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UN REFERENDO PARA LA GALERÍA

Felipe González, ex presidente del gobierno español, en un interesante libro que recoge sus diálogos con el fundador del País de Madrid, Juan Luis Cebrián (El futuro no es lo que era, editorial Aguilar, 2001), reconoce que uno de sus mayores errores como gobernante fue haber forzado el referendo por el cual se les preguntó a los españoles si querían entrar o no a la OTAN.

Redacción El Tiempo
Felipe González, ex presidente del gobierno español, en un interesante libro que recoge sus diálogos con el fundador del País de Madrid, Juan Luis Cebrián (El futuro no es lo que era, editorial Aguilar, 2001), reconoce que uno de sus mayores errores como gobernante fue haber forzado el referendo por el cual se les preguntó a los españoles si querían entrar o no a la OTAN.
No debió haber sido un tema de consulta, dice González. Era una responsabilidad del gobierno que este no asumió. Corriendo grandes riesgos que entrabaron sin necesidad su acción administrativa, resolvió tramitarla por el camino del referendo. González reconoce que, queriendo tan sólo complacer a la galería del pueblo español, puso en marcha un proceso político complicado y desgastador.
He recordado la autocrítica de Felipe González leyendo el sorprendente texto de ley convocatoria a un referendo reformatorio de la Constitución, que radicó el gobierno del doctor Alvaro Uribe el pasado 7 de agosto.
Por qué sorprendente?
En primer lugar, porque cerca de una tercera parte de sus contenidos (o sea, de las preguntas que se les formularían a los colombianos) no requiere cambios en la Constitución: son asuntos que se pueden enmendar modificando la ley o aun por simples decretos. Así sucede, por ejemplo, con la obligación del voto nominal de los congresistas, las audiencias públicas para que estos aboguen por las inversiones regionales, la congelación salarial para los altos funcionarios de la administración, entre otros. De esta manera se trivializa la institución del referendo.
Pero es también sorprendente, porque resultan ausentes del proyecto presentado por el Gobierno algunos de los grandes temas que el país estaba esperando ver reflejados en una propuesta de reforma política de gran aliento -y por la cual votó- como la organización seria de partidos, que le pondría coto a los más de ochenta grupos de garaje o microempresas políticas que hoy existen en el país, y hacen imposible la gobernabilidad en Colombia. Es el caso también de un estatuto moderno de la oposición, o las reglas para la financiación transparente de la misma, que resultan curiosamente ausentes del proyecto presentado por el Gobierno.
Es sorprendente, además, porque para endulzar el oído de la galería a la que, con justa razón, le molestan los abusos que en los últimos dos años se cometieron con los fondos de cofinanciación, el proyecto propone despojar a los departamentos y municipios -que no cuentan con regalías propias- de los ingresos que con criterio de equidad la Carta Política del 91 les reservó para que jugaran un papel compensatorio entre las comarcas que tenían recursos naturales no renovables y las que no los tenían. La educación y la salud deben financiarse con las transferencias ordinarias que la Nación hace a las entidades territoriales, pero no con los recursos de estas últimas. Y corregir los abusos que se hayan cometido es asunto de ley y de actitud ética de los administradores: no de seguir cambiando al menudeo la Constitución.
En cuanto a los temas de fondo, el proyecto, claro está, recoge las principales propuestas de la campaña del doctor Uribe: unicameralismo, reducción del número de congresistas con una alambicada fórmula para decidir si se convocan elecciones anticipadas o no antes del 2006, eliminación de las contralorías departamentales y municipales, de las personerías y de las suplencias, entre otras.
Pero lo cierto es que no estamos ni frente a una reforma política de gran envergadura, como la que estaba esperando el país, ni mucho menos frente a una propuesta de buena técnica jurídica, como la que uno hubiera esperado de los juristas que acompañan al nuevo Presidente. Parece que hubiera habido una gran improvisación en su preparación para cumplir con la fecha fatal del 7 de agosto a las cinco de la tarde.
Nos encontramos, entonces, ante un referendo recargado de eslóganes menudos de campaña. Así sean importantes, gran parte de ellos hubieran podido tramitarse por ley o decreto, y parecen incrustados allí más para satisfacer a la galería que para sentar los pilares de la nueva arquitectura institucional que el país anhela. Ojalá, pues, dentro de cuatro años, el gobierno del doctor Uribe no tenga que hacer una contrición de corazón similar a la de Felipe González.
Redacción El Tiempo
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