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Bocas

El albañil que se convirtió en ciclista: la historia del viejo Patro

José Patrocinio Jiménez fue el primer colombiano que portó la camiseta de puntos rojos en el Tour de Francia.

José Patrocinio Jiménez fue el primer colombiano que portó la camiseta de puntos rojos en el Tour de Francia.

Foto:Ilustración: Guerrero

En los años 80, Patrocinio Jiménez fue uno de los primeros colombianos que triunfaron en Europa. 

Jose Jaramillo
Esta entrevista fue publicada en la edición 22 de la revista BOCAS, en agosto de 2013.
Si hubo un ciclista colombiano en quien recayera con justicia el apelativo de “escarabajo”, ese fue José Patrocinio Jiménez. De hecho, literal y figurativamente, el boyacense fue la representación en vida de esa imagen legendaria. En él, podría decirse, el concepto tomó forma.
Tanto es así que, en 1983 –tres meses antes de que el equipo Pilas Varta viajara a representar por primera vez en la historia al país en el Tour de Francia–, en las salas de cine de Colombia se estrenó una película llamada El escarabajo, dirigida por Lisandro Duque y con el papel estelar del viejo Patro, como el viejo Patro.
La cinta, en resumen, contaba la historia de un muchacho de provincia (protagonizado por el actor mexicano Eduardo Gascón), quien tenía como ídolo a Patrocinio Jiménez. La historia alcanzaba su punto más alto cuando el cándido galán le ganaba una carrera a su ídolo. José Patrocinio, tan aldeano, tan sincero, tan derecho, después del rodaje le dijo al director Duque: “Yo la verdad le agradezco esta linda oportunidad en el cine, pero en lo que no estoy de acuerdo es que un guevón que no sabe ni subirse en la bicicleta me gane al final”.
El hijo de Ramiriquí (Boyacá) ya era entonces héroe del ciclismo nacional y uno de los grandes deportistas en la historia de Colombia. Encarnaba, en sí mismo, la leyenda del escalador criollo. La fábula del campesino criado a punta de arepas, agua de panela y leche ordeñada por él mismo. La alegoría del pedalista bajito, silente, disciplinado, corajudo, talentoso e inalcanzable en la montaña.
En julio de aquel año, Patro, junto a su compadre Alfonso Flórez, lideró el equipo amateur que debutó en la prueba máxima del ciclismo mundial. A sus 31 años, con un país paralizado por su impresionante actuación, conquistó –por primera vez para América– la camiseta de los puntos rojos (al mejor escalador del Tour), la misma que perdió dramáticamente al final de la competencia. Fue en ese instante, hace ya tres décadas, cuando empezó el mito. Y fue allí, en el Tour, donde José Patrocinio Jiménez se graduó como uno de los grandes deportistas en la historia de Colombia.
Usted salió a los 13 años de su vereda rumbo a la capital. ¿Por qué?
Porque la vida se estaba poniendo difícil. Es que el campo es jodido.
¿Qué vino hacer a Bogotá?
Cuando emigramos a Bogotá con mi hermano gemelo, lo primero que hicimos fue trabajar con los otros dos hermanos que ya estaban en la construcción. En “la rusa”, como se dice.
¿Cuánto ganaba?
105 pesos a la semana. Con eso tenía para el transporte, para mandarle 30 pesos a mi mamá, y para darle 30 pesos a mi papá, con quien vivía en el barrio Vergel. El resto era para sobrevivir.
¿Qué es lo más duro que le puede suceder a un campesino cuando llega a la capital?
No es la rudeza del trabajo, porque yo venía de echar azadón. Pero si recuerdo que, yendo para la obra, pasó un gamín y de puro “jediondo” me quitó mi gorrita campesina que traía puesta y me la botó a la calle, ahí en la mitad de la carrera 30. Pasó un carro y me la volvió una nada. Ahí, con mi hermano, tomamos la decisión de no volver a usar gorrita en la ciudad.
¿Alcanzó a construir casas?
No, solo llegué a parar la estructura. Pero sí puedo decir que levanté todas las columnas de la calle 53, del barrio Nicolás de Federmán. Esas tienen mi sello. ¡Je!
¿Dónde vivió?
En un casita muy pobre. Ahí vivíamos mi papá, mi hermano Alfonso y yo, en una habitación. Mi papá recogía basura en San Victorino, era lo que entonces se llamaba un "escobita".
Usted empezó tarde el ciclismo, ¿cierto?
A los 17 años. El contra-maestro que reemplazaba a mis hermanos cuando tenían que salir de la obra había sido ciclista y tenía una bicicleta de carreras. Yo la miraba y me derretía. Un día me dijo: “Chino, se la vendo”. Se la compré por 400 pesos, en cuotas, y cuando me la dio me dijo: “Chino, ojalá algún día gane una vuelta a Colombia, porque yo no pude”. Y esas palabras se quedaron grabadas en mi mente, para toda la vida. Ahí nació mi carrera deportiva. Empecé a irme de la obra a la casa, soñando con ser un ciclista profesional.
Tiempo atrás, en todas las obras del país los albañiles escuchaban con fervor la Vuelta a Colombia. ¿Usted también seguía la competencia mientras tiraba cemento?
Yo no sé ahora, pero ese era el hobby de todos los albañiles: escuchar la Vuelta a Colombia. Había un tipo que llevaba su radiecito y la ponía a todo volumen; y eso era lo más grandioso para mí. Yo quería ser como Martín Emilio Cochise Rodríguez. Él fue mi inspiración. Tenía tantas historias bonitas…
¿Cómo empezó todo?
Mi hermano me compró otra bicicleta más verraca y yo le dejé la mía. Empezábamos a salir a entrenar a las tres de la mañana, 8, o 10, o 12 kilómetros, para poder llegar a las siete de la mañana al trabajo. Luego íbamos hasta La Calera, a Sopó o entrenábamos por la calle 68. En ese tiempo no había tanto tráfico en Bogotá. Desde el principio me di cuenta de que era bueno para la bicicleta porque yo le ganaba sobrado a mi hermano; él se dio cuenta de eso y empezó a apoyarme. Entrené seis meses para correr el Clásico de Turismeros, una carrera que hacía don Leonidas Herrera, del Club Ciclo Ases. Y me la gané.
José Patrocinio Jiménez

