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Bocas

Lecciones que nos deja Venezuela

Alberto Casas Santamaría.

Alberto Casas Santamaría.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

CITAS DE CASAS

Jose Jaramillo
De la misma manera en que el conflicto entre colombianos principió en 1810, el de Colombia con Venezuela arrancó en 1829, inmediatamente después de consolidada la independencia de España. El origen del conflicto fue el intento de unos amigos de Bolívar –Castillo y Rada, Rafael Urdaneta, José Manuel Restrepo y Estanislao Vergara– de instaurar en la Nueva Granada una monarquía con un príncipe inglés o francés, con la condición de que esas naciones se comprometieran a sostener la nueva monarquía. El proyecto fracasó porque Francia no quería aceptar a un rey de la casa real inglesa y, a su vez, Inglaterra se oponía al advenimiento de un soberano francés.
Los venezolanos montaron en cólera y con base en esa molestia armaron un movimiento separatista y resolvieron desconocer la autoridad del Libertador. Ahí empieza la guachafita que, con algunos intervalos de buenas relaciones entre “hermanos“, vuelve ahora a enervarse en pleno siglo XXI.
Enfrentar a Venezuela es peligroso porque la mecha se enciende con facilidad y es difícil –y costoso– apagarla. Esa fue la lección que quedó en 1829 y que terminó con el rompimiento definitivo entre los dos países. De ahí en adelante ha sido un dolor de cabeza permanente y la historia nos enseña que el riesgo de una guerra es una amenaza que se ha sufrido varias veces.
En mayo de 1830 el Congreso de Venezuela le comunicó a Colombia que para entablar negociaciones Bolívar debería salir del país. En efecto, Bolívar emprendió la retirada y murió triste y abandonado en Santa Marta con el dolor asfixiante de la bronca entre colombianos y venezolanos. En septiembre de ese año, ese Congreso de Valencia sancionó la nueva Constitución y proclamó la separación definitiva de Colombia.
En 1831, a partir del reconocimiento de esa independencia por parte de la Nueva Granada, vinieron largas e interminables negociaciones sin resultados hasta 1881, cuando se suscribió una convención por medio de la cual se sometía al arbitraje del rey de España la cuestión de los límites entre las dos naciones. En 1886 se ratificó el mandato a la reina de España para fallar en derecho y equidad el arbitraje que definiría los límites territoriales que hoy reconocemos y son los vigentes desde 1891. Aunque no han faltado las escaramuzas que han perturbado la armonía recomendable entre vecinos que comparten una muy extensa frontera.
Entre las escaramuzas, sobresalen las que se refieren a la intervención de Venezuela en el conflicto interno de Colombia, y la de Colombia en asuntos internos de Venezuela. La primera sucedió a finales del siglo XIX, con el apoyo del presidente venezolano Cipriano Castro a los revolucionarios liberales y la represalia del gobierno conservador que envió ayudas a los enemigos de Castro: en 1901 Colombia invadió a Venezuela por la región del Táchira y, en represalia, Venezuela organizó dos expediciones para invadir La Guajira. Las aventuras militares en ambos lados fracasaron por fortuna, pero estuvimos cerca de una guerra estúpida. La mala situación en ambos lados de la frontera impidió la conflagración.
Luego, en 1952, sucedió el incidente del archipiélago de Los Monjes, en el que una fragata colombiana, el Almirante Padilla, “había bombardeado” los islotes, según dijeron los venezolanos. El presidente Pérez Jiménez hizo saber a Francisco Urrutia, embajador de Colombia en Caracas, que si Colombia no reconocía la soberanía de Venezuela sobre Los Monjes invadiría La Guajira. Entonces Colombia señaló: “No objetamos la soberanía de Venezuela sobre Los Monjes”.
En agosto de 1987, una corbeta de la armada colombiana que ingresó al golfo de Venezuela fue interceptada por el patrullero venezolano ARV Libertad. A los oficiales al mando de la nave colombiana les informaron que “se encontraban sin autorización en aguas venezolanas y que, por tanto, les sugerían que se retiraran de inmediato. “Bienvenido, patrullero Libertad, al mar colombiano, zona económica exclusiva. Estamos en navegación de rutina en nuestras aguas territoriales”, respondieron los interceptados. “¡Le ordeno desalojar estas aguas!”, repuso la nave venezolana.
¡Ayayay! Venezuela se puso en pie de guerra y movilizó sus fuerzas militares a la zona. Los poderosos F-16 volaron encima del ARV Libertad y, en una nota diplomática, los venezolanos exigieron el retiro de la nave colombiana. ¿Y qué pasó entonces? Que Colombia retiró la corbeta.
No sobra recordar estos antecedentes cuando surgen voces que llaman a posturas más duras frente a las dificultades que afectan a Venezuela, un territorio que alberga a millones de colombianos. Ellos, en últimas, podrían ser las víctimas que “paguen el pato”.
¿Ser más duros para qué? ¿Para entrar en guerra o para mamarnos el reclamo como lo hemos hecho desde 1830?
ALBERTO CASAS SANTAMARÍA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 62 - ABRIL 2017
Jose Jaramillo
icono el tiempo

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