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Voto ultraconservador

Lo primero que democratiza a las sociedades es la aceptación de los cambios en su vida cotidiana. A veces pasa mucho tiempo para que las costumbres sean aceptadas por la moral dominante y acogidas por el espíritu de las leyes. A las costumbres les pasa lo que a las ‘malas palabras’: son usadas con regularidad y por sectores diversos, pero las academias y los diccionarios tardan en aceptarlas como buenas, es decir, como palabras necesarias.

ÓSCAR COLLAZOS
Una sociedad en vías de democratización no les teme a la libertad y a los
derechos de los demás. Tampoco les pone trabas a quienes buscan desde las
instituciones la aceptación de libertades y derechos ajenos. No se requiere
ser homosexual para defender los derechos de los homosexuales, ni mujer, ni
negro, ni indio, ni desplazado para consagrar en las leyes los derechos de
las mujeres, los negros, los indios y los desplazados. Cualquier esfuerzo
por impedir lo que es ajeno a la moral de nuestras propias costumbres es una
vileza.
Lo sucedido anteayer en el Senado de la República al proyecto de ley que
buscaba conceder derechos patrimoniales a las parejas homosexuales tiene un
tufillo a mezquindad democrática. Es un contrasentido, y con contrasentidos
de esta clase se envenena nuestra sociedad y se pervierte más esta
democracia ilusoria.
Esos 34 votos en contra de una ley que estaba a punto de ser aprobada; esos
34 votos deberían ser enmarcados, con nombres y apellidos. Tal vez un día se
sepa que en ese voto se expresaba una siniestra tendencia: hay colombianos
de bien a quienes no se les puede conceder legalmente derechos, y
colombianos que delinquieron para los que se redactan y aprueban leyes de
impunidad.
¿No tienen las parejas del mismo sexo los derechos que la ley pretendía
consagrar? ¿No tienen derecho a ser beneficiadas por el ordenamiento
jurídico de Colombia? ¿No tienen derecho a ser tenidas en cuenta como
parejas cuyas vidas son cada vez más toleradas por la sociedad?
Si algo ha ganado la sociedad colombiana en una pequeña proporción es la
tolerancia con que se aceptó gradualmente la condición homosexual de hombres
y mujeres. La homosexualidad se volvió relativamente visible y los
colombianos le bajamos el voltaje a la estigmatización tradicional. En
pequeña pero considerable proporción, esta conquista del pensamiento liberal
se ha extendido en nuestras grandes ciudades.
Pero lo que la sociedad colombiana ha ganado no lo han conquistado nunca
quienes deberían darnos leyes para la convivencia. Lo que nichos importantes
de la sociedad han ganado en la aceptación y defensa de los derechos
individuales, lo han ignorado las mayorías en el Congreso de la República en
decisiones falsamente moralizantes.
Yo no sé cuántos ‘honorables’, entre los 34 que votaron en contra de esta
ley, estén dispuestos a votar leyes de perdón y olvido que saquen de las
prisiones a socios políticos de criminales que cometieron delitos atroces.
No lo sé, pero me temo que pondrían menos objeciones a una decisión de esa
naturaleza que la puesta para tumbar una ley que buscaba la razonable
democratización de nuestras leyes.
ÓSCAR COLLAZOS
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