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Bogotá

Así maltratan a quienes limpian las calles de Bogotá

A Blanca Poveda, una de las mejores operarias, una vez la golpearon con un carro y, además, le reclamaron por el vehículo.

A Blanca Poveda, una de las mejores operarias, una vez la golpearon con un carro y, además, le reclamaron por el vehículo.

Foto:Rodrigo Sepúlveda / EL TIEMPO

Les tiran las bolsas, los golpean con los vehículos y hasta les niegan la entrada al baño.

Andrea Morante
Les tiran las bolsas de basura desde las ventanas, les dicen que no se las den de pedagogos, que a ellos les pagan para recoger desperdicios, los roban, los golpean, les sacan la basura a destiempo y son pocos los que se dignan prestarles el baño. Aunque suene increíble, este es el trato que reciben algunos operarios de recolección de Bogotá. 
Estas agresiones no solo ocurren en la capital, también en otras regiones, y de formas más violentas. En Popayán, un empleado de Serviaseo fue golpeado brutalmente porque atropelló a un perro de forma accidental, y en Montería, otro de Servigenerales fue golpeado por el conductor de una moto y su cómplice porque le disgustó que el trabajador levantara polvo. “El operario fue apuñalado en su brazo, pero la agresión iba para su corazón”, contaron funcionarios de Aseo Capital.
En Bogotá son blanco de otras humillaciones. Blanca Poveda, también de esta empresa, es de Cabrera, Cundinamarca. Ella barría las calles con la fuerza de una mujer de 56 años que se le mide a cualquier maratón. Ese orgullo que siente por su oficio no es gratuito, superó pruebas duras. Un día de 1994, cogió la escoba y la pala por primera vez. “Yo tenía 33 años y me tocaba barrer El Bronx. Si descuidaba un segundo la pala me la robaban, entonces tocaba con el cepillo y el cono al hombro.
Recogía chiros, popó y vidrios. Llenábamos hasta 300 bolsas diarias”. En esa olla de drogas no se sabía el límite entre el andén y la calle y a punta de pica tocaba buscar el sardinel. “En esa época no teníamos carrito, entonces las mulas pasaban por encima de nuestra mochila y nos espichaban el almuercito”. Otra zona dura para ella fue El Lago, en Chapinero, mucha basura en una tramo muy extenso. “Uno barría y volteaba a mirar y ya estaba sucio”.
A este hombre lo golpearon porque, accidentalmente, atropelló a un perro.

A este hombre lo golpearon porque, accidentalmente, atropelló a un perro.

Foto:Aseo Capital

Uno de los tratos más humillantes es cuando los ciudadanos salen por las ventanas y les botan en la cara las bolsas con desperdicios. “Un día estaba barriendo, cuando sentí que me cayó un talego en la cabeza. No supe a quién hacerle el reclamo. La gente dice que para eso nos pagan”. A Blanca le ha pasado de todo, un día la golpeó un carro conducido por una mujer. “Le pegó a mi biciclo y a mi cadera. En vez de ayudarme, me dijo furiosa que quién le iba a pagar el bómper. Eso fue en la carrera 9.ª con calle 73. Afortunadamente, un policía llegó para defenderla, lo mismo que sus jefes.
Ese respaldo le permite seguir. Muchas veces ha tenido que recoger cadáveres de ratones, gatos y perros muertos, pero no se olvida cuando se encontró con uno humano en la calle 22, muy cerca de la Caracas. “Fue en el barrio Santa Fe. Estaba abriendo unas bolsas cuando vi una especie de maniquí, pero que goteaba, yo no pude verlo más, mi compañero llamó a la Policía”. Años después, en el 2001, encontró otro cuerpo sin vida en el caño de la sexta con 30, el agua le pasaba por la boca.
Los operarios de barrido o conocidos como ‘escobitas’ no se salvan de la delincuencia. A Ana Romero, de Aseo Capital, madre cabeza de familia, la robaron en la carrera 4.ª. “Yo no cargaba sino lo del pasaje, dos ladrones me raparon mi carterita”. Por eso ella no se despega de sus elementos de trabajo, con ellos barre las calles y los andenes, quita el pasto, retira publicidad ilegal, limpia las zonas verdes, eso sí, en contraflujo, porque los carros pasan a toda velocidad y sin clemencia. Ana no pelea con nadie, ni con los dueños que salen a insultarla porque les barren en frente de sus casas.
Este hombre fue apuñalado por un hombre que se disgustó porque levantaba polvo al barrer.

