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Bocas

Yuri Buenaventura: el músico suicida

Su verdadero apellido es Bedoya, se puso Buenaventura por su pueblo.

Su verdadero apellido es Bedoya, se puso Buenaventura por su pueblo.

Foto:Pablo Gallego

Una conversación con el protagonista de la salsa en París.

 La primera vez que vi a Yuri Buenaventura no supe que era él; había bailado sus canciones, pero no podía definir su aspecto físico, en ese momento estaba recién graduada de la universidad y para no quedarme en la casa sin hacer nada, trabajaba en una joyería en un centro comercial de Cali. Un día entró una niña de 14 años y se quedó pegada de las vitrinas. Su tío quería regalarle un reloj azul. Iba a pagar con una tarjeta de crédito y le pedí la cédula. Corroboré los datos: “Yuri Bedoya”, leí. Lugar de nacimiento: Buenaventura. “¿Vos sos Yuri Buenaventura?”, le pregunté. Hablamos un rato, intercambiamos palabras y números de celulares. “Un día de estos te entrevisto”. Pasaron cuatro años y lo primero que hice cuando me puse en contacto fue decirle: “Yo te vendí un reloj azul en Chipichape para tu sobrinita, ¿te acordás?”. Yuri se acordó y finalmente me citó en un silencioso apartamento en Bogotá. Un apartamento del que se ven los cerros imponentes y llenos de neblina. Me ofreció un té. “Cerrá los ojos y olé este, y este otro, y aquí hay uno más, este es el número cuatro”. Me decidí por el número dos, un té con olor a frutos rojos. Él escogió uno de nombre musical: Ópera. Puso cantos gregorianos en su equipo de sonido. Me senté en un sofá mientras el agua hervía. Una fila de maletas lindaba la pared contigua a la puerta. Siempre está de viaje entre Cali, Bogotá y París, “todo depende del ánimo”.
Yuri dice haber nacido negro. Creció en el Pacífico colombiano rodeado de animales, agua y tambores. La fecha de su nacimiento no está clara, pero tampoco le importa, “Yo como que no nací. Creo que llegué”. De jovencito sintió que la guerra de Buenaventura no le pertenecía y decidió vender su moto, su bicicleta y su ropa y comprar un tiquete a París. En la Ciudad de la Luz vivió en la indigencia, se enamoró, perdió la cordura y en un invierno de desespero se tiró al río Sena para darle punto final a sus malas canciones, pero el intento salió mal.
Yuri Buenaventura. Foto por Pablo Gallego.

Yuri Buenaventura. Foto por Pablo Gallego.

Foto:

