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La lucha por cambiar el destino

Son las 4 de la tarde. En el oscuro pasillo que dirige al coliseo de gimnasia en uno de los polideportivos del sur de Bogotá, se escucha el grito, con un acento diferente: "Ahora los circuitos". Tras la puerta metálica café oscuro se encuentran seis parejas de deportistas, entre niños y adolescentes, que siguen las instrucciones del entrenador**.

"Este trabajo es muy difícil, lo hacemos casi arañando la tierra, muchos de
ellos se pierden", comentó el 'profesor'.
Sus alumnos de lucha viven cerca de allí, en ambientes de de drogas, malas
influencias y violencia. Esas formas de vida pasan a un segundo plano cuando
se concentran en un tema en común: el deporte.
Uno de los más preciados tesoros entre los alumnos de esta escuela es Lucía*,
una luchadora de apenas 13 años con espíritu y pensamientos de adulto y metas
claras: "Mi sueño es ayudar a mi mamá para sacarla de ese barrio. Llegar al
Panamericano y ganarlo, clasificar a los mundiales y a los Olímpicos, para
ganar la medalla que el 'profesor' y yo anhelamos. Además, para llegar a ser
una gran persona, como nos enseña el 'profe' ".
Esta joven y dedicada deportista anda en esta lucha desde hace dos años y seis
meses. Su larga jornada está mezclada entre estudios, entrenamientos y
trabajo. "Yo llego de lucha cuando mis hermanos no se han ido a trabajar con
el caballo. Yo salgo con mi mamá, nos toca duro por la situación económica y
los problemas en la casa... Trabajamos en una 'zorra', somos recicladores".
Las jornadas pueden extenderse hasta la 1 de la madrugada y el trabajo se
combina con los insultos de las personas. "Nos toca bajarnos de la 'zorra',
aguantarnos los 'madrazos' de la gente que sale por las ventanas (risas),
recoger 'tatuco' (latas de gaseosa) y papel", dijo.
El clima es otro de los rivales de Lucía. Los aguaceros, que no paran, las
dejan empapadas, y si tienen suerte al llegar a casa, comerán algo antes de
dormir. "Las semanas de lluvia son las más pesadas porque nos pegamos las
'lavadas', llegamos tardísimo a la casa y solo nos acostamos con una
aguapanela y un pan. Mi mamá trata de evitar que aguantemos hambre, lo que sea
trae de Corabastos, cuenta.
La alimentación de Lucía es lo que haya. Su actividad deportiva requiere para
su cuerpo nutrientes fundamentales para el buen desarrollo físico y mental,
pero se come lo que se puede. El 'profe', que tiene que hacer las veces de
psicólogo, médico y nutricionista, lo sabe y por eso, antes del inicio de las
prácticas, lo primero que pregunta es qué desayunaron. "Lo que más me preocupa
es tenerles un refrigerio y una comidita para manejarles las cargas a los
muchachos. La mayoría de ellos solo almuerza arroz y huevo con aguapanela. Con
un pan y aguapanela no se les puede meter un entrenamiento de dos horas, ¡los
matas!", dice.
Lucía tiene el almuerzo cubierto. De lunes a viernes, asiste a un comedor
comunitario del barrio, pero el resto de las comidas son inciertas. "Cuando no
hay nada (de comer), me hidrato con mucha agua. En el comedor comunitario nos
dan el almuerzo de lunes a sábado. Los domingos nos aguantamos o mi mamá se
rebusca la comida", confiesa.
Formarlos como personas
El entrenador cree en la necesidad de formarlos como personas. Les inculca
valores y habla claramente de los objetivos. Con la difícil situación en la
que los niños de esta escuela de lucha viven, fácilmente se perderían y
convertirían en delincuentes.
"Siempre estoy pendiente de que estudien y se preparen. Les hablo mucho de ser
campeones, de los sueños y metas. Soy rudo para que entrenen y se esfuercen.
Colombia tiene material para trabajar, pero hace falta el apoyo", comenta.
Es tanta la pasión de Lucía en sus entrenamientos que no importan sus tenis
viejos y desbaratados o su camiseta descosida. Ella se esfuerza por cumplir
con lo que le piden. "A veces me coge la noche, toca hacer pesas y circuitos.
No entreno las dos jornadas, estoy estudiando, pero mis entrenamientos son
duros para cumplir con las metas que tengo".
Tampoco importan los implementos dañados, las colchonetas rotas. Tampoco los
problemas en la casa ni la falta de una figura paterna o la hostilidad de un
barrio** lleno de amenazas contra los jóvenes y de los problemas sociales que
Lucía ya identifica y comenta como si estuviera narrando un cuento. Entendió
que con la práctica de lucha puede cambiar un destino, el suyo, y vivir en
algo mejor.
"En mi casa, mi papá cayó preso por falta de alimentos para nosotros y por
estarle pegando a mi mamá borracho. En el barrio hay mucha droga, y uno ve
muchas niñas pequeñas ya embarazadas. Hay muchas peleas y siempre se la pasan
echando bala por las cuadras. Me gusta entrenar porque me hace olvidar las
cosas que pasan en el barrio. Acá me desahogo".
Sin embargo, se queja por la falta de apoyo de "las instituciones
competentes", como dice. "En Colombia les dan el apoyo a los deportistas solo
cuando son grandes. No se dan cuenta de la importancia de brindarles el apoyo
desde pequeños. He visto muchas campeonas acá, en este gimnasio, de los mismos
barrios de los que yo vengo, pero por esa falta de apoyo se van y se pierden.
Terminan embarazadas o en malos pasos", afirma.
Lucía, que ya ha ganado títulos en diferentes competencias**, cree que su
futuro puede ser promisorio. Por ahora, seguirá caminando con esos tenis
pelados desde el barrio hasta el polideportivo impulsada por la esperanza que
le da entrenar y por esa aguapanela con pan luego de recoger de las basuras
latas y papel.
"Quiero ganar en todas las categorías y comprometerme más para ser mejor
deportista y mejor estudiante. Solo quiero colaborarle en lo que más pueda a
mi mamá...".
* Nombre cambiado por ser menor de edad. ** Nombre o dato omitido por
seguridad.
30 meses practicando
Este es el tiempo que ya cumplió Lucía dedicada a la lucha. Su
meta es ganar una medalla
de oro en
los Juegos Olímpicos.
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