Este hombre fue apuñalado por un hombre que se disgustó porque levantaba polvo al barrer.

Foto:Aseo Capital

Lidiar con los ciudadanos no es fácil. A Nelson Garzón, de Aseo Capital, hace 12 años, lo cogieron a golpes, de forma repentina. “Eso fue en La Esmeralda, un señor me saludo con afecto y luego, de la nada, me comenzó a dar puños. En medio de la agresión vi que dos jóvenes venían a auxiliarme. El hombre era su papá y había acabado de salir de una clínica de reposo”. Nelson dice también que falta mucha cultura ciudadana. “Una vez, unas estudiantes de colegio se quedaron observándome y, a mi paso, me tiraron la basura en el piso, me sentí tan humillado, solo las miré y seguí derecho”. Para él lo más duro es limpiar los alrededores de las ollas de microtráfico, porque ahí les roban hasta sus botas de caucho. “Es que en Bogotá pasa de todo”, dice. Un día, en el colegio Piloto, de Fátima, abrió una caneca y salió volando un murciélago. “Casi me da un paro. Nosotros corremos muchos peligros por la mala disposición que la gente hace de sus basuras. Revuelven comida con jeringas o vidrios”.

Zonas difíciles

No todas las zonas de Bogotá son iguales; que lo diga Ana Ruiz, de 48 años, operaria de barrido de Ciudad Limpia. Ella lleva 22 años en la empresa, muchos recorriendo las calles de Patio Bonito. “Esta zona es muy difícil. Los indigentes riegan toda la basura, y los comerciantes no tienen orden con sus desechos”.
Ella es una mujer de temple, eso le ha servido para perderles el miedo a los habitantes de la calle. “Hay veces me asustan y me dicen que no les coja la basura, que es de ellos, ahora me dicen eso y me da una risa”. Aun así dice que el Distrito tiene que encontrar la forma en que los recicladores no destapen las bolsas y dejen esparcidas el resto de las basuras. “Otra cosa es que en esta zona uno recoge mucho excremento humano. Eso es muy malo para la salud”. Ana también ha tenido días como para no olvidar, como cuando se encontró el cuerpo de un bebé en una caneca. “Era lindo, tenía las manitos como orando. Estaba en una bolsa de Cafam”.
Otros malos tratos se dan cuando las operarias barren el polvo de los bordes de las calles. Amparo Preciado, de 50 años, trabajadora de Aguas de Bogotá y quien llegó proveniente de Tumaco (Nariño), lo ha vivido. “Deje de ser vulgar, negra hp, échele agua a ese piso”, le gritó una mujer solo porque levantaba algo de polvo en su rutina diaria. “Yo me ponía como un toro, pero luego opté por decirles "que Dios lo bendiga”: lo que la gente no sabe es que ellos tienen que cumplir con su ruta en un tiempo determinado. Otra cosa que afecta su trabajo es que la gente pague a terceros para que les recojan los escombros. “Ellos a las dos cuadras las botan en la calle y adivine quién tiene que recogerlos. Deben llamar a las línea 110 en el caso de mi operador”. A pesar de todas las vicisitudes que se encuentra en el camino, ella, una mujer creativa, se las ingenia para sembrar flores en donde antes había basura. “Le pedí permiso a mi jefe para que me dejara sembrar un jardín en Catastro y gracias a eso nunca más volvieron a dejar escombros allá”.
A ella también le cuesta que le presten el baño, casi siempre hay un no como respuesta. “Nosotros somos normales, nos bañamos todos los días”.
Henry Camargo, de Aguas de Bogotá y también operario de barrido, cuenta que una de las cosas más difíciles es lidiar con los buses del SITP y algunos carros particulares. “Le echan a uno el vehículo sin clemencia. Un día, en la carrera 15, un señor me botó el biciclo y antes se bajó todo enfurecido a hacerme el reclamo”. Eso y encontrarse con cadáveres lo sorprenden de su labor. “Una vez, cerca de Los Héroes, vi como a alguien durmiendo en un plástico. Era una mujer joven, estaba descuartizada”.
Pedro Rodríguez es de Ciudad Limpia. Él y sus compañeros se exponen a peligros como los vidrios mal dispuestos.

