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Medellín

Tres voces cuentan cómo fue su vida en el conflicto

Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Foto:Jaiver Nieto/EL TIEMPO

víctimas y desplazados de Tolima, Chocó y Antioquia compartieron experiencias y trabajaron juntos.

Es una noche oscura en la vereda Santa Rita, ubicada en el municipio antioqueño de San Carlos. La bruma se levanta cubriendo de blanco el coliseo del colegio recién reparado por las pocas familias que han retornado, tras ser obligadas a dejar sus tierras por los enfrentamientos entre Ejército, guerrilla y paramilitares a comienzos del 2000.
Un chorro de luz baña a 14 personas ubicadas en la cancha de asfalto mientras frente a ellos, otras 100 los miran en silencio.
Aunque están a pocos centímetros de distancia, los separa todo un mundo. Uno de violencia que el centenar de voluntarios de diferentes empresas solo alcanza a imaginar, pero que los 14 campesinos intentan explicar.
El silencio se interrumpe con la voz pesarosa de Melquicedek Aristizábal quien, a capela, canta su realidad. “Muchos de los habitantes le han dado cuenta al creador. Solo se escuchan los rumores de los que llegan de la región, los desplazados se van llorando, dejan sus tierras ¡ay que dolor!”, canta mirando al cielo al tiempo que el vaho se desprende de su boca.

Canción Santa Rita

Melquicedek Aristizábal, habitante de Santa Rita, compuso una canción que narra lo que vivió la vereda en la guerra.

Luego sale otro más. Narra que, tras años de salir de su finca por miedo a la muerte, decidió retornar solo para perder una pierna a causa de una mina antipersona mientras revisaba sus cultivos. El metal que ahora le sirve de pierna brilla con la luz del reflector cuando se remanga el pantalón sucio.
Nancy, María Rosalba, Araceli, Claudia y Arancé gritan y lloran al recordar cómo les arrebataban a los pequeños de sus manos para, en algunos casos, no volverlos a ver.
Es el turno de Uriel. Ya dejó de contar las veces que ha llorado. Lo hizo al ver el cuerpo asesinado de su primo, repitió al ser desplazado por primera vez en 2001. De nuevo cuando regresó y solo encontró la desolación de un pueblo fantasma.
Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Foto:Jaiver Nieto/EL TIEMPO

También lloró cuando volvió a ser desplazado en 2008 y le sobraron lágrimas para empapar el calabozo en el que lo encerraron para ser obligado a "colaborar" y dar información de la guerrilla. Ser un 'topo'.
Aquellos campesinos no estaban actuando. Estaban recordando.
Las lágrimas no tardaron en brotar de los ojos tanto de las víctimas como de los voluntarios de las empresas más prestigiosas del país que durante cuatro días ayudaron a la recuperación del centro comunitario de Santa Rita, el corazón de la comunidad.

El campo no es la ignorancia. Es algo lindo que todos deberían conocer más

La iniciativa, llamada Vamos Colombia, es llevada a cabo por la fundación ANDI y financiada por Usaid, que recibió el acompañamiento de voluntarios del sector privado quienes con obras y actividades sociales buscan llegar a los sectores más golpeados por la violencia.
San Carlos fue escenario de combates entre la guerrilla de las Farc y los grupos paramilitares desde 1997 hasta 2001. Esto generó un exilio masivo de tal magnitud que de las 74 veredas del municipio, 20 fueran parcialmente abandonadas y 30 completamente desalojadas. Allí se calcula que el 76 por ciento de la población debió salir de la zona.
Actualmente han retornado poco más de 20 familias de las casi 100 que residen allí. Y la idea es que vuelvan más.
“El campo no es la ignorancia. Es algo lindo que todos deberían conocer más”, dice Nancy Giraldo, presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda al culminar el acto.
Una opinión que comparte Yuvisney Córdoba, líder social de Bahía Solano, Chocó, quien se encontraba entre el público escuchando el relato de la gente de San Carlos. Meses atrás, ella había contado el suyo.
En Bahía Solano viven con el agua hasta el cuello. Literal y metafóricamente. Lo primero se da por las constantes inundaciones que tienen al estar ubicados a orillas de caudaloso río Atrato y en una zona donde la lluvia es tan frecuente como escaso es el alcantarillado.
Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Foto:Jaiver Nieto/EL TIEMPO

Lo segundo, por la zozobra con la que viven día a día por miedo a la lluvias, no solo de agua, también de plomo. “Por estar en un corredor fluvial siempre estamos expuestos a las asonadas tanto de grupos paramilitares como de guerrilla”, dice la líder social del barrio.
Dicho miedo se hizo realidad en una tarde del 2001, cuando el ruido de las balas segó la tranquilidad de aquel barrio rodeado por agua. Yuvisney tomó a su hijo que en ese entonces tenía tan solo 1 año de edad y se agazapó debajo de la cama mientras las tablas con las que estaba construida su casa, y la mayoría de viviendas, se llenaba de agujeros.
No hubo tiempo para llevar nada. En cuanto hubo respiro salió de ahí con lo que tenía: un zapato en el pie y su hijo en un brazo.
Corrió por vías destapadas hasta que sus piernas se lo permitieron y luego siguió corriendo. No paró hasta llegar a Quibdó donde su hermana le dio posada. Allí estuvo varios días, dubitativa entre volver por lo que dejó o quedarse con lo que sacó.
“Era mi hogar, mi casa. Lo poco que tenía y que conseguí con mucho esfuerzo. Decidí volver, pero cuando todo se hubo calmado y nos aseguraron que era seguro”, explica. Con ella volvió el miedo y nunca más se fue, se convirtió en un inquilino que después de 15 años no se ha ido.

