Iba por mi sueño, que venía construyendo durante todo el 2015”. Ese proyecto es La Chocoanita Tienda y ahora es realidad.
Mientras estaba en el banco, hacía una especialización en gestión de proyectos en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia. Empezó a investigar el mercado y a darle forma a su idea de llevar las artesanías chocoanas al resto del país. “¿Qué tal si yo muestro este trabajo de los indígenas embera, de los indígenas wuaunam, de los indígenas kuna?” Se dio cuenta de que había un espacio para potenciar la artesanía local mediante la globalidad virtual.
Desde su taller, un segundo piso de cuatro habitaciones, paredes blancas y con un balcón que da hacia una vía destapada , en el barrio San Francisco, de Quibdó, Rosaura cuenta que al principio su objetivo era servir como puente para que los artesanos de su departamento tuvieran mayor visibilidad. Pero, ¿internet? La mayoría de productos son hechos por manos de gente mayor, muchos de ellos indígenas cuyo contacto con las tecnologías de la información, en esa región de desconexión histórica y lluvias eternas, es incipiente.
La decisión que tomó para combatir el escepticismo fue cambiar de rol y, antes de ser comerciante, poner a trabajar sus propias manos. Internet fue clave. A través de tutoriales en YouTube aprendió técnicas a las que, después, les imprimió parte de su identidad. Eso le permitió, por un lado, mostrar las bondades del comercio electrónico o, por lo menos, disuadir la desconfianza. Gracias a ese proceso comenzó su propia indagación sobre las estéticas afro, una búsqueda que la llevó tanto a las selvas de su departamento como a la lejana cultura masái africana.
Ahora tenía claro el valor cultural de sus productos. Pero su apuesta no se podía quedar allí, por lo que encontró en la presentación y distribución el valor agregado que le hacía falta. En su cabeza estaba claro: quería un producto que hablara de Chocó desde el empaque y que, al mismo tiempo, contara una historia, su propia historia. “Tenemos mucho, pero quizás no lo estamos manejando de la mejor manera”, asegura.
En el mismo taller, toma un colorido collar de mostacilla del inventario que tiene organizado sobre una mesa, y empieza a relatar. “Este es el trabajo de los indígenas embera, lo que hay detrás es cultura y conocimiento transmitido de generación en generación. Este me parece interesante porque detrás de un trabajo hecho con chaquira (la misma mostacilla) está la combinación de colores que ellos hacen de manera intrínseca. Se pueden demorar de cinco a seis días elaborando uno de estos, que tiene simetría total”. Ese es el tipo de historias que le interesa contar.
Así como habla del collar embera, cuenta también la historia detrás de las molas, tejidos que hacen los indígenas kuna cerca de la frontera con Panamá, o de las ‘endémicas’ cestas tejidas con werregue por los indígenas waunam en el Medio San Juan chocoano.
No se trata solamente de comprar para vender. Con los emberas, en particular, ha logrado una relación en la que ella misma les propone diseños, y ellos deciden si los hacen o no. Explica que con los waunam ha sido más difícil porque, por supuesto, de por medio está la protección de la cosmovisión que plasman en sus cestos y canastos. “No me interesa sacarlos de su comunidad para que vengan a mi taller. Al taller llega el producto terminado”, explica.

No me interesa sacarlos de su comunidad para que vengan a mi taller. Al taller llega el producto terminado

Después de conseguir los productos, están las plataformas para exhibirlos y venderlos. Aunque Rosaura está desarrollando la página web, todavía no tiene sistema de pagos en línea. Es allí donde las redes sociales de La Chocoanita Tienda han sido centrales en su negocio. A través de estas pueden contactarla quienes estén interesados en su producto, así como definir el medio de pago y de entrega.
En su página de Facebook tiene una calificación de 5 puntos. Además, utiliza esa red para fortalecer su marca a través de tips culturales sobre sus productos y de información sobre el crecimiento de su negocio: en la más reciente, por ejemplo, invita a la entrega del premio al emprendimiento Chocó-E, del cual La Chocoanita Tienda fue ganadora.
Rosaura encontró una forma de sustento y de generación de empleo e ingresos para quienes trabajan con ella. Su razón de fondo, lo que enamora, como ella misma dice, es la posibilidad de mostrar al Chocó de otra forma, de que tanto chocoanos en otras ciudades, como el resto de colombianos y extranjeros, no se queden solamente con la imagen de pobreza y atraso de su departamento, sino también la de una riqueza cultural invaluable y todavía desconocida. Todo eso con algo tan aparentemente sencillo como cumplir lo que reza su logo: “Moda de la selva chocoana a tu mano”.

