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De fusiles de guerra a monumentos de reparación simbólica

Este es un proceso de liberación. Sin embargo, no sustituye la verdad y reparación integrales.

Fundir las armas y construir tres monumentos.
Ese fue a uno de los consensos a los que llegaron el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las Farc-EP dentro del acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera.
Uno de esos monumentos se levantará en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York. Otro más quedará en Cuba, sede de los diálogos de paz, y el número tres, en algún lugar de Colombia.
¿Cómo debe ser el monumento colombiano? ¿Dónde debe estar? ¿Quién lo debe construir? ¿Cuál es su relación con los derechos de los ciudadanos? ¿Para qué les sirve a las víctimas?
Parte de la respuesta a este último interrogante, que muchos sectores de la sociedad se pueden estar haciendo, se podría resumir en una sola frase: se va a tratar de una ‘emancipación o liberación monumental’ para el país.
Ese proceso va a permitir que un simple objeto, ubicado en un punto fijo del espacio público, con autoría y creación exclusiva de uno o de varios artistas, sea realmente un proceso colectivo, diverso, abierto y descentralizado.
Un acto público donde se incluya desde el primer momento a las víctimas del conflicto, pero también a los funcionarios del Estado y a los desmovilizados de las Farc-EP. Además, al conglomerado social, sin abandonar el objetivo de hacer físicamente un símbolo, involucrando de manera imperativa los derechos colectivos al patrimonio cultural y natural.
Dolor individual
Ya está en manos de la Misión de Naciones Unidad una cuota inicial de 322 fusiles y pistolas que en principio serán inventariados, registrados y depositados en contenedores. Por ahora se trata de un proceso reservado que deberá concluir integralmente a finales de mayo próximo. Pero será visibilizado porque, además, es una de las garantías del cese del fuego.
Detrás de la reparación simbólica hay por lo menos dos propósitos claros. El primero de estos es el de convertirse en una medida de reparación simbólica a las víctimas de violación de los derechos humanos como parte de la reparación integral.
Pero es claro que ese proceso tiene su propia naturaleza y características; no va a sustituir a la verdad, a la justicia, a la indemnización, a la rehabilitación o a la restitución de los derechos vulnerados.
La finalidad principal de los símbolos es la de amplificar derechos autónomos como la memoria, la verdad y la dignidad.
Y hay varios casos internacionales.
También trae consigo dos garantías: la de satisfacción, que atiende el dolor individual de quienes han sufrido directamente esas violaciones de derechos, y la de no repetición de los hechos victimizantes, que cobija a todo el conglomerado social.
Contribuir a esa no repetición de las graves violaciones a los derechos humanos es esencial.
En la sociedad existen comportamientos, costumbres, estereotipos y prejuicios que facilitan la violación a los derechos humanos y se intensifican en medio de un conflicto armado como el que vivió Colombia por más de seis décadas.
Por eso, otra finalidad central de la reparación simbólica es contribuir a la remoción de tales prácticas culturales, ya sea percibiéndolas a través de los sentidos, en un ejercicio estético de sensibilización de la realidad, o construyendo colectivamente los símbolos que permitan la comunicación de todas las partes en conflicto.
La importancia de relacionar esa ‘emancipación monumental’ de la que hablamos con los derechos colectivos radica en que ambos tienen como objetivo común el interés general sobre el individual.
Integración nacional
Patrimonio natural y cultural, declarado o no por el Estado, constituye un bifronte ubicado más allá de las diferencias políticas, religiosas y, para nuestro caso, del oprobioso lugar que se tuvo en una confrontación armada.
Pero, hay reglas para que esa ‘emancipación monumental’ sea realmente efectiva por medio de ese simbolismo.
Una de ellas es que todo el país se vea involucrado en esta ceremonia para que, a la vez, se involucre en la construcción de la paz estable y duradera.
Por eso no sería descabellado contemplar una especie de existencia física múltiple de ese homenaje a la paz y al resarcimiento.
Dentro de esa reparación simbólica sería deseable producir no un único monumento, sino 1.102 lingotes, por el número de municipios de Colombia y la isla de San Andrés, que se podrían distribuir entre sus líderes.
No es gratuito que se eligiera la sede de Naciones Unidad para erigir otro monumento, con el propósito de que el mundo sepa lo que pasó en Colombia: la guerra y la paz.
En la ceremonia de emplazamiento a los municipios se podría destinar además un lugar para instalar el lingote y sembrar colectivamente un pequeño bosque de árboles nativos. Y –tal como se hizo en la firma del acuerdo final en Cartagena, el 27 de septiembre de 2016– entonar cantos de la región en un lenguaje común a los participantes y entregar a ciudadanos voluntarios el cuidado del jardín-monumento por un tiempo acordado.
El Bosque a la Vida, liderado por el Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia; el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá, y el Jardín Botánico y el Fushat Amal, espacio para la esperanza, son apenas dos ejemplos inspiradores de esta idea.
El primero es un jardín de 14 árboles sembrados en homenaje a la vida de 13 víctimas de desaparición forzada y un árbol en conmemoración a las 3.364 personas que continúan desaparecidas en Albania, Caquetá.
El otro es una plataforma virtual interactiva conmemorativa de los desaparecidos durante la guerra civil del Líbano, donde los familiares de las víctimas pueden llevar un registro actualizado y compartir con la comunidad diversos contenidos como biografías, fotografías y videos de sus familiares.
Un proceso de ‘emancipación monumental’ también supone un país que conoce su patrimonio cultural y natural municipal, especialmente su música y sus árboles.
Requiere de un Estado que convoque la construcción colectiva de un símbolo que represente la paz estable y duradera.
Además, necesita de una sociedad capaz de tomar el líquido fundido de las armas y pasarlo de generación en generación a través de bosquecitos y cantos, de la misma manera como los griegos antiguos tomaban y compartían el fuego que otorgaba las facultades y los dones a las criaturas del universo.
Otros símbolos en el mundo
El ‘Carruaje de la Paz’ que se expone en la alcaldía de Ginebra (Suiza), elaborado en 1872 con sables de oficiales de EE. UU., es uno de los primeros monumentos fabricados con armas. Desde entonces, numerosos países han hecho un homenaje a la paz, transformando objetos de muerte en piezas de arte. En San José (Costa Rica) se destaca el monumento ‘La destrucción de las armas’; en Nicaragua enterraron 15 mil armas en el parque de la Paz; en el Líbano hicieron una torre de 32 metros con tanques y fusiles, mientras que en Dessau marcaron la reunificación de Alemania con una campana fabricada con más de 1.250 rifles. Y tal vez una de las obras más impactantes es ‘La escultura de armas’, un inmenso rectángulo de cinco toneladas fabricado por Sandra Bromley y Wallis Kendal con 7.000 armas entre fusiles, minas, rifles, granadas y machetes recolectados en todo el mundo.
YOLANDA SIERRA LEÓN*
Especial para EL TIEMPO
* Docente investigadora del Departamento de Derecho Constitucional de la Universidad Externado de Colombia. Coordinadora del grupo de investigación de Derechos Culturales. Coinvestigadora, Valentina Ordóñez
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