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Tropiezos de un viaje a Estados Unidos son contados por el libretista Luis Felipe Salamanca

¿Quién no ha tenido líos a la hora de viajar? ¿Quién no se ha ofuscado en las filas? El escritor de 'Dora la celadora' advierte que es un padre un tanto sobreprotector e histérico.

El pasado 9 de abril tuve la mala idea de salir del país con destino a los Estados Unidos, específicamente a Miami. Por viajar con un bebé de pocos meses, tuve la previsión de hacer todos los arreglos pertinentes de antemano en mi agencia de viajes, sin dejar detalle al azar, al menos eso era lo que creía.
Pasajes en clase ejecutiva, alquiler de automóvil de clase superior -por consideraciones de seguridad-, en fin, todo parecía augurar un viaje placentero y sin contratiempos.
Primera sorpresa al llegar al aeropuerto. La fila de clase ejecutiva en American Airlines era más larga que la de clase normal. Al consultarle a una amable dependiente por el motivo de tan singular situación nos respondió que eran pasajeros portadores de alguna tarjeta preferencial expedida por la compañía a viajeros frecuentes.
O sea que, comprar pasajes en clase ejecutiva no tiene ningún sentido: valen el doble y no existe ningún tratamiento diferencial.
Tal vez apiadándose del bebé, que todavía no podía entender qué hacía en un aeropuerto a semejante hora de la madrugada, nuestra angelical asistente nos llevó a un mostrador diferente para viajeros sin equipaje, o con equipaje de mano, en donde fuimos atendidos oportunamente, aunque una exención de impuestos de nuestro hijo demoró el proceso pues se hacia necesario ir a otra ventanilla. Hasta aquí todo bien, pero con tendencia a empeorar.
Después de pasar con un morral a mis espaldas por todos los filtros de seguridad sin que ningún funcionario, ni de la Policía, ni de la aerolínea, se tomara el trabajo de revisar su contenido, fuimos llamados a abordar el avión.
A pesar de la prelación de pasajeros con niños, o de clase ejecutiva, la entrada estaba bloqueada por una multitud de gente, probablemente con problemas auditivos, pues no sirvieron las advertencias de las operadoras que nada pudieron hacer contra la avalancha de personas que luchaban por entrar al avión, aún sin haber sido llamadas.
Cuando por fin pudimos ingresar a la aeronave llevando un cochecito, morrales, pañalera y todo lo que se requiere para atender a un niño, no encontramos el menor indicio de amabilidad ni colaboración por parte de los asistentes de cabina, con el agravante de que dos miembros de la tripulación, que evidentemente no estaban en ejercicio de sus funciones, aunque iban uniformados, sentados con los pies sobre el panel donde claramente se indica que no se deben poner los pies, miraban indiferentes mientras mi esposa y yo tratábamos de cerciorarnos de que no habíamos puesto al bebé en el portaequipajes y estábamos abrazando cariñosamente a un maletín.
Con una mezcla de indignación y paciencia emprendimos el vuelo mientras los tripulantes en descanso nos miraban. Yo, en medio de mi molestia, pensé que lo hacían con cierta satisfacción.
No sé de dónde salen las ideas de los publicistas cuando promueven un producto como las aerolíneas. Las caras amables y sonrientes de los empleados, el espacio generoso para las piernas, las comidas exquisitas sólo existen en la imaginación de quien nunca ha viajado en avión, no por lo menos en tiempos recientes.
Para la muestra un botón. En el baño de la clase ejecutiva del avión en el que viajábamos, un Airbus, creo que 300 o algo así, no había una plataforma para cambiar los pañales del bebé. Y eso que esta era una aerolínea amiga.
Lo peor estaba por venir
Pero volvamos al tema. Mientras llenaba los formularios del caso, una empleada me pidió el pase colombiano. Lo entregué, como lo he entregado muchas veces a las autoridades de mi país sin ningún problema, pero en ese momento precisamente comenzaron los míos. El pase estaba vencido.
Traté de explicarles a los funcionarios, en un correcto inglés, que los pases en Colombia no se vencen. De nada valieron mis argumentos, ahora expresados en un entrecortado spanglish, para terminar vociferando, en perfecto castellano, amenazas de todo tipo.
De nada valió mencionar a Vivanco y a Petro, esgrimir la declaración de los derechos humanos. En el manual de la compañía decía claramente que a colombianos con pases vencidos no se les alquila ningún carro.
Indignado, estupefacto, perplejo y con mi cansado y lloroso bebé a cuestas, me tocó aceptar la sugerencia del administrador de la oficina, de ir a otro lugar de alquiler de carros donde probablemente me arreglarían el problema. Es decir, aquellos sí podían violar las normas pero Hertz no. Qué extraño.
Todo se aclaró cuando un amable dependiente colombiano nos atendió y de inmediato nos solucionó el problema alquilándonos el carro que no queríamos por el precio que habíamos pagado por el que sí queríamos, e indicando una silla de bebé tirada en el piso del garaje advirtiéndonos que probablemente estaba dañada pero que era ilegal en La Florida llevar bebés sin las correspondientes medidas de seguridad. Entonces quise llorar tan ruidosamente como mi hijo.
Dos meses después sigo esperando la devolución de mi dinero por parte de Hertz. Y si voy a sufrir incomodidades prefiero quedarme en Colombia, donde por lo menos puedo batirme de tú a tú contra mis enemigos sin temor a ser deportado.
"No sé de dónde salen las ideas de los publicistas para promover las líneas aéreas. La amabilidad y el espacio sólo existen en la imaginación de quien nunca ha viajado."
Luis Felipe Salamanca, libretista colombiano.
LUIS FELIPE SALAMANCA
Especial para EL TIEMPO
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