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El sistema político ya no funciona

El sistema presidencial, por su estructura, propicia desavenencias entre Ejecutivo y Legislativo, aun después de los ajustes de 1991. Desde su origen, en calendarios diferentes, el primero es elegido en circunscripción nacional, por mayoría absoluta o doble vuelta, más propicio para campañas de imagen y voto de opinión, que polarizan fácilmente en dos opciones; mientras que la elección del Congreso se realiza en circunscripciones departamentales (así el Senado sea formalmente nacional), con representación proporcional, propia del trabajo partidista sujeto a lealtades y compromisos, que incentiva la proliferación de movimientos y minorías. Ambos apelan a legitimidades populares bien distintas.

Ahora bien, cuando el partido de gobierno no logra la mayoría parlamentaria,
el sistema se bloquea, se hacen necesarias coaliciones y participaciones
burocráticas inestables y volátiles que apenas sirven para lograr
aprobaciones legislativas indispensables; en fin, todo el período de
gobierno se malogra y la sociedad pierde un tiempo precioso.
El constitucionalismo colombiano ha transitado en círculo vicioso entre el
fortalecimiento y debilitamiento del Ejecutivo, sin resolver profundas
crisis institucionales, preso de la rigidez de los calendarios electorales.
A la Constitución de 1991 correspondió el momento de debilitamiento del
Presidente, al cual sumó el desmonte del bipartidismo –que desembocó en
empresas políticas unipersonales– y la tímida inclusión de instrumentos
propios del sistema parlamentario como la moción de censura y después el
régimen de bancadas para los partidos.
Con la elección en el 2002 de Álvaro Uribe, los partidos tradicionales
perdieron el gobierno pero mantuvieron algún control del Congreso, en el
cual el Presidente no tenía ninguna representación; situación que explica
que el Ministro del Interior de la época, desde el inicio del período,
amenazara con anticipar las elecciones parlamentarias, para terminar
obteniendo de dicho órgano la aprobación de la reelección presidencial.
El segundo período de Uribe presenta peculiaridades y disfunciones del
sistema presidencial. Un Presidente con amplio respaldo electoral pero sin
partido con representación en el Congreso; un gabinete ministerial más
técnico y personal que no permite recomposición política; un ministro
delegatario que no pertenece al mismo partido del Presidente; un Congreso
fraccionado en distintos partidos y movimientos; una coalición de partidos
de apoyo al gobierno disímil e inestable. Este panorama explica por qué el
Presidente cultiva su imagen y popularidad ante el electorado; sin embargo,
se trata de una estrategia que, aunque ha dado resultados, es riesgosa e
incierta a largo plazo. Lo anterior indica que ha llegado el momento de
revisar el sistema político y pensar seriamente en adoptar uno más armónico
y flexible: el sistema parlamentario.
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