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MANUELA ESCOBAR, REHÉN DEL PASADO

Todos la llaman Juana. La conocieron como una niña alegre con un marcado acento che argentino, porque su dejo paisa quedó solo como un recuerdo de una pasado marcado por la violencia y una guerra sucia a la que nunca la invitaron, pero que de una manera u otra siempre terminó involucrada.

Redacción El Tiempo
Manuela Escobar Henao nació el 25 de mayo de 1984 en medio de toda clase de lujos, pero sin lo más preciado que un ser humano pueda tener: tranquilidad. La plata de su padre, el extinto narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, nunca alcanzó para darle la vida normal de cualquier niño. Siempre vivió como una rehén de la violencia en medio de la verdad y la mentira.
Hoy, con su nueva identidad, Juana Manuela Marroquín Santos sigue afectada por la detención de su madre, Victoria Eugenia Henao Vallejo, y de su hermano, Juan Pablo Escobar Henao, recluidos en calabozos de la Policía Federal Argentina, acusados de falsificación de documento público, lavado de dinero y asociación ilícita.
Manuela, desde hace casi 15 días no para de llorar. La justicia argentina no solo se llevó a sus seres queridos sino que le arrancó su sonrisa. Está sumida en una infinita tristeza y soledad porque para ella regresó la pesadilla de una desgarradora historia que siempre quiso olvidar.
De los tres, era la que mejor se había adaptado a su nueva vida y aprendió a mantener un perfil bajo, tal y como se lo había aconsejado su mamá.
Después de vivir en Medellín, prácticamente resguardada en un bunker, con toda clase de comodidades y un séquito de guardaespaldas, se acomodó a su nueva identidad y jamás le molestó montar en bus durante sus primeros tres años de permanencia en Buenos Aires, porque era consciente de que la tranquilidad y el poder transitar libremente sin ser señalada como la hija Pablo Escobar Gaviria eran más importantes que los lujos.
Acostumbrada a los tutores, a hacer maletas y a salir corriendo de un país a otro en medio de la clandestinidad, ella se había reencontrado con la vida en Buenos Aires. Era Juana, una alumna más de tercer año de secundaria de un colegio judío. Era, porque ahora que se reveló su verdadera identidad ella no quiere regresar a las aulas. Ni siquiera, a sabiendas de que ya comienzan los exámenes finales. El año lectivo en Argentina culmina el 10 de diciembre y Juana está a dos años de obtener su título de bachiller.
Inclusive, tampoco estableció contacto alguno con el famoso cantautor Piero, hoy secretario de cultura de la provincia de Buenos Aires y quien a finales de la década del 80 estuvo probando a la pequeña para que cantara en un coro que él dirigía. El estuvo ensayando a la niña Manuela, porque le pareció que cantaba muy bonito, pero no pudo seguir adelante y Piero se fue, dijo doña Hermilda Gaviria, la abuela, desde Medellín a una canal de televisión argentino.
Era amiguera, se trataba con muchos de los niños de su edad que viven en la unidad residencial Jaramillo, en el norte de Buenos Aires, muy cerca de la cancha de River Plate. Llevaba la vida de una niña de clase media. Sus amiguitos han ido a tocarle la puerta del apartamento 17, en donde vive desde hace ocho meses, para saludarla y solidarizarse con ella, pero no los ha querido atender. De vez en cuando les acepta una que otra llamada telefónica, pero no más.
Vive encerrada y solamente se le vio salir una vez, acompañada por una mujer y subirse a un taxi. Fue el día que visitó a su madre al calabozo, pero regresó destrozada. Desde entonces no volvió a salir. Vive con una tía (una hermana de su mamá que llegó desde Medellín hace diez días), una empleada colombiana, su cuñada y nadie más. Su abuela materna que vivía con ella estaba muy enferma y viajó la semana pasada a Medellín.
Para Manuela o Juana, la pesadilla que vivió en Colombia regresó. Ya todos saben quién es, de dónde viene y porqué está exiliada en Buenos Aires. Casi no duerme y desde su cuarto se escuchan los sollozos de largas noches en vela.
En su álbum de fotos solo quedan como recuerdo los momentos felices que pasó durante casi cinco años en Argentina y la fiesta del 25 de mayo pasado, cuando celebró sus 15 años con todos sus amigos.
Diariamente su madre le manda decir que ella está bien y que esté tranquila. De acuerdo con las leyes argentinas, una persona debe ser mayor de 16 años para ser imputada en una causa penal.
El drama de Manuela es de nunca acabar. Cuando todo indicaba que la pesadilla había culminado con la muerte de su padre, esta apenas empezaba. Llevada siempre de la mano de su madre y de hermano, tocó las puertas por diferentes países del mundo y fueron rechazados. Finalmente ella llegó a Buenos Aires, en la Navidad de 1994.
Por ahora, hasta que la justicia argentina decida lo contrario, se ha quedado sola, sin patria, sin tierra y con un apellido que le dejó profundas huellas y más tristezas que alegrías.
Redacción El Tiempo
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