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Bogotá

¿Qué tanto afecta a la ciudad la salida de colegios de su entorno?

El colegio Claustro Moderno enseña a los niños a cuidar el medio- ambiente, la vegetación nativa y las fuentes hídricas de Bogotá.

El colegio Claustro Moderno enseña a los niños a cuidar el medio- ambiente, la vegetación nativa y las fuentes hídricas de Bogotá.

Foto:Cortesía Claustro Moderno

El aumento de instituciones fuera del área urbana aleja a los jóvenes de la realidad local. 

Mientras que algunos piensan que los colegios de Bogotá ganan en campus cuando deciden irse de la zona urbana a la rural, otros señalan que los estudiantes pierden la identidad con la ciudad, desisten de promover acciones importantes en el territorio, dejan de tributar a las arcas del Distrito y generan más problemas que beneficios.
Según la Secretaría de Educación (SED), en Bogotá existen 2.242 instituciones educativas, 386 de estas distritales, 10 de régimen especial y 1.846 de carácter privado, pero de un tiempo para acá es notable el número de colegios privados que tramitan sus permisos de funcionamiento en Cundinamarca. Por ejemplo, desde el año 2014 se les ha dado licencias de funcionamientos a 51 colegios en el departamento, sin contar con las que cursan este año.
No es un secreto que muchos niños y jóvenes de Bogotá salen de la urbe todos los días para ir a estudiar a municipios aledaños. Con la aclaración de que tanto la ciudad como los departamentos solo están facultados para dar licencias en su territorio y, por ende, los colegios pasan a ser parte de las cifras locales.
Esta realidad ya está siendo analizada por profesionales de varias ramas. Según William Alfonso Piña, urbanista y profesor del programa ‘Gestión y desarrollo urbano’ de la facultad de Ciencia Política de la Universidad El Rosario, los colegios han tenido durante décadas diferentes dinámicas de localización. “Hubo una muy importante que fue la de montar sedes en la periferia entre las calles 170 y 200. Eso se constituyó como un clúster educativo”.
Para el experto, esta urbanización ayudó a que estos colegios crecieran y se consolidaran, pero no pasó lo mismo con otros planteles tradicionales de Chapinero que, en cambio, fueron objeto de presión debido a la transformación urbana de esas zonas a empresariales que desencadenó costos elevados por la demanda de la tierra.

Colegios como La Enseñanza, El Alvernia o El Andino, entre otros, consideraron buen negocio vender y construir su sede en el límite norte o en las afueras

“Colegios como La Enseñanza, El Alvernia o El Andino, entre otros, consideraron buen negocio vender y construir su sede en el límite norte o en las afueras no solo por renovar sino por aprovechar la dinámica de los nuevos sectores”, explica.
Esta realidad ha traído consecuencias para la ciudad. “Hay una pérdida de espacio libre o de baja ocupación como los que generan los colegios. Normalmente, cuando hay desarrollos no se ofrecen nuevas sesiones e incluso se pierden edificios patrimoniales. También hay normas que determinan que si se aplican otros usos, se debe ceder el 50 % del suelo como espacio público, obligación que existe y no se cumple. Ese es el problema”, señala Piña.
A esto se le suman otra serie de afectaciones como el impacto en la movilidad. “Para los ciudadanos y para los niños, es crítico el desplazamiento en las mañanas y en las tardes. Disminuye su calidad de vida porque sus días comienzan a las 5 de la mañana y terminan a las 6 de la tarde”, agregó el urbanista.
El sociólogo Camilo Castiblanco también analizó los impactos negativos que tiene el traslado de los colegios. “Es innegable la pérdida de identidad patrimonial, sobre todo cuando los que se van son plantas icónicas. Es decir, se rompe la relación de los individuos con los territorios”.
Estas dinámicas, según el académico, generan una brecha más amplia entre la educación pública y la privada. “Los colegios que se van concentran una clase social de estratos altos, gozan de oportunidades que, claramente, no tienen otros estratos. Eso marca diferencias porque se forma un ambiente de ‘club campestre’ que mantiene a los jóvenes aislados de la realidad”.
El último punto negativo sería el de la concentración de colegios en municipios como Chía, La Calera, Cota, entre otros. “Esta infraestructura no creció a la par con vías de acceso. Eso no solo afecta la calidad de vida de los jóvenes sino de los ciudadanos”.
No obstante, para Castiblanco, tampoco se puede estigmatizar a quienes tomaron esta decisión porque tuvieron sus razones. “Creo que pesó mucho el tema de alejar a los jóvenes de los problemas de los entornos urbanos, como el tráfico de drogas o los negocios de expendio de bebidas alcohólicas. La posibilidad de ubicar los colegios en zonas rurales y semirrurales les da la oportunidad de mantenerlos al margen de esas dinámicas de consumo”.
Adicional a esto, otro elemento positivo para el docente es que los colegios ganan en campus aptos para proyectos pedagógicos especiales. “Los campos deportivos, los laboratorios son puntos a favor, propios de esos nuevos espacios”.
Otros especialistas advierten sobre el daño que la carencia de espacios verdes le está generando a la ciudad. “La migración de colegios hacia las afueras genera, primero, que los ciudadanos no exijamos espacios verdes y campus extensos para colegios y universidades en áreas urbanas. La ciudad tiene una mala planeación en este tema”, aseguró Ángel Pérez, docente y experto en educación.
A esto le añade los daños al medioambiente. “Solo mencionemos el tema del transporte escolar. Imagine una fila de 33 buses en una vía de salida. La contaminación es impresionante”.
Asimismo, Pérez se refiere al tema de brechas entre la educación pública y privada. “Los niños de estratos altos son los únicos que pueden estudiar en colegios campestres. Eso es discriminación”.
Según la Secretaría de Educación (SED), en Bogotá solo hay 13 instituciones educativas públicas de carácter campestre debido a que están ubicadas en la localidad de Sumapaz.
Sin embargo, para este docente no solo hay puntos negativos. “Hay que decir que estos ambientes generan una apropiación importante en temas de medioambiente. Estos colegios se preocupan porque los estudiantes valoren la naturaleza”.
Quizás, el urbanista Mario Noriega resume muy bien el meollo del asunto al explicar que en los planes urbanos contemporáneos se busca que los servicios estén próximos a donde vive la gente. Eso ahorra transporte y tiempo.
“En Estados Unidos y gran parte de Europa, los barrios están definidos por las escuelas a donde los niños pueden llegar caminando. El tamaño del barrio lo determina el tamaño de la escuela”.
Y agrega que cuando se tiene un colegio o una escuela en un barrio y se demuele o se reduce en tamaño se genera un problema, ya que se aumentó la población pero se redujeron los servicios. “El caso de Bogotá es dramático. Los colegios descubrieron que sus lotes eran muy valiosos para centros comerciales. Por eso vendieron y se trasladaron a la periferia. ¿Se acuerda del Colegio Andino?”
Noriega explica que esto ha generado una concentración de colegios en municipios como Cota. “A una o dos horas de donde viven los estudiantes”.
Además, concluye que los errores de planificación continúan. “Con el decreto de Lagos de Torca, por ejemplo, se incentiva que los colegios y las universidades desarrollen una parte de sus predios con usos comerciales y vivienda y, al mismo tiempo, se aumente el número de residentes. Más gente y menos servicios. El horror de planificación sigue”.

