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Bogotá

Batallas perdidas / Voy y vuelvo

Los colados deberán tener en cuenta que desde el pasado 1.° de agosto podrán ser sancionados con una multa tipo 2 por esta conducta.

Los colados deberán tener en cuenta que desde el pasado 1.° de agosto podrán ser sancionados con una multa tipo 2 por esta conducta.

Foto:Mauricio Moreno / Archivo EL TIEMPO

Bogotá pareciera no tener dolientes, solo aspirantes a gobernarla para que las cosas sigan igual.

Uno entiende que no todo en la vida se puede ganar. Uno acepta que hay circunstancias que impiden que las cosas sean como deben ser y no como la matonería de unas minorías lo impone. Y, por supuesto, hay que reconocer que, como decía Le Corbusier, “la ciudad perfecta no existe”.
Yo no quiero una ciudad perfecta, porque hasta el caos que caracteriza a los grandes centros urbanos hace parte de su encanto. Hay algo en ese agite de cuerpos, máquinas, olores y colores que las hacen especiales y hasta atractivas.
Sin embargo, también es posible aspirar a tener ciudades con orden. Nadie nos puede condenar por pedir eso. Ha sido tal el trastoque que se ha apoderado de ciertas zonas de Bogotá en las últimas décadas que a veces pareciera que lo único razonable es aceptar que se quedó así y que ni la cultura ciudadana de Mockus, ni la bacanería de Lucho, ni la ciudad de las mayorías que reclama Peñalosa pueden conseguir que las cosas cambien. O que al menos la actitud de la gente cambie.
He aquí algunos ejemplos de batallas que la ciudad simplemente ha perdido porque, como lo he repetido en otras ocasiones, Bogotá pareciera no tener dolientes, solo aspirantes a gobernarla para que las cosas sigan igual. Pareciera hecha para soportar la quejadera y no para recibir halagos; condenada a salvar a infortunados venidos de todas partes sin recibir a cambio si quiera un gesto de compasión.
Nada se pudo hacer para acabar con los colados en TransMilenio. Y eso que se habló de un gerente para el tema. Ahí siguen las hordas de quienes le roban al sistema, nos roban a los usuarios, pero son los primeros en criticar el servicio.
Nada se ha podido hacer para bajar a los bicitaxis con motor de las ciclorrutas. Ahí están, rodando por un espacio que cedimos los peatones para apoyar a los ciclistas, y así nos pagan. Atropellan a los transeúntes de la 127, congestionan los andenes de la 170 y ya se alistan para invadirlo todo en la ciclorruta a punto de inaugurarse en la 116. Y ahí los veremos, pasar raudos, llevándose a la gente por delante. Nadie los inmoviliza.
Perdida está la batalla para que los puentes y estaciones no colapsen ante el embate de las ventas ambulantes. Se transita por ellos a riesgo de pisar los bizcochos de bocadillo, los cargadores de contrabando para el celular, las medias gef; en cualquier momento usted puede tropezar con el ventero de arepas venezolanas, el de helados de todos los sabores o el de los cigarrillos y dulces.
Resignados estamos de ver convertidas la calle 73, la avenida 68 con 80, la calle 13, la rotonda de la calle 80 con Boyacá en paraderos ilegales del transporte intermunicipal. Se volvió paisaje, no hay autoridad que valga. En la autopista Norte con 170 siguen parando los mismos buses intermunicipales donde es prohibido, no obstante tener terminal. Perdimos todos y todos soportamos el trancón.
Ahora que se ha puesto de moda el tema del aseo, veo que también perdimos la batalla para que la gente saque la basura en el día y la hora que es. Los más indisciplinados son los comerciantes, los restauranteros, los de los locales a quienes les vale cinco sacar sus desperdicios a cualquier hora.
Perdida está la batalla contra los taxistas que se orinan en los humedales, los buses y camiones que contaminan, los malparqueados...
Si solo por un instante todos los que habitamos Bogotá pudiéramos sentirnos “propietarios naturales de la calle”, como afirmó la periodista y urbanista Jane Jacobs, y defendiéramos la ciudad como a nuestra propia casa, tal vez –y solo tal vez– estaríamos tentados a creer que aún no hemos perdido la guerra.
A propósito: el Festival Iberoamericano de Teatro es un patrimonio de Bogotá, por ser la ciudad que lo alberga. Vale la pena sacarlo adelante y apoyarlo con nuestra asistencia.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
erncor@eltiempo.com
En Twitter: @ernestocortes28
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