¿De dónde salió su nombre?
A mi papá le impresionó mucho saber que un hombre había podido ir al espacio. Mi papá iba a ser un cura jesuita y arriba de las nubes solo estaba Dios. Y cuando el astronauta ruso Yuri Gagarin fue por primera vez al espacio dijo que no había visto a Dios. Está el espacio, están los astros; mi papá quedó marcado y me puso Yuri. Yo me puse Buenaventura por mi pueblo. Porque en Colombia ha habido mucho racismo; mucha exclusión. Y en el Pacífico siempre han dicho, incluidos los mismos caleños, que Buenaventura es una ciudad fea, que huele a pescado y que allá hay mucho negro. Me puse Buenaventura por tratar de hacer las cosas lo mejor posible a través de la música. A ver si la gente deja de ver a Buenaventura de ese modo.
Su papá era jesuita y su mamá monja. ¿Cómo se conocieron?
El seminario y el convento quedaban al lado. Los jesuitas iban a almorzar donde las monjas. Las monjas eran de claustro. Ellas no salían ni se veían con ellos nunca. Pero mi mamá lo veía por la ventana y lo logró ubicar. Cuando el torno de las comidas giraba, ella le dejaba noticas. Eran noticas de cosas puras, ¿no? Cuando mi papá y el resto de los jesuitas se iban, las monjas salían a recoger los platos. Ella empezó a encontrar en papelitos las respuestas de sus noticas. Se enamoraron y se salieron de ahí.
¿Habla con su mamá todos los días?
Con mi madre todo el tiempo debatimos temas de la Biblia. Mirá. Allá encima de la cama está la Biblia. Leo mucho ese libro. Es el único que cargo en cada viaje. Ella la lee unas diez u ocho horas diarias. Y lleva como cincuenta años leyendo así. Es impresionante.
¿Dónde nació?
En mi casa, con una partera.
¿En qué fecha?
Mi papá dice que nací el 19 de marzo. Mi mamá dice que el 19 de mayo. La cédula dice que fue el 11 de junio.
¿Cuándo celebra su cumpleaños?
No lo celebro. Nunca celebro esa güevonada. Uno no se celebra. A uno se lo celebran. Y como eso no está claro y como viajo todo el tiempo… Cuando estoy en Europa nadie sabe cuándo cumplo años. Cuando estoy acá ya no es la fecha. Yo no sé qué es eso. Yo como que no nací. Creo que llegué.
¿Cómo fue su niñez?
Muy hermosa. Fue en la biodiversidad. Nací en la isla de Cascajal. En unas lomitas que se llaman Viento Libre. Ahí en Buenaventura. Mi infancia fue con los animales. En el trópico y con el mar. Jugaba al escondite en las raíces del manglar. Jugaba con el agua al pecho. Me la pasaba escondido detrás de las raíces de los árboles.
Empezó a estudiar biología, luego economía y terminó haciendo música…
Me crié en un ambiente en donde todo era el agua. Mucho viento, muchos truenos, lluvia y tambor. Mucho negro y pescado. Los camarones, las culebras, las moras de la selva, el borojó y la guanábana. Pura exuberancia. Es un mundo muy generoso. Se ve el chontaduro, el toyo ahumado. Nosotros vivíamos en un palafito que quedaba al pie del agua. Y muy cerca bajaba un riachuelo donde estaban los camarones y las tortugas. Mi papá se volvió pescador. Él es el director de la Sociedad de Pescadores Artesanales de Colombia. Es una asociación muy marginal. Es gente que pesca con canalete. Donde están los pescadores está la cultura, el tambor y la marimba. Ahí está el sincretismo religioso. La etnia. Llegaba a mi casa y lo que se escuchaba eran cantos gregorianos. Música clásica barroca. Como la que estamos oyendo ahora. A mi papá y a otros pescadores los robaron. Uno de los integrantes de la asociación artesanal de pescadores los robó. Pensé que debía defender a mi papá y a los demás pescadores. Para eso era necesario estudiar biología. También estudié economía en la Sorbona en París. Pero esas teorías no me cuadraban. No tenían nada que ver con lo que estaba viviendo. Eran unas teorías abstractas, ¿sí me entendés? Lo mío es el arte, la música.
¿Dónde está su papá ahora?
