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Bogotá

De Ciudad Bolívar al Camino de Santiago, un duro recorrido en 'bici'

Los peregrinos terminaron el Camino frente a la Catedral de Santiago de Compostela.

Los peregrinos terminaron el Camino frente a la Catedral de Santiago de Compostela.

Foto:Cortesía Fundación Biblioseo

Cinco jóvenes y sus maestros entrenaron por más de dos años para enfrentar este desafío.

Fueron 21 días de viaje y 12 jornadas de nieve, sol, frío y pedaleo. Del 19 de marzo al 9 de abril, cinco jóvenes entre los 14 y 18 años recorrieron en bicicleta los 800 kilómetros del Camino de Santiago de Compostela (España), una de las peregrinaciones más notables del catolicismo.
Este jueves, en el marco de la celebración internacional de la bicicleta, EL TIEMPO rescata una aventura por las carreteras de España que empezó en la zona rural de Ciudad Bolívar. La hazaña de estos niños evidencia que Bogotá ha resignificado la bici: no es solo movilidad, es ideas y es motor de comunidades.
Estos chicos son miembros de la Biblioteca de la Creatividad (Fundación Biblioseo), un espacio que crea oportunidades de innovación en los niños de Ciudad Bolívar.
Hace dos años, Daniel Trujillo, amigo de la Fundación, planteó la idea quijotesca: recorrer el Camino de Santiago en bici y esto le sonó a Iván Triana, líder de la biblioteca.
“Debían gestionar sus propios recursos para este proyecto”, explica Triana. “El propósito es que se convirtieran en referentes para la comunidad”. Y así lo confirmaron tres de los chicos del grupo, pocos días después de regresar de España. Andrea Vega, Jeisson Vargas y Mateo Rodríguez, con las mejillas quemadas por el viento, enrutan su memoria a la aventura que les cambió su forma de ver la bicicleta.

El Finisterra criollo

Finisterra es un municipio español y el punto final del Camino de Santiago, en los lindes de España, al borde del mar (provincia). Su nombre deriva del latín finis terre, que traduce ‘el fin de la Tierra’. Siendo así, podría llamarse ‘el Finisterra criollo’ al punto de inicio de esta historia: la vereda Quiba. Allí es la última parada de la ruta 742 del SITP: el fin de lo urbano y el comienzo de lo rural, donde la calzada se convierte en trocha.
Entre sus vías destapadas pedalearon: Andrea Vega, de 14 años; Mateo Rodríguez, de 17; Jeisson Vargas, de 18, igual que Cristian y Bryan Corchuelo, de 17 y 15. Entrenaban varios días a la semana. Bajaban seis kilómetros que separan la vereda del portal El Tunal y se incorporaban a la ciclovía. En otras ocasiones, llegaban hasta Usme.
Tocaron puertas y gestionaron recursos con empresas. Cada quien se rebuscó lo de su pasaporte y otros gastos. Andrea vendió limonadas en el parque El Virrey; Mateo cargó sacos de arena y Cristian vendió tamales por internet.
En febrero, con pasaporte en mano, supieron que la travesía sería un hecho.
Volaron por primera vez en avión, acompañados de Iván Triana, Daniel Trujillo, Andrea Barón (guía de la Fundación) y de un documentalista que registró todo. Andrea Vega, se agarró fuerte a su asiento. No podía creer que volara.
En España cambiaron sus rocinantes de metal por bicis Specialized alquiladas. “Fue un cambio espectacular. En Bogotá entrenaban con sus bicicletas de piñones dañados, sin suspensión y con frenos regulares”, explica Iván.
Comenzaron en Roncesvalles, en la frontera con Francia. El primer día enfrentaron lluvia, nieve y viento. “No estábamos preparados para eso. A los cinco kilómetros tuvimos que regresar. El profe Iván se desmayó. Quisimos renunciar”, cuenta Andrea Barón.
Una de las pocas que logró regresar al albergue en cicla fue Andrea Vega. “Mi reto en el Camino era demostrar que las mujeres también podemos. Un día, incluso, pude liderar a todos los hombres”, cuenta orgullosa la muchacha.
No se detuvieron. Les pudo más el compromiso con su comunidad, al otro lado del mar. Este era un viaje que iba más allá de las carreteras. “El Camino tiene mística: encontrar respuestas a preguntas grandes. Cada 80 km los niños dejaban algo que les impedía crecer: la pereza, el miedo, entre otros”, explica Iván, de 33 años.

