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En otros países negocian fuerzas más extremas

Estuve en Oslo, en un evento en el cual miembros o asesores del gobierno de Noruega contaron sus experiencias de mediación o acompañamiento en conflictos de Asia. Se habló de Sri Lanka, Nepal y las Filipinas. También se mencionó de lado a Sudán y Uganda, en el corazón de África. En estos lugares, con altibajos y en medio de mil dificultades, se están adelantando procesos de paz y hay esperanzas de reconciliación.

LEÓN VALENCIA
Al oír la descripción de las fuerzas en contienda, una cosa quedó clara: el
antagonismo y la crueldad son superiores a los que presenta el
enfrentamiento entre el Estado colombiano y las Farc. ¿Qué pasa en Colombia
–volví a preguntarme– que no hay mesa de paz con esta guerrilla y donde
tampoco es posible hacer un intercambio humanitario?
En Sri Lanka se enfrentan una mayoría cingalesa y una minoría tamil. Aquella
tiene en sus manos el gobierno y esta ha conformado los Tigres de Liberación
Tamil Elan (TLTE). Es un conflicto étnico de raíces centenarias, en el cual
ni los ‘tigres tamiles’, como se los conoce, ni sus oponentes, los
cingaleses, han ahorrado un gramo de terror. Pero, a partir de diciembre del
2001, acordaron un alto el fuego y no se han parado de la mesa a pesar de
los tropiezos y violaciones del cese de las hostilidades.
Las guerrillas de Nepal y Filipinas son de orientación maoísta –feroces y
fundamentalistas, como Sendero Luminoso en el Perú– y se han enfrentado a
regímenes de castas monárquicas no menos duras que ellos.
En Nepal, el avance del proceso de paz es alentador. Todos los partidos
políticos se han vinculado a las conversaciones con la guerrilla del Partido
Comunista nepalés. Ahora hay un gobierno compartido y se aprestan a redactar
una Constitución para echar abajo la tradición monárquica.
También, el Ejército Nuevo del Pueblo, que desde 1969 pelea en Filipinas por
llegar al poder, ha aceptado la negociación en una mesa que va de Manila a
Oslo con frecuencia.
La tapa del terror es Joseph Kony, jefe del Ejército de Resistencia del
Señor (LRA, por su sigla en inglés), que opera en el norte de Uganda y el
sur de Sudán y ha secuestrado a miles de niños y ordena mutilaciones de
nariz, orejas, labios, pies y manos de los civiles. Lleva 21 años en una
guerra que deja más de 200 mil muertos. Pero ha sido estimulado por la
comunidad internacional, incluida Condoleezza Rice, para ir a una mesa de
negociaciones y ya tiene delegados en los espacios que buscan una salida
humanitaria al conflicto.
El caso colombiano es extraño. Un conflicto sin ingredientes étnicos y
religiosos, sin las férreas barreras ideológicas de Asia y que aún no ha
llegado al techo de terror de otros conflictos, está cada vez más lejos de
la mesa de conversaciones. Dicen que el narcotráfico es la causa, pero la
financiación de los conflictos asiáticos y africanos no es menos afrentosa.
Quizás haya una explicación. Las Farc se han creído la mentira de que pueden
llegar al poder por las armas. Y la dirigencia del país se ha creído la
mentira de que hay una democracia profunda, que no se puede transar en una
mesa de negociaciones.
Sobre estas mentiras cabalga la renuencia a negociar. Si queremos la paz,
tenemos que demoler estas falacias.
Las guerrillas no tienen la posibilidad de triunfar sin el apoyo masivo de
las clases medias y sin un respaldo internacional, cosas que se esfumaron
hace rato. Lo que sigue es una soledad y un aislamiento mayores.
Pero la democracia colombiana, infiltrada por narcotraficantes y
paramilitares, es de una lamentable precariedad. Lo mejor que le podría
ocurrir es una reforma profunda, propiciada por un acuerdo de paz.
Si estas mentiras se echan abajo, se abriría la puerta para la
reconciliación con las Farc. Nos ahorraríamos tragedias absurdas, como la
muerte de 11 diputados en cautiverio.
lvalencia@nuevoarcoiris.org.co
LEÓN VALENCIA
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