José Patrocinio Jiménez

Foto:Filiberto Pinzón

Entonces le dijo adiós al pañete...
Al haber ganado ese clásico, ahí terminó mi carrera como albañil. A mí me llamó una empresa, Prodisol, que me dio bicicleta de carreras y uniforme.
¿Qué edad tenía?
18 años. Eso fue en el año 73.
¿Qué vino después?
La Vuelta al Sur, la Clásica de Santander y otras carreras pequeñas. Yo no lo podía creer.
Y empezó a vivir el sueño del ciclista en serio…
Yo dormía con mi bicicleta al lado, la miraba y me decía: “Esto es un sueño muy lindo y yo tengo que ponerle todo mi corazón”. Y sí, todo lo que hice en mi vida lo hice a punta de corazón. Recuerdo que con Prodisol dormí por primera vez en mi vida en un hotel, en Neiva, en la Vuelta al Sur. Esa noche lloré de la alegría: “¡Yo dormir en un hotel!”, decía... Ahí me prometí que, lloviera o cayeran rayos, yo tenía que entrenar todos los días de cinco de la mañana al mediodía. Y eso me dio resultado.
¿Cuándo se dio cuenta de que era un superdotado?
Desde el puro principio fui un corredor alegre, con decisión. Yo siempre quería fregar a los demás. A mí nadie me lo dijo, pero cogí una vaina que se volvió mi sello: yo gozaba con el sufrimiento de los demás, porque yo todos los días entrenaba, todo el año y sabía lo que tenía. Entonces me hacía feliz ver cuando los demás se quedaban. Cuando yo iba adelante, y ellos me trataban de seguir, yo los esperaba. Entonces volvía y los atacaba. Era como torturarlos… Y yo gozaba…
¿Cuándo supo que la montaña era su mejor aliada?
El primer triunfo importante que conseguí fue en la Vuelta de la Juventud del 74. Gané la etapa entre Ibagué y Armenia. Como no había teléfono, ese día busqué a los de la radio y dije la típica: “Un saludo a mi apá y a mi amá”. En esa época le hacíamos cola a don Alberto Piedrahíta para que nos dejara saludar a la familia desde su micrófono.
En ese mismo año, se vino su primera Vuelta a Colombia. Otro sueño cumplido…
Tuve la suerte de quedar octavo. Fui el mejor novato de la vuelta. Y yo al lado de Álvaro Pachón, Miguel Samacá, Rafael Antonio Niño, Alberto “Chispitas” Duarte, increíble…
En el 75 quedó de segundo en la Vuelta a Colombia y en el 76, con sobrados méritos, se la ganó.
En el 75 quedé detrás de Rafael Antonio Niño, y en el 76 la gané a punta de coraje.
¿Cuál fue el momento estelar de esa carrera?
En la primera etapa hubo una fuga donde se fue mi compañero de equipo, Plinio Casas. Así que yo quedé a ocho minutos. Entonces la misión, de ahí en adelante, era trabajar para Plinio. El tema es que para la etapa Ibagué-Pereira, que tiene la subida de La Línea, el técnico me dijo: “Patro, ponga un paso fuertecito y llévelos ahí jodidos, para que no nos ataquen”. Cuando empezamos a subir, puse mi paso, pero nadie me aguantó. Yo pasé por La Línea con no sé cuántos minutos de ventaja. La historia es que llegué a Pereira, gané la etapa y le desconté a mi compañero siete minutos y pico. Quedé a un minuto. Esa tarde mucha gente que era hincha mía se me acercó y me dijo: “‘Patro’, tiene que ganar la vuelta”. Me lo decían masajistas y entrenadores de otros equipos: “Usted es un superdotado”. Entonces se vino la última etapa: Riosucio-Medellín, y el técnico hizo la charla. “Bueno, los dos merecen ganar la vuelta, pero mañana gana el mejor”, dijo.