Él está allá. En la marginalidad de los marginados. Es una vaina tremenda. De por sí Buenaventura es marginada, ahora imaginate la asociación de pescadores artesanales de allá. Más todavía. Mientras estudiaba biología había muchos problemas en Buenaventura. Mucha violencia. No me sentí cómodo en ese medio. Entonces me fui para París.
¿Por qué París? ¿Dónde aprendió francés?
Allá aprendí francés. Mi papá estudiaba mucho la literatura francesa. El mundo de mi papá no es Los Ángeles. No es Nueva York ni Miami. En la casa se respiraba un mundo más de claustro. Un mundo más europeo y de pensamiento occidental. Pero no el mercantilista de EE. UU. Allá se respiraba el pensamiento humano de Europa. Por eso me fui a París.
¿Cómo planeó su viaje a Francia?
Vendí la moto. Vendí la ropa. Allá en Buenaventura es común comprar camisas de segunda. Pantalones de segunda, zapatos de segunda. Vendí todo lo que tenía, hasta mi bicicleta.
¿Y a París llegó donde quién?
Llegué a donde un amigo que me iba a esperar. Y ese man no estaba. Nunca llegó. Era el año ochenta y pico. No hablaba un ápice de francés. Tenía treinta dólares en el bolsillo. Y dije “ni por el putas me devuelvo”. Ubiqué la dirección que me había dado mi amigo y ahí me senté a esperar. Como a las once de la noche un señor pasó y le dije: “Señor, ¿usted habla español?”. “Un poquito”. Y me llevó a dormir a su casa. Allá me quedé. Me acuerdo que en esa casa había una alemana, una vietnamita y un armenio. Ah, y el señor francés, claro. Eso ya me pareció un poquito más normal. Pensé que estaba en Europa. Era más o menos lo que me imaginaba con respecto a la vida hippie europea. Una casa en París llena de gente de todo el mundo. Claro que esa casa olía raro. Olía a culeo de loco [Risas]. Una vez un amigo me dijo: “Yuri, ese es el olor de la civilización”. [Risas].
¿Es verdad que fue indigente en París?
Sí. Me fui de esa casa y me puse a andar la calle. Viví la indigencia tres años. Fue una chimba de experiencia. Dura. Claro que la vida del indigente allá es muy diferente a la vida de un indigente de acá. En la calle vos te encontrás con abogados, economistas. Es gente que ha estudiado y que no está de acuerdo con el régimen. Piensan que no les sirve el sistema capitalista. Y en la calle se vive bien. Ese no era mi caso. [Risas]. No llegué a la calle por nada del régimen. Viví en la calle porque no tenía dónde vivir. Tenía un maletín y dentro de él un bongó. Lo tocaba en las calles y en los metros.
¿Dónde dormía?
Vivía en un metro que se llama “Cité”. Esa estación también la cierran al público, pero antes de que la cerraran me metía allá. Cruzaba antes de que pasaran los metros y buscaba mi cambuche.
¿Y el frío?
No, ahí había calefacción. Por eso la estación era mi hogar. Porque había tibieza. Toda la red del metro de París tiene calefacción. En el metro vive mucha gente.
¿Dónde se bañaba?
Por ahí. Donde fuera. A veces me cogía la policía y me llevaban a albergues. Ahí me peinaban y me bañaban.
¿Y los papeles?
No tenía papeles. Nunca me encontré frente a la situación de explicar de dónde venía y qué hacía en París. Yo no sé cómo no me deportaron. Es bien raro pensar que hace unas semanas me hicieron un homenaje en la Embajada francesa, ¿no? [Risas].
¿De qué se alimentaba?
En Francia es normal que la gente que anda en la calle, una vez se ha llenado y no quiere comer más, deja los alimentos bien envueltos sobre muritos. Aquí la gente los guarda para la casa o los bota a la basura. Allá es distinto. Tienen en cuenta a los indigentes y les dejan las sobras bien presentadas. A mí no me daba asco. La comida no estaba revuelta con la basura. Hasta la bebida la dejaban bien puesta. Pasaba y sabía que alguien me había dejado algo para comer.
Yuri Buenaventura. Foto por Pablo Gallego.

