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Bogotá

El ocaso del primer 'rascacielos bogotano'

La declaratoria como bien de interés cultural de la Nación impide reformar el inmueble, lo que ha dificultado su venta.

La declaratoria como bien de interés cultural de la Nación impide reformar el inmueble, lo que ha dificultado su venta.

Foto:Fotos: Héctor F. Zamora / EL TIEMPO

En la localidad de Los Mártires, el edificio Peraza cada día luce más deteriorado. Es patrimonio.

Quienes más habitan en el edificio Peraza, reseñado por los cronistas de antaño como el primer ‘rascacielos bogotano’, son el pasado, el polvo y las palomas. Este inmueble de siete plantas y ático vivió épocas de lustre, pero hoy su realidad es otra.
Ubicado en la calle 13 con carrera 17 (Los Mártires), sus principales vecinos son un grupo de rebuscadores que a diario tienden plásticos en el andén, para ofrecer baratijas, vaya usted a saber de qué procedencia. En todo caso, los comerciantes informales coinciden en que por años han visto cómo se deteriora.
En lo más alto de la fachada, aunque le faltan letras, caídas por el paso de casi un siglo de existencia, se puede leer el nombre del inmueble: Manuel M. Peraza.
Construido entre las décadas de 1920 y 1930, cuando el sector gozaba de prestigio social, tuvo diversos usos: hotel y clínica, por ejemplo. De ahí que corra una leyenda urbana, según la cual en las noches se escuchan lamentos de moribundos, sonidos quejosos que provienen de la polvorienta mole y asustan al desprevenido.
Desde afuera, sus ventanas de madera lucen desprendidas y devoradas por el comején. Algunas fueron cubiertas con plástico, con la idea de frenar el impacto que genera la lluvia. Y las paredes del frontispicio, aunque ruñidas, como si el viento las hubiera raspado con un palustre, todavía conservan ese aire ‘encopetado’ de influencia europeísta, sobre todo afrancesado: arabescos en su cúpula y leones en relieve.
La edificación no solo envejeció, sino que padece un relativo abandono. Cinco de sus niveles permanecen deshabitados. De hecho, en la mayoría de estos ni siquiera hay por dónde andar, tan solo columnas de madera que mantienen la estructura en pie. En algunos puntos hay arrumes de basura, muebles viejos y alimañas.
El primer nivel del inmueble es el único que se utiliza. Una cafetería, una bicicletería y un asadero de pollos abren sus puertas en sendos locales. El de la mitad, donde reposan decenas de caballitos de acero, cascos y accesorios para los biciusuarios, es el que da acceso a la parte superior. Pero el ingreso está vetado a periodistas, señalan los arrendatarios, quienes afirman que una señora es contratada cada semana para que haga limpieza básica en los niveles inferiores.
También allí, tapado por las vitrinas de la bicicletería, se puede ver pegado a la pared el último vestigio de lo que fuera el primer ascensor de la ciudad. Una barra de acero, sobre la que se montaba el riel de ascenso y descenso, permite imaginar otras épocas, con ascensorista de gorra y mocasines.
El Edificio Peraza cuenta con una declaratoria del Ministerio de Cultura, que lo define como bien de interés cultural de la Nación. Esta impide reformar fachadas y aspectos arquitectónicos básicos. No es posible demolerlo para construir una nueva obra.
Los propietarios, de origen privado, son herederos del dueño original, Manuel Peraza. Pero el inmueble cursa un proceso judicial, entre quienes reclaman pertenencia, lo que complica su intervención y hace más lejana la posibilidad de recuperarlo.
Aunque en los últimos años han aparecido interesados en comprar la estructura, que por cierto queda en frente de la estación del Tren de La Sabana, las restricciones de la declaratoria de patrimonio los disuade de adquirirla. Por su parte, el Ministerio tampoco aporta recursos para conservar la edificación, que al paso que muestra terminará en el piso.
Felipe Motoa Franco
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @felipemotoa
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