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Responsabilidad empresarial e instituciones

Un comportamiento de respeto a las instituciones es la base de la responsabilidad social.

El planteamiento económico sobre institucionalismo y desarrollo puede ser una base para la comprensión de la responsabilidad empresarial.
Según esta teoría, que recoge aportes de la economía y otras ciencias sociales, las instituciones son las normas que rigen el comportamiento de los ciudadanos.
El proceso democrático evoluciona permanentemente y se consolidan instituciones como el Estado que tiene el monopolio de la fuerza y la fiscalidad, al tiempo que en el comportamiento de la sociedad existe un mayor respeto por el cumplimiento de las normas que fundamentan el desarrollo económico y, por tanto, un mayor bienestar.
Hace algo más de un año, en un ambiente caldeado por protestas sociales, especialmente de los jóvenes, en países con altos niveles de desarrollo, Michael Porter y Mark Kramer, escribieron el artículo ‘Creando valor compartido’.
El artículo tiene un especial significado porque reflexiona sobre la responsabilidad de los empresarios en un sistema de mercado y libre competencia que favorece la rentabilidad de las organizaciones privadas.
Plantea que el sistema capitalista está siendo atacado, entre otras cosas, porque las mismas empresas se han encargado de debilitarlo.
El editor de Harvard Business Review, donde fue publicado, pregunta qué debe hacerse para arreglar el sistema.
La respuesta es significativa: las empresas están produciendo utilidades a expensas de la comunidad en lugar de producirlas para beneficiarla.
El cambio debe orientarse a favorecer lo segundo.
El tema está en los orígenes de la literatura económica. Adam Smith había escrito en ‘La riqueza de las naciones’ que el sistema capitalista tenía la virtud de lograr el bienestar social al satisfacer las necesidades individuales, “No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento.
No imploramos su humanidad, sino acudimos a su interés propio; nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”, escribe Smith.
Milton Friedman, en la misma línea de la justificación del axioma del interés propio que subyace a la teoría económica, afirma que la responsabilidad social de las empresas es aumentar sus utilidades. “… la doctrina de la ‘responsabilidad social’ supone la aceptación de la visión socialista de que los mecanismos políticos, no el mecanismo de mercado, son los que determinan la asignación de los recursos escasos en usos alternativos”.
En oportunidades, cobra importancia el peso de la intervención gubernamental que se interpreta como una desconfianza en el papel de las empresas.
La dualidad entre libre empresa e intervención adquiere preponderancia social y la regulación predispone a los agentes económicos por la reducción de los incentivos en la generación de utilidades.
Las soluciones no pueden orientarse a cubrir el descontento inmediato de la sociedad, con medidas como subsidios a determinadas actividades u ofrececimiento de servicios de bajo costo que, en ocasiones, distorsionan los objetivos empresariales.
La asistencia social no es ninguna solución a largo plazo. Existe, sin embargo, cierta percepción de que la responsabilidad empresarial debe orientarse hacia ese tipo de actividades.
La propuesta del artículo es la de la creación de valor compartido. Como punto de partida se postula que el objetivo de las empresas es la creación de valor. El crecimiento económico y el desarrollo se orientan a la producción de bienes y servicios.
En los términos expuestos por Porter y Kramer, la creación de valor se genera en un ambiente competitivo en donde los empresarios tienen en cuenta los oferentes de insumos, los compradores de bienes y la satisfacción final del consumidor. Si existe un acuerdo en toda la cadena de valor, se cumplen los objetivos de la maximización de las utilidades al tiempo que crece el bienestar social.
En un ámbito corporativo, el cumplimiento de los objetivos es una responsabilidad de los directivos. Un ejemplo negativo es el funcionamiento de los bancos y compañías aseguradoras en la crisis norteamericana, que no ha acabado de pasar: los préstamos para la adquisición de vivienda no debieron orientarse a ofrecer recursos a personas que, se sabía, no podrían honrar sus compromisos. Algunos bancos hicieron utilidades de corto plazo que significaron posteriormente su quiebra, con las consecuencias de destrucción de empleos, costo pagado por la sociedad.
De seguro que esta desviación del interés individual no estaba considerada en los escritos de Adam Smith, porque son conductas que buscan la utilidad sin consideraciones del entorno en el que se están actuando.
En cierto sentido es una trampa. Por ello, no es de extrañar la deslegitimación en la que han caído muchas empresas y, por extensión, el sistema.
Ejemplos positivos existen también.
Hace pocos años no se pensaba que la defensa del medioambiente era una obligación de los habitantes del planeta. Hoy, muchas empresas buscan el mayor aporte para el logro de un aire limpio, entre otras cosas, porque saben que ese es el destino de la sociedad, no tanto porque el gobierno intervenga en su actividad.
Luis Ignacio Aguilar Zambrano
Profesor investigador Escuela de Administración Universidad Sergio Arboleda
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