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Bogotá

La experiencia de un ciclista primíparo en Bogotá

Por ley, los ciclistas pueden transitar por la vía estando a un metro del andén. A pesar de esto, muchos van en medio de los carros.

Por ley, los ciclistas pueden transitar por la vía estando a un metro del andén. A pesar de esto, muchos van en medio de los carros.

Foto:Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO

Una etapa de ciclorruta, otra por la acera y al final por la calle fue el recorrido que hizo.

El bus provisional del SITP pitó una vez. Lo único que pude hacer fue seguir pedaleando e ignorar que el conductor del vehículo no me quería ahí.
Eran las 4:30 de la tarde y me dirigía al centro de la capital por la calle 26, a la altura del Cementerio Central, cuando el hombre que conducía no se aguantó más y decidió volver a pitar y acelerar.
El primer recuerdo que tengo de Bogotá es de una bicicleta. Era una mañana de mayo del 2017 y no hacía frío. Estaba parado en la avenida Boyacá, con calle 51, cuando pasó frente a mis ojos la escena por la que relaciono la bici como el medio de transporte de los bogotanos y no el TransMilenio.
Un hombre llevaba a un niño, tal vez su hijo, en los tacos de la cicla hacia el colegio. El menor, que vestía un uniforme escolar y cargaba una maleta en la espalda, se agarraba firmemente de los hombros del conductor. En ese momento no pensé en nada, pero la escena se volvió a repetir y desde ahí comenzaron a pasar una y otra vez personas en este medio de transporte.
Seis meses después de aquel día decidí que no podía seguir viviendo en una de las ciudades con más viajes en bici del continente –unos 635.000 al día– sin haberla recorrido en dos ruedas. Entonces conseguí una bicicleta, un casco y salí a rodar por Bogotá.
Eran las 4 de la tarde cuando comencé el recorrido. Era un día soleado de octubre y quería ir desde la estación El Tiempo de TransMilenio hasta la plaza de Bolívar por la calle 26.
Fue en esa estación donde tomé la ciclorruta. Iba en un caballito de acero gris y con un casco negro, ambos objetos prestados. También llevaba una maleta en la espalda.
Pensé que la cosa sería fácil. Era solo seguir la ciclorruta. Además, qué tan complicado podría ser montar en bicicleta en una ciudad que a simple vista parece plana. Y así fue durante los primeros metros del recorrido. La vía en general estaba en buen estado. Se notaban unos cuantos parches y un par de grietas que no causaron ninguna dificultad.
El camino era agradable. Había viento, el sol comenzaba a bajar la intensidad, veía Monserrate, los buses y carros que pasaban alrededor no significaban ningún peligro, observaba a las personas en las estaciones de TransMilenio (pude ver un par de ciudadanos con el objetivo de colarse), esquivé a uno dos caminantes que invadieron la ciclorruta y la convivencia con los compañeros ciclistas era buena.
Algunas ciclorrutas son evitadas por los biciusuarios. Existe temor a ser robados.

Algunas ciclorrutas son evitadas por los biciusuarios. Existe temor a ser robados.

Foto:Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO

De hecho, me impresionó la habilidad de aquellos que pedaleaban sin tener las manos en el manubrio, pero por mi seguridad, y la de los demás, no lo intenté.
Sin embargo, el estado físico no alcanzó para tanto. Creí que iba a ser fácil, pero cuando iba llegando a la carrera 50, la altura (esa fue la excusa) hizo que redujera la velocidad. Además, iba llegando a un puente que comparé con alguna loma de Medellín. Me bajé de la bicicleta, me quité el casco para tomar un poco de aire, y subí a pie.
Ya en la cima no supe qué hacer. La ciclorruta había terminado. Lo único que se me ocurrió fue seguir a los demás ciclistas. Así fue como llegué a la acera del costado de la 26 donde los carros se dirigen hacia los cerros orientales.
Tenía dos posibilidades: bajar a la calle como los demás o seguir en la acera. Me fui por la segunda.
Iba despacio para no desgastarme ni chocar con nadie. De igual manera debía ser cuidadoso al cruzar la calle, pues los vehículos no se detenían para ceder el paso.
Algo comprensible. Sin embargo, a la altura de la estación Quinta Paredes, en la carrera 45, la situación se complicó. Los transeúntes se multiplicaron y comencé a esquivarlos, incluso estuve a punto de caer al piso dos veces.
Me sentí mal por invadir su espacio, pero quería evitar bajar a la calle.