Yuri Buenaventura. Foto por Pablo Gallego.

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¿Consumió drogas?
No. Jamás. Nunca he tocado esa vaina.
¿Y el trago?
Me refugié mucho en el alcohol. Así ha sido siempre. Puedo tomarme una botella de whiskey diaria y dos botellas de vino blanco. Me puedo tomar una botella de vino solo en un almuerzo. Y una botella en una comida. Y de ahí para arriba rumba hasta las seis de la mañana. Siempre con botella de whiskey para mí solo. Al otro día me levanto con un guayabo que uffff… Ahí fue cuando escribí No lo puedo recordar. [Canta]. Otra vez me despierto. / Supongo que el día está hermoso. / Pero tú me haces falta. / Y vuelvo a la oscuridad. / Ahora siento que me invaden, la angustia y la soledad. / Me haces falta mucha falta. / Yo no te he podido encontrar. / Respiro difícilmente/ pero todo debe avanzar./ Me levanto con la fe / que este día te podré hallar./ No es que tenga yo un problema./ Es una situación muy particular./ Anoche salí de bohemia. / Por las calles te fui a buscar… Yo siempre escribo las canciones como si le hablara a una mujer, para que la gente entienda, porque si empiezo a hablar de otras cosas la gente se enreda.
¿Cuál es su trago preferido?
Me gusta mucho el Armagnac. Es el mejor licor del mundo. Es el más alto nivel de la fermentación de la uva. Más que el vino y el champagne. El Armagnac es producido por campesinos de la región del Gers en Francia. Ellos dicen que nosotros, en mi orquesta, hacemos “la música” y me entronizaron como mosquetero.
Pero volvamos a los tiempos duros. ¿Qué cantaba en el metro?
Música latinoamericana. Guantanamera y todas esas vainas. A los europeos les gustaba. Les gusta.
¿Por qué lo conocen más en Europa que aquí?
Porque me desarrollé allá. Hice mi trabajo allá. Aquí no he hecho nada.
¿Por qué?
Porque hay métodos de trabajar. A veces son meros comunicados de prensa. Vos te enterás de lo que hace Shakira y ella no está aquí. Los franceses manejan la música dentro del universo de la cultura. No del entretenimiento. Aquí la música es entretenimiento. Es como ir a la rueda de Chicago. Ir a la montaña rusa u oír música es lo mismo. Allá es arte. La música está en el mismo nivel de la pintura, de la poesía, las artes plásticas, la escultura, la cinematografía.
¿Qué es el entretenimiento?
Desde el entretenimiento Estados Unidos ha ganado todas las guerras. Según Hollywood y sus películas. El entretenimiento hace un gran aporte industrial a la incomunicación.
¿Ha hecho cine?
He hecho música para tres películas francesas. Una de ellas fue dirigida por Joyce Buñuel, la nieta de Luis Buñuel. Aquí en Colombia también hice la música para la película Te amo, Ana Elisa dirigida por Antonio Dorado y Robinson Díaz. Y hace poco hice la música de la serie Pablo Escobar, el patrón del mal.
¿De dónde nace su gusto por la música?
Mi papá es músico. Él tocaba el piano, la trompeta y otros instrumentos. Y la música de los negros. Creo que nací con eso. Dicen que cuando nací –en un callejón pequeñito–, en la casita de enfrente vivía una familia de apellido Estupiñán. Ellos sacaron los tambores el día de mi nacimiento. Cuando nace un niño se celebra. Es una cosa africanísima. Yo nazco negro. Mi etnia es negra. Imaginate un niño que va a nacer. Que está dentro del vientre de la madre y lo primero que oye es un cum bing, gon gan gan. Cum bing, gon gan ga. Y sale uno. Hoy en día uno casi ni se da cuenta de los nacimientos. Ahora nacen por allá en un hospital.
¿Es cierto que le dio conciertos privados a Brigitte Bardot?
¿Quién te dijo? [Risas]. Conocí a Brigitte hace como unos veinte años. Ella iba mucho a un bar donde yo tocaba en París. Y ella toca. Es guitarrista. Canta música llanera en español. Creo que tuvo un novio venezolano que le enseñó español. Yo iba con dos pelados al bar. Uno se llamaba Hans y el otro Lucho. No sé, creo que también íbamos con unos argentinos. No me acuerdo. No hablo de eso como desde hace quince años. Lo que pasa es que Brigitte ahora es una viejita toda loca. De derecha. Me siento raro hablando de ella. Un par de veces fui a su casa a tocar. Nunca le cobré ni un franco.