Lo bueno y lo malo: 

Lo malo:
1. Los jóvenes pierden identidad con la ciudad.
2. El transporte hacia la periferia genera líos de movilidad y contaminación.
3. Sedes con valor patrimonial y arquitectónico pierden valor al ser desocupadas o, incluso, demolidas.
4. Se dificulta la tarea de disfrutar de espacios culturales de la ciudad como modalidad pedagógica.
5. Se amplía la brecha entre educación pública y privada.
Lo bueno:
1. Los estudiantes gozan de mejores campus y viven rodeados de naturaleza.
2. Se aleja a los jóvenes de espacios urbanos difíciles, como sitios de expendio de alcohol y droga.

Los planteles que piensan en la ciudad

Hay muchos colegios que dan ejemplo de cómo se generan lazos entre los jóvenes y la ciudad. El primero lo han dado los 386 colegios públicos de Bogotá. No solo han mejorado sus infraestructuras sino que trabajan de la mano con la comunidad, aunque también son los que reciben el mayor impacto de los problemas de la ciudad. Un ejemplo es el proyecto ‘Guía metodológica para el fortalecimiento de la alianza familia-escuela’.
Está comprobado que los niños tienen mejor desarrollo emocional, físico, académico y social si sus padres y el colegio trabajan juntos”, dijeron expertos de la entidad. Asimismo se cuenta con programas como ‘Al colegio en bici’, las cicloexpediciones por Bogotá, los homenajes a las víctimas del conflicto, entre otros.
En cuanto a los privados, la lista de colegios que generan eventos de apropiación de los jóvenes con la ciudad sería interminable, pero, entre algunos casos destacables figuran el del Claustro Moderno, que genera entre los estudiantes amor por el cuidado de los cerros orientales y la naturaleza nativa. Otros como el colegio Mayor de San Bartolomé no solo son una joya arquitectónica sino una institución testigo de la historia de Bogotá.
También está el caso del Gimnasio Moderno. Según Camilo de Irisarri Silva, director de Comunicaciones, su campus se ha convertido en un pulmón urbanístico. “Su arborización es un aporte al medioambiente. En las mañanas, los juegos de los niños alegran las cuatro manzanas comprendidas entre carrera 9.ª, calle 76, carrera 11 y calle 74”.
Para ellos es muy importante que las puertas del colegio se abran a la ciudadanía, que de manera gratuita puede asistir a la programación de la agenda cultural que la institución ofrece en la capital, como el lanzamiento de libros, conferencia sobre música o cine foros, los recitales de poesía, conciertos, talleres de escritura, entre otras actividades.
Carol Malaver 
En Twitter: @CarolMalaver
carmal@eltiempo.com
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