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Bogotá

Revocatoria y odio / Voy y vuelvo

Cada vez son más las personas que se declaran cansadas del odio que lo está invadiendo todo.

Cada vez son más las personas que se declaran cansadas del odio que lo está invadiendo todo.

Foto:Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO

No hay causa que valga la pena, solo la desgracia del rival, solo su ruina.

No sé si es percepción o qué, pero de un tiempo para acá siento que es mayor la tendencia de personas que dicen no querer más polarización. No quieren saber de ‘ismos’, no quieren más descargas negativas ni pesimismo ni insultos. Hay varios que me han confirmado que dejaron de ver noticias y que prefieren la compañía de un buen libro, una buena tertulia o, simplemente, el silencio.
El columnista Eduardo Behrenz lo recordaba esta semana al advertir cómo esa imagen colectiva de que todo anda mal ha generado en el país y en Bogotá una sensación de desesperanza. Y no hay nadie que esté exhibiendo las banderas contrarias, como si esta ciudad no estuviera cansada de tanta rivalidad y el país entero no haya puesto ya suficientes víctimas para confirmar el horror que deja el odio.
El odio contra el Alcalde es también reflejo de la situación del individuo. La gente odia el trancón, el hurto, al jíbaro, la demora del bus, la carestía, el hueco, al vecino. Una turista española se quejaba de que en los andenes de Bogotá no se podía andar en tacones. Y por eso odiaba la ciudad. Y la primera figura que a uno se le viene a la cabeza cuando sufre estos padecimientos es el Alcalde.
Está pasando con la revocatoria. A Peñalosa se le quiere aplicar desde antes de su posesión. Existe una estrategia en redes para volver virales ataques contra todo lo que dice, propone o discute. Hay políticos que se acuestan y se levantan obsesionados con el tema. Y es entendible porque la lógica del político es esa: hacer daño al adversario sin reparar en el daño colateral, que, para el caso, termina por contagiar a los demás de un odio malsano.
Lo que resulta aciago es confirmar que el odio se alimenta de la tragedia del otro. No hay causa que valga la pena, solo la desgracia del rival, solo su ruina, no importa que para conseguirlo, como en la guerra, haya que arrasar con todo; habrá valido la pena, así no se tenga con qué volver a levantar los escombros.
Si yo tuviera que revocar a Peñalosa, lo haría por una sola razón: porque aún no ha sabido leer a la ciudadanía de hoy. Pero eso tampoco es argumento válido para sacarlo del cargo. ¿Qué me queda? Fustigarlo desde acá para que lo haga, hacerme oír y hacer oír a mi comunidad. Pero no le diría inepto, gomelo, hampón, rata y cosas por el estilo, eso rebaja el debate.
El odio se expande como un fluido a través de las redes sociales. Es angustioso ver lo que se dicen uribistas y santistas, izquierdistas y derechistas, animalistas y no animalistas; se insulta a los taxistas, y estos amenazan a los de Uber; malo si se toma partido y malo si no, en ambos bandos están atrincherados los francotiradores del odio para caerle a uno con todo.
Expandir este mal que nos carcome no es difícil. Bastan algo más de mil trinos para volver viral un mensaje o una situación. Eso le sucede a Peñalosa. La red organizada en su contra actúa a la perfección: horas y días destinados, influenciadores que saben cómo hacer viral un mensaje, figuras públicas como Petro, que en un solo mes llegó a poner 150 trinos contra el Alcalde. Pero se entiende: es aspirante presidencial y sabe que hay una masa de seguidores –no sé si de votos– en las redes. Y lo aprovecha.
Hace poco escuché al Dalai Lama hablar del enojo (primo hermano del odio). Decía que este era producto de la frustración y el miedo de una persona, lo cual termina por afectar su mente, y que más que conseguir un resultado, lo que le generaban era más problemas.
No me extiendo. El tema seguirá dando de qué hablar. Preparémonos para lo que viene, pero hagámoslo con responsabilidad. Si van a revocar, al menos háganlo con conocimiento de causa, no por enojo o frustración, ni por lo que dicen las redes. Recuerden al Dalai: el enojo enferma. Y ya hay más de uno en estado crítico.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
erncor@eltiempo.com
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