Cuénteme la historia del Sena y los bongoes…
Yo tocaba en un barcito y cada vez que salía de ahí, el cuero de los bongoes se reventaba por los cambios térmicos. “¡Pa!” ¡Juepucha! Ponerle cuero nuevo a los bongoes me costaba 150 francos en esa época. Ese cuero se me había reventado como cuatro veces. Lo que ganaba me lo gastaba comprando cuero para ese bongó. Es como si a vos te robaran un carro cada semana. Y el cuero de ese bongó era la empresa, era la casa. Era mi vida. Sin ese cuero no podía vivir, no podía comer. Cuando se reventó la última vez me dio mucha rabia. Me amarré el maletín en el que lo llevaba al cuello y me tiré al río Sena. Estaba empezando el invierno. Tenía las botas, las medias, un pantalón que iba por debajo, el jean, una camisilla térmica, una camisa, un buzo, chaqueta, bufanda, guantes, un gorrito y el bongó. Me tiré con todas esas maricadas. ¿Vos has visto que en el cine cuando alguien se está ahogando parece que estuviera flotando? Se oye un “pumb” y después hay un silencio. Cuando saqué la cabeza del agua solo tenía puestos los calzoncillos y la media café del pie izquierdo. No sé nada más. No recuerdo qué pasó exactamente.
¿En qué estaba pensando?
Antes de tirarme, peleé con Dios. Le decía “matame. Matame ya. Partime”. “Un rayo, lo que sea, partime ya”. “No aguanto más”. Miraba al cielo y gritaba “¿Qué querés de mí?”. “Partime ya”. Ese man me estaba dando muy duro. Ya llevaba siete años mal. Tres de calle y cuatro de vivir como un perro. El inmigrante que se va de aquí y dice “yo pasé trabajos”. Listo. Esos son los cuatro años que pasé trabajos. Pero por debajo de esos “trabajos” está la indigencia. Fueron siete años durísimos. Ya no aguantaba más. Estaba haciendo lo mejor que podía. Era un hombre bueno. Estaba buscando amor. Y dando amor con la música. En ese momento dije: “coma mierda. Esto está muy bravo. Ya no aguanto más”. Me suicidé. Me ahogué. Me morí. Pero me salió mal. Si no me mataba porque me estrellaba contra algo, me mataba la podredumbre de esa agua, o el frío porque era invierno. No sé cómo no me maté. Era una altura brava. Más alta que este piso. Y aquí estamos en un quinto piso. Cuando tuve conciencia de nuevo, atravesé el río nadando y salí al otro lado. A partir de ahí todo cambió.
¿Cómo salió de la indigencia y alcanzó lo que ha logrado hasta hoy?
Fue un proceso de trabajo y de fe en la vida. De confianza en la música y en el arte. En el destino que se traza uno como ser humano confiando en Dios y en la música. Lo demás es trabajo.
¿Cómo se educó en la música?
A los 28 años compartí escenarios y experiencias con grandes músicos. Me fui formando al lado de Goran Beregovic, Emir Kusturica, Yossou N’Dour, Salif Keita, Ibrahim Ferrer, del Buena Vista. Músicos de Pablo Milanés, Pancho Amat, la gente de Aragón en Cuba. En San Juan de Puerto Rico con Papo Lucca, Cheo Feliciano, Roberto Roena, Luisito Carrión, Eddie Palmieri, Tito Puente…, con todo el mundo. Eso fue una década entera. Ahí aprendí a hacer mi música. A partir de los 38 conceptualicé mi música. La música de Yuri Buenaventura es “la música de Yuri Buenaventura”. No es la fotocopia de nadie.
¿Con qué artista disfrutó más haber compartido escenario?
Con Ibrahim Ferrer, del Buenavista Social Club, tuve la experiencia más mística. Él le imprimía un amor al bolero, una cosa muy… no sé cómo decirte, era una cosa de adentro. Con él cantamos en la isla de Córcega en el Mediterráneo francés, unos días antes de su muerte.
Y en el festival Roskilde, en Dinamarca, tuve un voltaje tremendo con Duran Duran, Snoop Dogg y Black Sabbath. Eso fue impresionante.
Yuri Buenaventura. Foto por Pablo Gallego.

