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Bogotá

Jóvenes rurales entraron a la U. para romper la brecha educativa

Aquí se probaron cinco dietas alimenticias diferentes para aves ponedoras. En la imagen, un estudiante alimenta a las gallinas con azolla, también conocida como helecho acuático.

Aquí se probaron cinco dietas alimenticias diferentes para aves ponedoras. En la imagen, un estudiante alimenta a las gallinas con azolla, también conocida como helecho acuático.

Foto:César Melgarejo

30 bachilleres del campo bogotano reciben clases de la Universidad Nacional. 

Michael Cruz
Yuli Barragán tiene 29 años. Después de graduarse del bachillerato en un colegio rural de Bogotá y de trabajar durante años en diferentes oficios, lo que menos pensó es que terminaría viviendo en un pequeño caserío de la localidad Sumapaz, y recibiendo clases de medicina veterinaria en la Universidad Nacional.
Y menos lo iba a imaginar luego de tener a su primer niño a los 18 años, por lo que creyó que su sueño de ser veterinaria se había acabado. “Yo sabía que solo podía estudiar esta carrera en una universidad pública, pues es muy costosa. Financieramente nunca lo hubiera logrado”, señaló la mujer, beneficiaria del Programa Especial de Admisión y Movilidad Académica-Sumapaz (Peama) de la Nacional, y que es financiado por la Secretaría Distrital de Educación (SED), con el que se les dio la oportunidad a 30 jóvenes de la ruralidad bogotana de acceder a la educación superior.
Para Yuli hubo una segunda prueba de fuego. Para ingresar al Peama, debía irse a vivir a Nazareth, un caserío de Sumapaz ubicado a tres horas y media del casco urbano de Bogotá. En la escuela de este poblado se instalaría, desde hace dos años, la sede de la Universidad para el programa.
La condición para los aspirantes como Yuli era que debían irse a vivir allí, pues los desplazamientos entre Bogotá urbana y el páramo son extensos. “Esto era algo que debía pensar, y la decisión fue dura, porque significaba dejar a mi niño al cuidado de su abuela, y yo tendría que renunciar a mi trabajo, para poder estudiar. Mi mamá y yo vivimos en Usme Pueblo, y yo mantenía económicamente a mi familia”, explicó la joven.
Ella asumió el reto, pues consideró que esta era una oportunidad que no se iba a repetir. Ya había presentado una vez el examen de admisión en la Universidad Nacional y no había pasado. Con el Peama, volvió a realizar el proceso y esta vez consiguió un cupo. Por eso decidió que se iría a Nazareth.
Proyecto hidropónico para ver la nutrición de hortalizas al aplicar ciertos nutrientes.

Proyecto hidropónico para ver la nutrición de hortalizas al aplicar ciertos nutrientes.

Foto:César Melgarejo

En el 2016, pocas semanas después de haber comenzado las clases en este programa piloto, Yuli se enteró que de nuevo estaba embarazada. “Seguramente si lo hubiera sabido antes no habría ingresado. El primer año viví mi embarazo mientras estudiaba y tuve a mi bebé, con el que viví aquí hasta hace unos meses. Con él venía a las clases”, recordó la joven.
Una historia similar vive Karen Monroy, una joven de 21 años y madre de un pequeño de 3, al que dejó bajo el cuidado de su esposo, para acceder a estudiar veterinaria en la Nacional. “Este programa es muy bueno, porque nos da la oportunidad de estudiar, aunque no ha sido fácil en mi caso, porque me ha tocado dejar de lado mi familia y mi bebé para poder continuar mis estudios, pero sé que si no fuera así, yo no tendría oportunidad de estudiar”, recalcó Karen.
Los 30 jóvenes, al ingresar, debían elegir entre cinco carreras que cubre el Peama, y que se articulan con los oficios de la ruralidad: enfermería, medicina veterinaria, zootecnia, ingeniería agrícola e ingeniería agrónoma.

Nueva oportunidad

Claudia Ordónez es la coordinadora del Peama-Sumapaz. “Este es un programa de movilidad académica de la Nacional para las sedes de frontera como Arauca, Tumaco o Amazonas y donde se extienden a zonas que no tienen cobertura. Aquí los jóvenes de la ruralidad deben presentar, como cualquier estudiante, un examen de admisión. Pueden entrar con un puntaje que en una convocatoria regular de una sede urbana se consideraría bajo”, explicó la docente.
Aunque el Peama es implementado en otras partes del país, Bogotá es la primera ciudad en ponerlo en marcha, en principio a través del Departamento de Ingeniería, como un piloto para reducir la brecha entre los estudiantes rurales y urbanos. Solo quienes alcanzaban un puntaje mínimo consiguieron uno de los cupos ofertados por la Secretaría de Educación.
Esta entidad les paga la matrícula en la universidad hasta que finalicen su carrera. Los cuatro primeros semestres los ven en el corregimiento de Nazareth, para que vayan poniendo en práctica en el campo lo que aprenden y los seis restantes en el campus de la Nacional, en Bogotá. Además, la universidad les da los beneficios de bienestar universitario, como el almuerzo, y transporte para el casco urbano, pero ellos deben costearse su estadía en la población, por lo que se hace vital el apoyo de sus familias.
La metodología con la que aprenden también es novedosa, según la docente Claudia Ordóñez. “El currículo está estructurado por proyectos. Como en esta sede ven clases las cinco carreras, se les dictan unas clases introductorias y se les pone a trabajar interdisciplinarmente en proyectos de investigación, en el que aplican conocimientos de cada una de las carreras, lo cual ha sido un reto y una experiencia de aprendizaje”, recalcó.