Y está claro que ganó. Pero ¿por cuánto?
Le saqué siete minutos o algo así al resto. Me gané la vuelta por seis minutos, más o menos. Cuando empezamos a subir en La Pintada ataqué y ya nadie me paró.
Increíblemente fue la única Vuelta a Colombia que gano... Porque desafortunadamente perdí tres con Rafael Antonio Niño. Ese era un monstruo.
El 76 fue su año. Lo ganó todo…
Vuelta al Táchira, el Clásico RCN, la vuelta a Guatemala, la Clásica de Jalisco y la Vuelta a Colombia. Eso me dio el mérito para que la Acord me nombrara como el mejor deportista de Colombia del año 76.
¿Es cierto que, por su forma de subir, empezó a hacer carrera el término de escarabajo?
Por ahí empezó la cosa, pero no creo que haya sido solo por mí. Creo que era con todos los ciclistas colombianos. Eso es por nuestra manera de subir.
Entonces comenzó a ganar platica. ¿Fue algo considerable?
Con lo que hice ese año me compré una casa lote en el barrio San Isidro, en Bogotá, que todavía lo tengo. Ya en el 77, el Ministerio de Obras Públicas me contrató para correr en su equipo, Minobras, y me dio una casita en el barrio Carabelas, cerca de Ciudad Montes. Y esa casa todavía es mía.
¿En el 77 nació la famosa rivalidad con Rafael Antonio Niño? ¿Si había tal?
En parte sí porque él se hizo buen amigo mío, fue padrino de mi boda y hasta me quiso llevar a su equipo. Pero yo finalmente firmé para Minobras. Así que en esa vuelta si hubo rivalidad, porque me trataba con palabras soeces. Me decía en plena carrera que yo era un traidor. Entonces yo le decía: “Padrino, hijueputa, pues ahora sí le voy a faltar al respeto”. Y lo atacaba. Y le decía: “Yo soy mejor que usted en la montaña, güevón”. Entonces esa fue una rivalidad de la que se benefició la afición, porque nos veían en la montaña subiendo y la cosa era en serio. Quiero aclarar, por supuesto, que la rivalidad fue en la carretera. En el hotel ya nos mamábamos gallo. El vergajo me ganó la vuelta tres veces.
De ahí en adelante, en diferentes seleccionados nacionales, usted empezó a representar al país. Y ganó por todos lados. ¿Es cierto que conquistó más etapas por fuera que aquí adentro?
Yo sí creo. En Guatemala, si no me equivoco, gané 14 etapas, en dos vueltas a ese país; en el Tour de L´Avenir, en Francia, gané dos etapas; en el premio Guillermo Tell, en Suiza, también gané dos etapas; en la Vuelta a Táchira gané tres veces; en México gané otras tres, en la Coors Classic también gané un par; en Chile también. Por todos lados. Yo representé muy bien a mi país.
¿Cómo empezó a organizarse el ciclismo colombiano para dar el salto a Europa.
En 1980 me contrató mi compadre Raúl Mesa para el equipo de Freskola. Él y el licenciado Héctor Urrego consiguieron la invitación al Tour de L’Avenir. Ese año 80, con esa carrera, se partió la historia del ciclismo antiguo y el ciclismo moderno en Colombia.
1976 fue uno de los grandes años en la carrera de Jiménez.

1976 fue uno de los grandes años en la carrera de Jiménez.