Yuri Buenaventura. Foto por Pablo Gallego.

Foto:

¿En qué momento escribe sus canciones?
Almaceno información. Todo lo que vivo lo almaceno. Cualquier día me encierro por dos meses a recordar lo que he vivido. Lo que he sentido. Me acuerdo y empiezo a escribir.
¿Todo el tiempo oye sonidos?
¡Ufffff, jueputa!, sí. A veces me vuelvo loco porque todo lo oigo. Todo suena, ¿oís?
¿De quién se ha enamorado?
Viví con una mujer en París. Ella hacía esculturas monumentales. Nos fuimos a vivir juntos. En esa época todavía vivía en el metro. Iba sentado en el metro, no sé para dónde iba y vi que la persona que tenía en frente no dejaba de mirarme. Yo no soy capaz de decirle a una muchacha que me gusta. A mí me tienen que decir “vea, usted me gusta”. Yo no soy capaz de hablar. Me parece que eso es tremendísimo. Cuando me lo han dicho me da una emoción muy grande. A veces salgo corriendo. Y cuando esta mujer del metro no dejaba de mirarme pensé que iba a esperar a que la puerta se abriera para bajarme de una. Llegamos a la siguiente estación. El tren se detuvo y salté. Me bajé de una, como huyendo. Salí por el corredor sin mirar. Sentí que alguien venía detrás de mí y era ella. Me escondí varias veces en la estación. Ella me perseguía. Hasta que esperé a que llegara, se paró enfrente de mí y le dije: “¿Qué querés? ”. Y me dijo: “Vivir con vos”. Le dije: “Bueno, ¿qué hacemos?”. Y ella me dijo que fuéramos a su casa por la ropa. Y fuimos. Llegamos a su casa y me pidió que la esperara a unos metros de la puerta. Y eso se oía una pelea. Gritos y cosas. [Risas]. Me imagino que era su compañero reclamándole por esa escapada tan extraña. Yo me acuerdo que salió un maletín por la ventana. [Risas]. Me dio la mano y nos fuimos. Ella me preguntó que para dónde íbamos. Yo le dije que no tenía ni idea, que no tenía casa. Y ella no tuvo ningún problema y me llevó a la casa de una de sus amigas. Y así hicimos. Un día en la casa de una amiga, el otro en la de otra amiga y así. Ella esculpía con martillo. Yo tocaba el bongó. Y ella, para ganarse la vida, era modelo en una escuela de dibujo. Se desnudaba y los estudiantes la pintaban. Y también empecé a dibujarla. Y era su perro. Para donde ella fuera, ahí estaba yo. No tenía dónde vivir, no tenía nada que hacer. Para donde ella me dijera, para allá iba. Me regaló unos papeles, unos lápices y unos carboncillos para poder entrar a la escuela donde trabajaba.
¿Y qué pasó con ella?
Caí en una especie de desequilibrio mental y nos separamos. Estaba muy cansado. Muy mal. Un día estuve pintando desde el jueves hasta el domingo sin comer y sin dormir. Estaba hecho un zombi. Tenía un relojito que siempre me quedaba al revés. Vi la hora y eran las nueve. Las nueve de la mañana del domingo; cuatro días sin parar. El segundero llegó a las doce y ahí paró. Hizo “pup”. El tiempo se paró ahí. [Yuri señala con los dedos de ambas manos el ángulo en el que estaban las agujas del reloj.] Se detuvo a las nueve en punto. Eso fue impresionante. Ese ángulo de 45 grados hizo “tac”. Y ahí se me fue el cerebro para atrás. Al pasado. Imaginate un casete devolviéndose a toda. Vi el rostro de mi mamá. Y dije: “Mi mamá. Mi madre, ¿dónde está mi madre?”. Empecé a buscarla. Y todo lo que hacía tenía que llevarme hacia su rostro. Y así salí de la demencia. Yo he sacado a gente de allá. A mí me han llevado a clínicas de reposo donde amigos que han caído en la demencia para ayudarlos a salir de allá. He ido y los he sacado. Yo sé cómo los saco.
¿Cómo?
Hay que ver por dónde entraron.
¿Y usted por dónde entró?
Yo no sé. Solo sé que salí por mi mamá.
¿En qué consistía su demencia?
Era bien raro. Cuando uno está en eso, uno no… Yo comía de la basura y no me hacía falta nada. No tenía un peso. Vivía. Uno regularmente piensa dónde va a ir a dormir o qué va a hacer mañana. Un demente es un man que no piensa en nada de eso. No tiene responsabilidad con nadie ni con nada. Y ve cosas. Yo las veo. Ahí, por ejemplo [señala al frente], hay un monstruo. Ahí está una culebra, todo bien, ahí está. Yo veo eso. Ahorita te estoy hablando y los estoy viendo. Ahí están. Ya sé que están ahí [me señala la chimenea y me dice que hay una culebra, pero que fresca que no nos va a atacar]. Ahí está la Virgen. Se acaba de sentar. Se sentó ahí con un diablo. Se sentaron más diablitos. Hay una cadena de diablitos. Allá hay una llama. Ahí está la Virgen quieta. Si esa Virgen se deja convencer de todos esos manes se vuelve un demonio. La música me permite ver eso y salir. Y no vivir ahí. Entrar, ir y salir cuando yo quiera.
¿Ha estado internado en un centro de reposo?
No. Nunca. ¿Para qué?
¿Ha sido medicado por psiquiatras?
No, cuando era niño me daban un montón de vainas dizque porque yo veía cosas. En este libro hay una cosa que quiero leerte. [Lee un fragmento de un libro que saca de la biblioteca, Teoría y juego del duende, de Lorca]. El duende en el arte sale solamente cuando ve las posibilidades de una muerte. En cambio la musa es una traidora. La musa es “ay, la musa”. El duende es el de a pie. Es el arte de a pie. Es el arte que deambula en una casa. [Lee]. “Con la ayuda de un gesto de un sonido del duende ama llevar sobre sus bordes el combate leal con el creador. El ángel escapa con violines donde el ritmo y el duende hieren”, donde llega el duende, hiere. La musa y los ángeles desaparecen. Tienen que desaparecer. Yo no hablo del diablo. Las musas y los ángeles frente al duende del arte se agüevan. ¿Me entendés?
¿A usted lo ha inspirado la musa o el duende?
El duende. Porque el duende es negro. La música y el sabor del negro es duende. Nosotros estamos en una posición de emancipación. La búsqueda de la emancipación, de justicia, de derechos. Los ángeles están para bendecir, para ser cómplices. Los ángeles fueron cómplices de la Inquisición, ¿me entendés? Las musas son la inspiración del arte de las élites. El duende es el que está en el flamenco. El que está en un tambor de salsa, en un currulao, en un vallenato. En mi música.
MARGARITA PEÑA
FOTOS: PABLO GALLEGO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 19 - MAYO DE 2013
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