Mi reto en el Camino era demostrar que las mujeres también podemos

“Era emocionante no saber dónde íbamos a terminar. Pedaleábamos desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, luego al hostal de turno”, dice la joven Andrea.
Jeisson sufrió un dolor de rodilla que lo obligó a ir en carro por tres días. Mateo, hacia la mitad del desafío, pidió cupo en el auto: “Y no supe más de mí. Dormí profundo, estaba agotado”.
Aunque tenían programado llegar el 3 de abril, el 2 de abril se dieron cuenta de que estaban a 30 kilómetros de Santiago, la meta. “Daniel dijo: ‘sería una locura intentar llegar hoy mismo’. Y lo fue: Mateo se perdió, llovía torrencialmente, el viento no dejaba”, relata la profesora Andrea, masajeándose las rodillas. Con un suspiro, Mateo apunta: “era como si el camino nos dijera que no”.
Pero sus piernas y bicis dijeron que sí. Y esa tarde, después del último sprint, sus ojos no podían albergar la inmensidad que es la catedral de Santiago de Compostela, una imponente construcción del siglo X y el fin del camino del peregrino.

Nieve, mar y fútbol

La bici, además, llevó a estos muchachos a conocer otras cosas. La nieve, por ejemplo. “Fue un descubrimiento bello y horrible. Tocarla por primera vez me emocionó. Pero en carretera se convirtió en un sufrimiento”, confiere Mateo.
Andrea, en cambio, conserva el mar en sus manos. Entre los tesoros hallados en la travesía figuran las conchitas que recogió en la playa de Barcelona. Y Jeisson muestra orgulloso un tiquete de entrada al Camp Nou, el estadio del Barcelona. Vieron un partido del equipo culé y disfrutaron tres goles de Leo Messi.

Tocarla por primera vez me emocionó. Pero en carretera se convirtió en un sufrimiento

“Uno tan amañado allá qué va a querer regresar”, ríe Jeisson. “El día que volvimos tomé un TransMilenio. Aún siento el choque: la diferencia horaria, el cansancio, ver mi ciudad”.

El regreso de los peregrinos

El fin del camino es el principio de su trabajo en Quiba. De España, los chicos trajeron aprendizajes para sus propios proyectos, apoyados por la Fundación.
“Yo lidero Reviva, para cuidar nuestro territorio, lograr que las personas se conecten con su identidad y no olviden que son del campo”, explica Andrea. Jeisson trabaja en Contacto, enfocado en lo audiovisual, que quiere visibilizar las cosas buenas que pasan en “una localidad muy estigmatizada”.
Mateo y Cristian, con Love Sports, quieren crear la primera escuela de ciclomontañismo local. Bryan, en cambio, sigue en Perritos con dueño, orientada a mejorar la calidad de vida de los perros abandonados.
Los muchachos se despiden. Jeisson ayudará a organizar la biblioteca, que acaba de trasladarse a una nueva sede. Mateo irá a ayudar a mamá. Andrea Vega necesita ir a la escuela: toma un carro que, por mil pesos, la baja al barrio.
En su morral del colegio carga una almeja pintada con la Cruz de Santiago. La tradición advierte que los peregrinos debían recoger una de estas en las playas de Finisterra y llevarla a casa, como prueba de que habían finalizado el camino. Hoy, cinco de estas reposan en las habitaciones de cinco muchachos bogotanos, los que tratan de construir el mejor Finisterra criollo.
ANA PUENTES
Escuela de Periodismo Multimedia de El Tiempo
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