Pedro Rodríguez es de Ciudad Limpia. Él y sus compañeros se exponen a peligros como los vidrios mal dispuestos.

Foto:Carol Malaver

Los del camión

Los hombres que corren a toda velocidad por las calles, que cargan pesadas bolsas de basura, que se cuelgan de los estribos de los camiones, no se salvan de los malos tratos. A ellos también les lanzan las bolsas. No hay respeto.
Pedro Rodríguez, de Ciudad Limpia, de 62 años, cuenta que de campesino ‘voleaba’ machete, azadón y maceta; por eso, el trabajo como recolector no le pareció difícil, pero sí la mala educación de las personas. “Me han botado la basura hasta de un tercer piso, y cuando uno los mira le gritan: para eso les pagan”. Tampoco le gusta que digan que viene el señor de la basura, prefiere que los llamen el señor del aseo. “Peor aún, a veces nos dicen marranos”. Con una tabla que ellos mismos idearon, recogen los regueros cuando los indigentes los riegan por el piso, pero en sectores como Britalia, poco o nada dura su trabajo. “Cuando damos la vuelta, otra vez está el reguero”.
Josué Gabriel, de 32 años, de Aguas de Bogotá, sabe lo que es llegar a la casa impregnado de basura, sobre todo cuando le tocó trabajar con volquetas en vez de camiones. “A veces ni nos recogía el bus del olor que teníamos”.
Juan Mejía, de Málaga, Santander, conductor del camión, también tiene sus anécdotas . “En el barrio la Valvanera un señora me tiró la basura. Le dije que yo con mucho gusto le recogía la mierda, pero que no me la tirara en la cara. Preciso, la bolsa tenía una botella y salieron los vidrios para todos lados”. También cuenta que se exponen por pinturas, ácidos mal dispuestos e incluso los lixiviados. Es que llenan las bolsas de basura tamaño jumbo y pues quedan tan pesadas que se terminan rompiendo encima de los cuerpos de los operarios.
Pero no todos salen tan bien librados de estas situaciones. William Ariza, de Aguas de Bogotá, fue víctima de un vidrio mal dispuesto. “Yo pisé y me atravesó la pierna”. Él trabaja hace 5 años en esta empresa después de habitar más de 20 años en el Bronx. “Yo era de los que desordenaban las bolsas y hacían reguero. Ahora sí que me arrepiento de eso”.
Otra cosa que no entienden los operarios de camión es por qué en edificios y empresas no limpian los contenedores. “Muchas veces sacamos las bolsas y están llenas de gusanos. Eso es terrible. Uno no sabe qué huele más feo; si la basura o la caneca”. Pero cuando aconsejan una mejor limpieza, salen regañados.
Estos relatos muestran la grosería ciudadana, la otra parte de la historia no es tan mala. No falta el ciudadano que les brinda un vaso de agua, que les da las gracias, que se pone feliz porque existen y limpian la ciudad. “Nosotros recogemos la basura, pero no somos basura”, concluyó Blanca.
CAROL MALAVER
Subeditora Bogotá
* Escríbanos a carmal@eltiempo.com
Andrea Morante
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