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Limonada de coco: El glotón y el penitente

"El glotón que nos habita dice que no somos galanes de celuloide como para andar vigilando cada caloría. El otro le responde que tampoco somos luchadores de sumo como para dejarnos invadir por una panza ingobernable".

"El glotón que nos habita dice que no somos galanes de celuloide como para andar vigilando cada caloría. El otro le responde que tampoco somos luchadores de sumo como para dejarnos invadir por una panza ingobernable".

Foto:Ilustración por: MiguelYein

"(Los adultos) nos debatimos entre dos voces interiores: la del glotón y la del penitente".

Noel Clarasó decía que la adultez consiste en dejar de desarrollarse verticalmente para hacerlo solo de manera horizontal. Cuando llega ese momento cada quien decide si pertenece al bando de los que se entregan resignados o al de los que oponen resistencia. Los primeros siguen comiendo sin moderación; los otros toman precauciones.
Quienes militamos sucesivamente en ambos bandos pasamos del hartazgo al ayuno con la misma facilidad con que ciertos mortales hacen tránsito del pecado al golpe de pecho. Nos debatimos entre dos voces interiores –la del glotón y la del penitente– que se disputan nuestro comando:
─Comamos y bebamos, pues mañana moriremos.
─Hijo mío: no comerá mucho quien come mucho.
Somos lo que va resultando de esta pugna entre el desenfreno y la culpa, entre la mejilla y la bofetada. La voz sibarita nos ofrece felicidad; la cautelosa, salud. Como ambas son condescendientes tienen garantizado el albergue dentro de nosotros. Nos pasamos la vida aflojándonos y apretándonos el cinturón por turnos.
El glotón que nos habita dice que no somos galanes de celuloide como para andar vigilando cada caloría. El otro le responde que tampoco somos luchadores de sumo como para dejarnos invadir por una panza ingobernable.
─Come, hijo mío, no te conviertas en un alguacil de tus propios órganos.
─De tragones están llenos los panteones.
El melindroso pregunta por qué descuidarse, si hoy las dietas son tan abundantes como diversas. Entonces enumera algunas en forma juguetona: atún con piña para la niña, uva con merluza para la musa, pavo con mamey para el rey. El tragón se defiende: la gula antecede a la lujuria y, por tanto, se encuentra más arraigada. Como dicen las fritangueras del Caribe, teta es primero que bragueta.
Cada día espío la conversación de mis dos enemigos íntimos. Ellos saben que a ratos soy glotón y a ratos, abstemio; que el domingo tiro la piedra y el lunes escondo la mano. Ambos me presionan para que expulse al otro de mi conciencia.
Me extraña, eso sí, que a estas alturas sigan sin descubrir cuál de los dos me despierta más simpatías.
─Oyes mucho y hablas poco –protesta el glotón.
─Ya deja de encenderle una vela a Dios y otra al Demonio –tercia el frugal.
Entonces digo que comer lo que queramos sin volvernos panzones debería ser un derecho sagrado. Comer ajiaco, panes, guisos, caldos, mariscos, arepas, churros, jamones, quesos, helados, caribañolas. Nací en la costa Caribe de Colombia, donde la gente expresa el afecto a través de una gastronomía excesiva. Cuando vamos de visita a la casa materna, nuestra madre nos regaña: “Estás muy gordo”. Pero al rato nos sirve en bandeja un almuerzo enorme: dos chuletas de cerdo, cinco tostones de plátano, un postre de leche. Y encima, nos pregunta si quedamos con hambre.
Como es imposible ingerir tantas grasas sin reventarse, a veces consumo apio. Como sería muy triste que el apio fuera el nuevo opio del pueblo, a veces vuelvo al sancocho.
En este punto el glotón y el frugal, sonrientes, siempre me bendicen. Después dicen que ya puedo irme en paz.
ALBERTO SALCEDO RAMOS
Para CARRUSEL
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