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¿Zoellick, al rescate?

¿Será capaz Robert Zoellick, el recién designado presidente del Banco Mundial, de hacer que la institución retome su curso normal tras la desastrosa presidencia de Paul Wolfowitz? Aunque no es una estrella de la categoría de Bob Rubin, sin duda aporta atributos positivos. Como actor clave para que China se integrara a la Organización Mundial de Comercio, es un internacionalista probado en una administración donde los internacionalistas han parecido una especie en peligro. Además, es un firme partidario del poder de los mercados y del libre comercio, que han hecho más por paliar la pobreza en el último medio siglo que cualquier programa de ayuda. Y ha sido un constante soporte tras bambalinas para el Banco, mientras muchos de sus colegas de la administración Bush estarían felices de que aquel cerrara sus puertas. De modo que tal vez tenga una visión constructiva sobre el futuro del Banco.

Pero Zoellick no carece de debilidades. Ante todo, su nombramiento prolonga
la vergonzosamente añeja práctica de poner a un estadounidense en el cargo.
Frente a la incansable prédica del Banco sobre los méritos del buen
gobierno, esta falta de principios democráticos socava su legitimidad. El
argumento de que el Banco necesita un presidente estadounidense para
asegurar que Estados Unidos siga donándole dinero es ridículo. La
contribución de E.U. al Banco, incluyendo las garantías de préstamos
extracontables, es relativamente pequeña. China, India o Brasil podrían
aumentar su aporte si E.U. cometiera la tontería de eliminar el suyo.
La formación de Zoellick como abogado difícilmente lo hace perfecto para el
trabajo. La presidencia del Banco no consiste en negociar tratados, como lo
hizo cuando era representante de Comercio de E.U. El papel más importante
del Banco en el desarrollo actual es ser un “banco de conocimientos” que
ayude a reunir, seleccionar y diseminar las mejores prácticas en todo el
mundo. Su asistencia técnica a los gobiernos es similar a la de los
consultores privados a las compañías. Muchas decisiones importantes del
presidente del Banco implican la economía. Decisiones económicas erróneas,
como en los 70, cuando Robert McNamara impulsó proyectos grandiosos pero
ambientalmente devastadores, afectaron al Banco por décadas.
El mayor interrogante es si Zoellick será capaz de ejecutar reformas que se
necesitan urgentemente. La número uno es asegurar que el siguiente
presidente no sea estadounidense. Rodrigo de Rato, la contraparte de
Zoellick en el Fondo Monetario Internacional, dominado por Europa, ya
sugirió que su sucesor sea electo mediante un proceso más incluyente. El
Banco Mundial debería avergonzarse de que su presidente no haya propuesto lo
mismo.
En segundo lugar, Zoellick debería preguntar por qué el Banco gasta solo 2,5
por ciento de su presupuesto en la función de investigación que anuncia con
tanta fanfarria, mientras dedica tres veces esa cantidad a mantener su junta
ejecutiva. En tercer lugar, debería usar sus formidables capacidades
negociadoras para aumentar el componente de subvenciones en la ayuda del
Banco. A medida que pase de hacer préstamos a otorgar subvenciones, podrá
usar algunas de sus enormes ganancias para potenciar su función de “banco de
conocimientos”. Por último, el Banco debe jugar un papel mucho mayor en los
problemas medioambientales y, en general, en promover una participación
responsable y positiva en el concierto internacional, tanto por parte de los
países ricos como de los pobres.
Por supuesto, Zoellick podría desempeñar el papel de manera simbólica y
hacer poco o nada, como algunos de sus predecesores. O, lo que es menos
probable, podría abrazar una visión megalomaníaca y extralimitada de
intervención sobre los gobiernos, como otros han intentado. En cualquier
caso, le deseo suerte. El mundo necesita al Banco Mundial mucho más que a
otro condominio.
* Profesor de economía y políticas públicas de la Universidad de Harvard
Por razones de espacio, esta columna ha sido editada. Véala completa en
www.eltiempo.com. © Copyright: Project Syndicate, 2007
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