Los ciclistas de Bogotá no la tienen tan fácil como pensaba

La experiencia como ciclista en Bogotá había comenzado unos 25 minutos atrás y tenía claro que no estaba al nivel de aquellos que utilizan la bicicleta como medio de transporte cada día.
Pero no quedó otra opción. En la plaza de la Democracia, cerca de la carrera 29, me armé de valor, ignoré los más de 40 ciclistas que han muerto en las vías durante este año y comencé a pedalear junto a motocicletas, automóviles y buses. Estos últimos, los amos y señores de la vía.
En Bogotá se han registrado varias muertes de ciclistas a causa de buses de SITP.

En Bogotá se han registrado varias muertes de ciclistas a causa de buses de SITP.

Foto:Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO

Había escuchado que ley podía transitar a un metro del andén. Pese a eso, no abusé y estuve a unos 30 centímetros de este. Allí pude observar la osadía de algunos biciusuarios al transitar por en medio de los carros, algunos de ellos sin casco. También la prudencia de otros que iban junto a mí, pero lo que más causó impacto fue la hostilidad de los conductores de los vehículos.
Las motos y los carros pitaban, los pasajeros miraban como quien dice: “Vaya por la ciclovía, no sea imprudente”, pero la respuesta era “¿cuál ciclovía?”.
El mal estado físico que tengo comenzó a hacer efecto. Necesitaba un descanso. Pensé que fue un error no llevar unos bocadillos que ayudaran a terminar el recorrido. Como no había bocadillos imaginé una recompensa para cuando llegara a la meta. Así me motivé. Tomé el último aire y aumenté la velocidad.
La tarde comenzaba a caer, las personas terminaban su jornada laboral, los buses de TransMilenio pasaban cada vez más llenos, cada vez había más ciclistas y más carros en la vía.
Eran las 4:30 de la tarde cuando el bus del SITP estaba detrás de mí. Sentí su motor, sentí su pito, sentí su hostilidad, sentí que no me quería ahí. Le estorbaba.
No podía hacer nada más que seguir pedaleando, pero el hombre no aguantó. Aceleró y pasó junto a mí a tal velocidad que logró desestabilizarme.
Al pasar por el lado, los usuarios del bus se quedaron mirándome, yo seguí pedaleando, pero un poco más suave. Confieso que me asusté.
En el Cementerio Central, ya en la carrera 17, me detuve para descansar. Pensé que el conductor del SITP fue imprudente, pero de cierta forma yo también lo fui. Aunque la ciudad me obligó.
No me dio para más. Estaba cansado, las piernas me temblaban, tenía sed y debía guardar energía para regresar. Pude cruzar al sentido oriente-occidente de la 26 y devolverme. Esta vez lo hice solo por la acera y cuando esta se volvió intransitable por el número de personas que caminaban, me bajé de la bici y caminé lentamente.
Los ciclistas de Bogotá no la tienen tan fácil como pensaba. Ellos se juegan la vida cada vez que salen a rodar por la ciudad. Ah, y la ciudad no es tan plana como uno creería.

Consejos a la hora de salir

Revisar el mapa de Bogotá en internet para saber si hay ciclorruta en el trayecto. En lo posible, utilizarla.
Usar siempre elementos como casco, chaleco o ropa llamativa, y silbato.
Se recomienda estar lo más cerca posible del andén.
Cuando se va por la calle, hacer señales con las manos para informar a los vehículos que se va a realizar algún movimiento.
MATEO GARCÍA
Escuela de Periodismo Multimedia de EL TIEMPO
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