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Habemus TLC

GRAL. ÁLVARO VALENCIA TOVAR
Por fin, como en los a veces complicados cónclaves p ara elección del Sumo
Pontífice, ha salido humo del Congreso, aprobando el Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos. No humo blanco. Apenas grisáceo, como epílogo
de un interminable debate en el que se agotaron las tediosas intervenciones
que nada aclararon y sí contribuyeron al mar de dudas, confusión,
interrogantes no resueltos. Epílogo melancólico, de pupitrazos. Le ocurrió
al tema lo que a los asuntos más importantes sometidos a la sabia
consideración del Legislativo, cuya discusión se aplaza indefinidamente
porque requieren tiempo para un estudio juicioso y una votación consciente.
Por fin, cuando esta se decide, es ya bajo la presión angustiosa del cierre
inmediato del período legislativo, acentuado por la prensa que reclama y la
opinión que desespera.
Ha sido larga y complicada la gestación del tratado. Por una parte, se trata
de material vital para el presente y el futuro de la nación. Por otra,
gremios y sectores de la producción, del comercio internacional, de la
actividad económica en general, difícilmente hallan coincidencias. Lo que a
unos beneficia, a otros perjudica. Los negociadores enfrentaron una
contraparte, empeñada como la nuestra en obtener ventajas, que en
determinados renglones resultarían catastróficas para Colombia, en otros
perjudiciales y raras veces benéficos. Es lo normal. También los nuestros
buscaron los mismos objetivos. Lo importante es que el balance resulte
equilibrado y que los aspectos cruciales respondan a ese equilibrio y nos
sean, así sea ligeramente, favorables si no se logra nada mejor.
Mucha gente se pregunta: dado el desbalance de potencial económico de los
dos países, ¿era indispensable el Tratado? Para bien o para mal, sí lo es.
La tendencia incontenible del mundo contemporáneo arrastra hacia una
globalización, sin la cual los países pequeños o en incipiente desarrollo
están condenados a un ostracismo mortal. Colombia, Ecuador y Perú tuvieron
el acierto de adelantar una negociación solidaria, lo cual elevó la
fortaleza del grupo, identificado en la mayor parte de las materias de
fondo, pero discreparon en algunas de particular significación para cada
país y al final se separaron para el trámite final, pendiente aún de las
decisiones de su contraparte en lo que a Colombia se refiere, frente a un
país en el que los factores electorales pesan más que la dialéctica y no
pocas veces que la situación de un país débil, aliado con un gobierno que
entra de lleno en la controversia del sufragio.
Mal momento para nuestro país, afectado como lo está por dañinas
controversias internas y la acción devastadora de una oposición que lleva
mensajes dañinos, utilizando el inagotable arsenal de una ‘parapolítica’ de
explosivos contenidos y manipulaciones que pesan poderosamente contra los
intereses nacionales, no solo del Tratado sino de la ayuda económica para la
lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.
Sin presunciones de economista, el cuidadoso estudio del texto del que será
el TLC, si la soberbia y el poder permiten su aprobación, parece equilibrado
y razonable en su mayor parte, pero deja abierto un interrogante dramático y
es el relativo al sector agrario, amén de otros con futuro incierto. Aterra
la avalancha de los excedentes agrícolas, por otra parte subsidiados, que
los Estados Unidos pueden volcar sobre nuestro país. Es aquí donde las dudas
emergen con mayor aliento. En artículos de insuficiente producción actual,
la invasión gringa puede resultar aniquilante. Se coparía la insuficiencia
con creces, lo cual arruinaría a nuestros campesinos bajo el alud
extranjero.
Los demócratas, adversos a la concepción del Tratado por razones políticas,
hallan en él aspectos que, bajo el peso de informaciones tendenciosas las
más de las veces, están produciendo ya dilaciones y riesgos de rechazo.
Asunto delicado, sobre todo si las ventajas arancelarias que tanto nos han
favorecido fenecen sin prórroga. Aquí es donde el humo, que pretendió ser
blanco, no solo aparece grisáceo sino como densos nubarrones.
GRAL. ÁLVARO VALENCIA TOVAR
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