Hay familias que sufrieron por años, lo que yo viví una semana. Fue bueno conocer esas experiencias porque uno cree fue la única víctima

Por años pensó que solo aquella recóndita comunidad era la única víctima de la violencia en el país. Hasta que conoció a Fredy y a Lucila, líderes sociales de Chaparral, Tolima, quien le narró la vida en el Cañón de las Hermosas, donde hace más de 50 años nacieron las Farc.
“Me contaron su experiencia y aprendí que no solo podemos quedarnos quietos esperando a que el Gobierno ponga el ojo en nosotros. Primero tenemos que organizarnos nosotros como comunidad, trazar unas metas y hacer lo posible por cumplirlas. Después de su visita creamos un comité de mujeres en Bahía Solando y ahí vamos, poco a poco”, cuenta la líder social.
Ahora no solo no se siente sola, sino que se siente agradecida. Tras escuchar cómo fue la vida en San Carlos, agacha la cabeza humilde y reconoce que a pesar de lo que ella vivió, hubo otros que la pasaron peor.
“Hay familias que sufrieron por años, lo que yo viví una semana. Es importante conocer esas experiencias porque con lo que aprendí de la gente del Tolima y lo que hicimos en Chocó, podemos aportar algo para las mujeres de Santa Rita”, afirma Yuvisney.
En un rincón del coliseo del colegio de Santa Rita está Fredy Ramírez. Viste una camisa con delgadas líneas blancas y rosadas que se opacan por lo marrón del lodo. Durante el día había estado trabajando en la construcción del Salón Comunal de la vereda, para en la noche escuchar con atención los testimonios de la comunidad antioqueña.
Tiene 48 años y desde 1983 vive en Las Hermosas. Llegó cuando allí hacía presencia el M-19, siguió cuando el grupo guerrillero entregó las armas, y tampoco se fue cuando escalaron las Farc.
Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Cerca de 100 personas, entre voluntarios de empresas y líderes sociales de otras comunidades del país, ayudaron a reparar veredas afectadas por la guerra.

Foto:Jaiver Nieto/EL TIEMPO

Fredy no dejó su terruño ni siquiera entre 2000 y 2012 cuando el reporte total de víctimas de desplazamiento forzado en Tolima fue de 201.479 personas según la Base de Datos del Conflicto de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), siendo el sexto departamento con mayor número de desplazados en Colombia. Además, en ese mismo periodo, los grupos armados al margen de la Ley realizaron un total de 598 acciones en ese departamento.
“Uno se dedicaba a lo de uno, que es la finca, pero nunca dejó de ser miedoso porque a muchos sí tuvieron que irse porque los declararon objetivos militares”, recuerda Fredy añadiendo que 2008 fue uno de los momentos más álgidos.
El eco de las balas era parte de la rutina. Tanto, que aún después de la firma de los Acuerdos de Paz, todavía recuerda los bombardeos nocturnos y los ataques aéreos. "Siempre que amanecía miraba afuera de la finca y veía los casquillos de las balas", cuenta Fredy.

Siempre que amanecía miraba afuera de la finca y veía los casquillos de las balas

Dice que lo que no pudo hacer el Gobierno en su vida, en su zona, sí lo hicieron las empresas privadas: darle voz y voto. Tras una visita de la ANDI Tolima a la zona para realizar un programa de voluntariado, la directora ejecutiva, María Cristina Lara, le ofreció ser parte de la junta directiva de la Asociación.
“Es una linda oportunidad que me dan para poder combatir el atraso en desarrollo que tiene esta zona. Actualmente queremos trabajar el agroturismo en la región aprovechando la riqueza ambiental que tenemos”, cuenta con orgullo.
Por eso viajó a San Carlos. Más que para ensuciarse las manos levantando el salón comunal, lo hizo como testimonio vivo para que Yuvisney, Nancy, Uriel y todos los afectados por el conflicto crean en que es posible tener en común, algo más que las secuelas de la guerra.

Fundación invita a ‘ponerse en los zapatos del otro’

Usaid, la agencia norteamericana encargada de la cooperación internacional, financió el Programa de Alianzas para Reconciliación (PAR) que busca promover cambios de comportamientos de los colombianos en etapa de posconflicto.
El programa Vamos Colombia es operado por la Fundación ANDI y consiste en realizar este año seis activaciones regionales en zonas afectadas por el conflicto. La primera se realizó en Chaparral (Tolima) el 1 de febrero, luego siguió Bahía Solano (Chocó) el 16 de marzo, y la última se realizó en Santa Rita (Antioquia) el pasado 27 de abril.
Aún falta visitar Santa Marta, Buenaventura y Florencia (Caquetá). En cada activación, voluntarios de las empresas pertenecientes a la ANDI visitan la zona y por cuatro días ayudar a realizar obras que contribuyan al mejoramiento de las condiciones de vida de la comunidad y, además, llevan líderes sociales de cada zona visitada para que compartan sus experiencias con otros y así construir reconciliación.
DAVID ALEJANDRO MERCADO
Redactor de EL TIEMPO
Enviado especial a San Carlos (Antioquia) por invitación de la fundación ANDI
davmer@eltiempo.com
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