Foto:

En el Tour de L’Avenir nació el cuento de que los colombianos eran tipos raros que se alimentaban con panela. ¿Qué tan cierta es la leyenda?
Pues sí éramos raros porque llegamos allá con nuestra pantaloneta de lana, nuestra camiseta de lana, nuestros bocadillos, nuestra panela y nuestros herpos. Solo llevábamos ganas de participar. La verdad es que unos güevones del equipo alemán nos hicieron en el comedor unos gestos humillantes: se tapaban la boca con la mano y aullaban como en las películas de vaqueros. Como si nosotros fuéramos los indios malos de la película. El caso es que un equipo de Suiza nos regaló los uniformes de licra y otra marca nos ofreció una bebida energizante. Ahí se acabó lo de la panela. Lo que pasa es que después los locutores y periodistas empezaron a darle al cuento de que nuestro mejor alimento era la panela. Pero eso se quedó en el 80.
¿Recuerda la alineación de ese quipo?
Éramos seis: Alfonso Flórez, Rogelio Arango, Julio Alberto Rubiano, Fabio Arias, Rafael Acevedo y yo. Yo gané una etapa y Alfonso se ganó la prueba. Ahí cambió todo.
Flórez fue su gran compadre, ¿cierto?
Que en paz descanse. Él fue el padrino de una de mis hijas. Extraordinariamente buen amigo.
En 1982 usted volvió al Tour de L´Avenir y le tocó pelear la carrera con Pascal Simón…
Ahí quedé tercero. Pascal Simón ganó y de segundo quedó Soukhoroutchenkov. Ahí gané yo dos etapas. Hay que recordar que después Pascal fue líder en el Tour de Francia. Ahí seguíamos demostrando que estábamos en el podio.
¿Cómo se armó el equipo para participar por primera vez en el Tour?
Miguel Ángel Bermúdez, el recién estrenado director de la Federación de Ciclismo, nos reunió a “veintipico” de corredores y nos dijo: “vamos a ir al Tour de Francia”. Entonces el hombre consiguió el patrocinio de Varta. Y luego nos seleccionaron solo a 10. ¡Y qué susto!
¿Recuerda quiénes fueron?
Samuel “el Samy” Cabrera, que era el más humilde del equipo; Édgar “el Condorito” Corredor, el más pelado, con 20 años; Alfonso Flórez, campeón del Tour de L’Avenir en 1980; Alfonso “el Pollo” López, el payaso del grupo; Cristóbal “el Caballo” Pérez, el más callado; Abelardo Ríos, el serio; Julio Alberto Rubiano, el dicharachero; Rafael Tolosa, el más guerrero; Fabio Casas, la mera nobleza; y yo. Yo quiero contarle a la afición que ese fue el único equipo amateur que han aceptado en la historia del Tour de Francia, aun cuando, en realidad, nosotros éramos unos profesionales.
¿Cuál era la meta?
¿La verdad?, terminar. }
¿Quién era el capo?
Estaba entre Alfonso Flórez y yo. Éramos los que mejor lo hacíamos en la montaña y, para nosotros, para él y para mí, ese era nuestro máximo propósito.
Hay un cuento increíble. ¿Es verdad que al equipo lo sancionan por orinarse en la meta?
Fue el primer equipo sancionado en un Tour en la primera etapa. La verdad es que llegamos a la salida y al ver a los señores Bernard Hinault, a Laurent Fignon, a Greg Lemond, al “Perico” Delgado, a Stephen Roche a Sean Kelly, nos dio como susto y, de los nervios sería, nos orinábamos en cualquier parte, como lo hacíamos en Colombia… Por la tarde, en el boletín del evento, el equipo colombiano salio sancionado “todo el equipo”, decía, y por orinarse. ¡Je!
¿Es verdad que “Condorito” Corredor quiso pedirle un autógrafo a Hinault?
Él era un pelado de 20 años y me dijo que quería pedirle un autógrafo a Bernard Hinault. Yo le dije: “Deje de ser güevón que nosotros podemos hacer lo que hacen ellos”.
¿Pagaron la “primiparada”?
Todo el tiempo. La primera etapa sufrimos en la ubicación. Nunca habíamos estado con tantos corredores. Luego, como en la sexta etapa, cuando empezaba la montaña, atacábamos todos, parecíamos hormigas. Después ese esfuerzo nos pasó la cuenta.
Y entonces usted conquistó, por primera vez para América, la camiseta de los lunares rojos. Esa que tanto nos gusta a los colombianos...
Pues de tanto atacar en la montaña empezamos a hacer sufrir a esos grandotes. Ahí fue cuando ganamos en el Tourmalet cuatro premios de montaña. Ahí me hice a la camiseta y ahí cambió la historia de nuestro ciclismo. Luego se la trajeron al país Lucho Herrera, Santiago Botero, Mauricio Soler y ahora Nairo Quintana… Toda una especialidad de la casa.
