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ES LA ECONOMÍA

Todo indica que la crisis latinoamericana es tal que ha motivado un drástico giro en la política de los Estados Unidos y, con ella, del Fondo Monetario Internacional. Y, en Colombia, debería tener todas las alarmas encendidas.

Todo indica que la crisis latinoamericana es tal que ha motivado un drástico giro en la política de los Estados Unidos y, con ella, del Fondo Monetario Internacional. Y, en Colombia, debería tener todas las alarmas encendidas.
FMI, en pánico , puede titularse lo sucedido en los últimos días. Sin esperar al resultado de las elecciones presidenciales de octubre en Brasil, sin contar siquiera con garantías sólidas de los dos candidatos de izquierda que encabezan las encuestas de que seguirán sus drásticos consejos fiscales, el FMI lanzó la operación de rescate más grande de su historia, al prometer a ese país 30.000 millones de dólares y, junto con otras instituciones, otros 3.800 millones para salvar a Uruguay de la argentinización, mientras Estados Unidos enviaba a su poco diplomático secretario del Tesoro, el señor Paul O Neill, a rectificar ofensivas declaraciones de días previos.
Alivio instantáneo. Las presiones especulativas sobre Brasil cedieron. Incluso, Argentina, adonde también viajó el señor Oi Neill, parece cada vez más cerca de un acuerdo con el FMI. Y hasta el dólar en Colombia frenó en seco su ascenso, pese a los cohetazos contra Palacio.
Qué puede haber hecho cambiar tan radicalmente a banqueros y gobernantes que hasta hace muy poco insistían en lo nefasto de los paquetes de ayuda para las economías emergentes emproblemadas? Iti s the economy, stupid , parece la sola respuesta posible: con América Latina luciendo como un campo después de la batalla, hasta los más tozudos parecen haber entendido que sin medidas de emergencia la región se vendría abajo como un castillo de naipes.
Se ha evitado el efecto dominó de la debacle argentina. Pero dista de verse luz al final del túnel. Los pronósticos de la Cepal son sombríos. Los países receptores de ayuda tienen por delante penosos planes de ajuste y hondos dilemas políticos que pueden enredar la recuperación del crecimiento. Y cada día más voces, desde académicos como Joseph Stiglitz hasta radicales como Evo Morales, en Bolivia, o políticos de izquierda como Lula o Gomes, en Brasil, cuestionan las recetas fiscalistas del FMI y los principios de apertura, neoliberalismo y globalización como responsables del descalabro latinoamericano.
Mientras el vecindario arde, en Colombia discutimos si la maltrecha olla de la economía nacional está soldada o parece un colador, es decir, si estamos mal o muy mal. En este debate entre el ex ministro Santos, que defiende su gestión, y los gerentes del empalme, que enfatizan la gravedad de lo que recibe el nuevo gobierno, lo realmente importante es que este último, como el FMI en Brasil, entienda que en Colombia, además de la seguridad y el orden público, la prioridad es la economía.
Haber reducido la inflación de 17 por ciento a 6 por ciento y el déficit fiscal, de más de 5 por ciento del PIB a 3 por ciento, entre 1998 y 2001, no se logró sin un inmenso costo social, del cual es testimonio el drama humano de un desempleo del 16 por ciento. Y pese a esos logros macroeconómicos, tan del gusto del FMI, cuyos consejos venimos siguiendo al pie de la letra, Eduardo Aninat, subdirector de la entidad, se alarmaba a fines de junio por la reducción del ritmo de la recuperación colombiana, señalando que un ajuste de política en las actuales circunstancias adversas de Colombia es una muy difícil tarea .
La lenta recuperación estadounidense y la crisis y la devaluación en Venezuela afectan nuestra capacidad exportadora. A ello debe sumarse que los beneficios del Atpa podrían enredarse por el fallo sobre TermoRío. La deuda externa está en niveles peligrosos. En el frente interno, además de la catástrofe social sin atender, lo que tenemos son desfinanzas públicas y exigencias millonarias para seguridad e inversión social. No está claro si un país ya exprimido sea capaz de semejante esfuerzo. Pero, si aparte de exigírselo, el Gobierno planea librar una guerra seria contra las Farc e iniciar simultáneamente una batalla con el Congreso, puede terminar perdiendo en los tres frentes.
Para el Gobierno será muy difícil encontrar el balance entre la continuación del ajuste fiscal y la recuperación del crecimiento. La renegociación de los acuerdos con el FMI debe atender a estas realidades. La sola ley de pensiones puede ser un round durísimo en el Congreso. Por todo esto y mucho más, la prioridad inmediata (la guerra tiene plazos más largos) es la economía. Y no solo para dar gusto al FMI en las cifras macroeconómicas, sino para ofrecer alivio a millones de colombianos que ya no tienen ni sangre, ni sudor, ni lágrimas. De no entenderlo así, en un futuro podríamos ser los próximos en estar clamando por un rescate multilateral.
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