El Pacífico vuelto galletas

Al fondo de un local, en el barrio Zona Minera, de Quibdó, está Ana Mosquera Andrade, de pie tras una mesa llena de cucas, empacando una a una en bolsas de plástico para enviarlas al aeropuerto. Pero delante suyo están los productos a los que ella de verdad les está apostando toda la energía de sus 49 años: galletas de chontaduro, árbol de pan, plátano popocho, achí, ñame, jengibre y café, en su mayoría productos de la tierra típicos del Pacífico.
Las Galletas ChocoAna nacieron de la tecnología en procesamiento de alimentos que hizo Ana en el Sena.

Las Galletas ChocoAna nacieron de la tecnología en procesamiento de alimentos que hizo Ana en el Sena.

Foto:Hans Cortés / Comunicaciones Fabiola Morera

Desde allí, cuenta cómo logra convertir en galletas frutos que no habían sido usados para eso. Explica también que su objetivo está en lo nutricional de estos, y que espera conseguir el registro Invima para contratar con Bienestar Familiar, porque cree que las harinas de cada uno de estos pueden convertirse en sucedáneos de la bienestarina en departamentos como Chocó y La Guajira.
Las Galletas ChocoAna nacieron de la tecnología en procesamiento de alimentos que hizo Ana en el Sena, aunque detrás también hay una historia de superación sentimental y un amor arraigado por la repostería. Gracias al Fondo Emprender y otros apoyos, como el de Acdi/Voca, está mejorando sus procesos de mercadeo, contratando más personas -eran solo ella y su hijo- y adquiriendo las máquinas para hacer galletas a un nivel más industrial.
Dice que ese es el legado con el que quiere quedar inscrita en la historia del Chocó: haber sido la primera en poner sus sabores tradicionales en el cómodo formato de una galleta.

Las Mesmas que resistieron, hoy sobreviven

Son doce mujeres. A veces han sido más, pero son ellas las que permanecen. Son Las Mesmas -tanto por la forma tradicional de decir ‘mismas’ como por el acrónimo: Mujeres Emprendedoras y Solidarias con el Medio Ambiente y la Salud- y su bandera para mejorar sus vidas y las de sus seres queridos es el jabón que fabrican con grasa reutilizada y extracto de caña agria, una planta de uso ancestral en las comunidades negras de la región para lavar. Es jabón biodegradable.
Las mujeres crearon su proyecto luego de ser desplazadas por la violencia en Bojayá (Chocó) y Vigía del Fuerte (Antioquia).

Las mujeres crearon su proyecto luego de ser desplazadas por la violencia en Bojayá (Chocó) y Vigía del Fuerte (Antioquia).

Foto:Hans Cortés / Comunicaciones Fabiola Morera

La mayoría son desplazadas de zonas como Bojayá o Vigía del Fuerte, y llegaron a Quibdó huyendo de la guerra. De lo que no pudieron huir fue de la pobreza. Constituir Las Mesmas se convirtió entonces en una forma de buscar sustento a través de la producción de un bien de primera necesidad. En esas llevan 14 años..
Como empresa, todavía no han logrado un punto de equilibrio que les permita obtener ganancias. Su punto débil, y en el que vienen trabajando gracias a capacitaciones de distintas organizaciones, como Acdi/Voca, es la comercialización. Otro es convencer a sus hijos de que asuman Las Mesmas como un legado que pueden sacar adelante. Para esto, según dicen, hace falta demostrar que es un negocio rentable. Al fin de cuentas, es eso para lo que todavía, con más de 60 años casi todas, se dedican a sacar una idea de negocio adelante.
JUAN DAVID LÓPEZ MORALES*
Redactor ELTIEMPO.COM
Twitter: @LopezJuanDa
*Con invitación de Acdi/Voca
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