Se les dictan unas clases introductorias y se les pone a trabajar interdisciplinarmente en proyectos de investigación, en el que aplican conocimientos de cada una de las carreras

Con ello han logrado consolidar trabajos como el de Tobías Pabón (de ingeniería agrícola), Pilar Dimaté (medicina veterinaria) y Yesid Lazo (zootecnia), quienes evaluaron cuatro dietas en aves ponedoras, y cómo la alimentación intervenía en la producción de huevos.
O también, el de las estudiantes de veterinaria Adriana Ardila, Tatiana Rodríguez, Vanesa Poveda y de Armando Cristiano, quienes analizaron cómo afecta la exposición de luz (fotoperiodo) en la producción de cuyes.
Jorge Celis, subsecretario de Integración Interistitucional de la Secretaría de Educación, dice que este proyecto se enmarca en la estrategia para ofrecer educación superior a la ruralidad, y que está basado en tres pilares: acceso, pertinencia y calidad.
“¿Por qué consideración especial para ellos? Porque queremos que puedan acceder a educación superior, pero que estén en contacto con la ruralidad y su localidad, y porque sabemos que estamos formando jóvenes con educación de alto nivel, en ambos sentidos”, indicó.

¿Por qué consideración especial para ellos? Porque queremos que puedan acceder a educación superior, pero que estén en contacto con la ruralidad y su localidad

Este es el perfil de los aspirantes

La Secretaría de Educación elaboró el perfil del estudiante rural, a través de 1.220 encuestas a estudiantes de grados 5.°, 9.° y 11, de 20 colegios rurales, que tienen 36 sedes. También, a 343 padres de familia de menores que están en estos grados, a 187 docentes, a 15 coordinadores de colegios y a 9 rectores.
Sobre esta base de consultados se observa, por ejemplo, que en la ruralidad el 17 por ciento de estas familias pertenece a estratos 0; el 43,5 a estratos 1; el 33,3 por ciento a estratos 2 y el 4,9 por ciento a estratos 3, lo que habla de las precarias condiciones en las que viven los campesinos bogotanos. El 75 por ciento de ellos está en nivel 1 en el Sisbén.
Sin embargo, si se entra a revisar las cifras por localidades, la ubicación de la población en los estratos y en el nivel de Sisbén en el que está inscrito varía.
Ahora bien, cuando se les preguntó a los jefes de hogar el máximo nivel educativo alcanzado, se encontró que, por ejemplo en Sumapaz, el 66 por ciento solo concluyó la primaria y el 27 por ciento alcanzó al bachillerato. En las localidades de Santa Fe y Usme sucede algo similar, cerca del 64 por ciento cursó la primaria y el 33 y 27 por ciento, respectivamente, el bachillerato.
Otra situación que preocupa es que en Sumapaz, solo el 54 por ciento de los jóvenes encuestados se visualiza viviendo en el campo cuando tenga la edad de sus padres. Le sigue Santa Fe, con el 53 por ciento de los jóvenes. En Ciudad Bolívar, solo el 28 por ciento lo afirmó.

Así es la zona rural

Hay que tener en cuenta que Bogotá posee una extensión territorial de 163.575 hectáreas. De estas, 38.431 (23 por ciento) son suelo urbano, integrado por 19 de las 20 localidades. Además, hay 2.974 hectáreas consideradas como suelo de expansión a donde la capital podría crecer (equivale al 1,8 por ciento).
Las 121.474 hectáreas restantes, es decir, casi el 76 por ciento, son consideradas suelo rural y área de páramo protegido. En estas zonas habita la población del campo bogotano.
En ocho de las localidades que tienen áreas rurales se ubican 28 colegios, con cupos en todos los grados para 14.408 estudiantes, a la fecha.
Las instituciones educativas se distribuyen entre Chapinero (2), Ciudad Bolívar (4), San Cristóbal (2), Santa Fe (1), Suba (2), Sumapaz (2), Usaquén (1) Usme (14), según los datos del Sistema de Información de Matrícula (Simat).
Para ubicar estos datos, la SED cruzó los compilados de la Base de Matrículas, del Sisbén Nacional hecho por el Departamento Nacional de Planeación y el Censo Rural elaborado por la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico.
MICHAEL CRUZ
EL TIEMPO
En Twitter: @M_CruzRoa
miccru@eltiempo.com
Michael Cruz
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