Pero usted, lamentablemente, la perdió al final…
Sí, después me jodieron. Lo que pasa es que tuve un malestar estomacal faltando cuatro etapas. Como para retirarme. Incluso no iba a salir. Entonces me pusieron a “Condorito” a que me cuidara y, en un momento, me bajé de la bicicleta, con mi camiseta de líder de montaña y todo, y me quedé recostado encima del manubrio. De eso hay una foto. Y el “Condorito” se quedó al lado mío y me dijo: “‘Patrico’, ‘Patrico’, no se retire que usted es lo único que tenemos para mostrar en Colombia”. A mí eso me dio coraje, reaccioné y, no sé cómo, me monté en la bicicleta y llegué a dos minutos. Ahí perdí la camiseta. Al final quedé de 17 en el primer Tour de un equipo colombiano. El caso es que ahí nació la historia de que podíamos. Ahí demostramos todo lo que los colombianos podíamos hacer. Por supuesto, los elogios de la prensa fueron enormes.
Usted perdió con Lucien van Impe, un corredor que había ganado cuatro veces la montaña en el Tour. Todo un logro, ¿no?
Pero me la he podido ganar. Faltó inteligencia para diseñar la carrera. Es que antes, diferente a hoy, eran como 1.000 kilómetros más. El caso es que él era un corredor extraordinario y todo su equipo le ayudó a ganar los embalajes de premios de montaña de cuarta y de tercera… Él era mucho más rápido que yo y me ganó limpiamente, en buena ley.
¿Qué hay con todos esos cuentos de que los insultaban los franceses, que los golpeaban y todas esas supuestas cosas monstruosas?
A ver, es que la narración deportiva de Colombia buscaba una sintonía mayor y, para lograrlo, pues empezaron a inventarse que nos cerraban y que no sé qué. Y no, eso nunca sucedió.
¿Es cierto que los corredores italianos y franceses les decían cosas en la carrera?
Cuando empezaba la montaña los italianos me decían: “Jiménez, piano, piano”, que significa “despacio, despacio…”. Nada más.
Tal y como le gustó a usted, ¿en ese primer Tour se dio el gusto de hacer sufrir a algún grande?
Pero, por favor, al más grande de todos: a Bernard Hinault. Yo tuve la satisfacción de hacerlo sufrir, digo, con todo el respeto. Ese fue mi carácter, mi manera de ser en lo deportivo. Yo gozaba en el sufrimiento de los demás y en alguna etapa de montaña, creo que fue el Grand Colombier, yo lo ataqué. Entonces Bernard Hinault, que no era un escalador nato, pero que sí seguía el paso, me alcanzó. Cuando yo vi que me estaba alcanzando, aflojé un poquito y el tipo llegó a mi rueda. Y empecé a apurarlo otra vez. Y lo miraba. Y el tipo pujaba, galopaba en la bicicleta para seguirme. Y volvía y aflojaba otro poquito, y él pensaba que yo iba a quedarme ahí, y no, yo apuraba otra vez… Pero solo era por verle la cara de sufrimiento. Yo me di el gusto de hacer sufrir al ganador de cinco Tours de Francia.
Aquí nos vendieron la idea de que Hinault era un buen tipo y que Fignon era un déspota. ¿Fue así?
Sí. Hinault era un buen tipo con nosotros. Fignon, en cambio, nos ofendía con cosas que no se pueden ni decir. Fignon era tan asqueroso que, cuando uno iba a rueda, se paraba en los pedales y se tiraba pedos, el muy hijueputa.
¿Qué quedó de ese primer Tour de Francia para los colombianos? ¿Qué significado tiene esa experiencia 30 años después?
Todo fue inolvidable. Abrimos la puerta. Al otro año, a mí y a “Condorito” nos contrataron para el equipo Teka, de España. Luego, en el 85, hicimos el primer equipo profesional del país, Café de Colombia, con el que Lucho Herrera ganó la montaña. Después, el mismo Lucho se ganó la Vuelta a España, en el 87. Mejor dicho, ese Tour, hace 30 años, con todos sus errores y sufrimientos, fue todo. Yo sé que antes habían ido Cochise y Rafael Antonio Niño a correr a Europa, pero lo nuestro fue en el Tour y ese fue el reconocimiento del mundo entero. Nosotros hicimos posible que llegaran tantos ciclistas colombianos a Europa. Nosotros, los escarabajos, sembramos esa semilla para que hoy tipos como Rigoberto Urán y Nairo Quintero estén a nada de ganar el Tour. Y si los dejan ser capos, se lo van a ganar. Seguro.
MAURICIO SILVA GUZMÁN
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 22 - AGOSTO 2013
Jose Jaramillo
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