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Editorial: Adicción cada vez más mortal

El país enciende las alarmas por el número de consumidores de heroína y el daño mortal que genera.

EL TIEMPO
En el país hay al menos 32.000 consumidores de heroína y si bien la cifra puede parecer menor en el escalafón de afectados por las drogas, la condición casi irreversible de su adicción, el daño mortal que genera y el número creciente de usuarios –principalmente jóvenes– exigen una mirada seria y propositiva de este flagelo.
En los últimos meses las alarmas volvieron a activarse, esta vez por el reporte de la muerte en Bogotá de cuatro personas que habían consumido heroína, que, de acuerdo con la hipótesis de las autoridades de salud y de justicia, tienen unos niveles de pureza y concentración que duplican la que normalmente circulaba en las calles.
De hecho, un estudio de la Universidad Nacional, realizado en diciembre, encontró que en la capital circula este opioide semisintético con concentraciones que alcanzan el 80 por ciento, cuando lo “corriente” es que apenas bordee el 40 por ciento de pureza. Algo sensiblemente catastrófico en materia de potenciales desenlaces para el organismo, a lo que se le suman la oferta creciente y las facilidades para adquirirla.
En otras palabras, las adicciones rápidas en edades tempranas, las muertes por sobredosis, las infecciones por los virus del sida, de hepatitis B y C, y de bacterias adquiridas a través de jeringas que se comparten son realidades que hoy muestran una cara de la drogadicción más dramática y más difícil de enfrentar.
Esta situación exige acciones decididas y audaces de todos, sobre la premisa de Augusto Pérez, director de la Corporación Nuevos Rumbos, de que se trata de enfermos que requieren atención integral y no de delincuentes.
Y en ese sentido son válidas, desde las propuestas emanadas de los ministerios de Justicia y Salud, en armonía con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), hasta las del programa Cambie, que entrega kits de jeringas y trata de intervenir sobre ciertos determinantes sociales de los heroinómanos en ciudades como Pereira, Cali y Bogotá.
Lo peor es no hacer nada o bloquear todas las iniciativas, al amparo de equivocados argumentos de austeridad económica, como ocurre con algunas autoridades locales de salud.
EDITORIAL
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