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La nueva identidad del nieto de un expresidente ligado al cartel

Juan Diego Ospina es el mismo Rodolfo Ospina Baraya, conocido con el alias de 'Chapulín'.

Juan Diego Ospina es un próspero empresario colombiano, de 53 años, que siembra y exporta cítricos de primera calidad producidos en sus fincas de Santander. Según registros oficiales, tiene residencia vigente en Estados Unidos e incluso allí le aparecen inscritas varias propiedades, entre otras, un condominio en Groce Isle, Miami, y acciones de oro en el club de campo Cabo de la Florida Inc. Cada dos o tres meses viaja a Colombia a cerrar grandes negocios –como la venta de predios a hidroeléctricas– o a asistir a eventos en altos círculos sociales en donde se mueve como pez en el agua.
Lo que casi nadie sabe es que ese Juan Diego Ospina es oficialmente el mismo Rodolfo Ospina Baraya, nieto del expresidente conservador Mariano Ospina Pérez y conocido en la época del cartel de Medellín con el alias de ‘Chapulín’. (Lea también: 20 años de guerra contra el narcotráfico)
Al hoy empresario se le vinculó con el grupo de informantes que le entregó a la Fiscalía datos sobre el gran capo. Y publicaciones de la época aseguran que Ospina se salvó de la purga que desató el cartel cuando descubrió que sus exsocios estaban entregando información sobre su estructura criminal. En ese momento corría el rumor de que ‘Chapulín’ también hacía parte o al menos nutría de datos a los Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes), grupo criminal que secuestró y asesinó a familiares y miembros del cartel, para presionar a su líder.
Los nexos de ‘Chapulín’ con el cartel fueron para Gustavo de Greiff, exfiscal general, la evidencia más clara de cómo el dinero del narcotráfico infiltró y envenenó a casi toda la sociedad.
“Marinano Ospina Hernández, gerente de la firma de ingenieros Ospina & Cía., y su esposa, fueron hasta mi oficina a pedirme que oyera a su hijo Rodolfo y a que por favor tuviera en cuenta su colaboración. Estaban muy afligidos. Él fue uno de los primeros que llegó a la Fiscalía y se presentó como el nieto del expresidente Ospina Pérez (...) Supe que viajó a Estados Unidos y que le entregó la información a la DEA (...) conocía el negocio porque hizo parte del círculo más íntimo de Escobar. Luego confirmé que no se le siguió ningún proceso”.
Treinta años y varios muertos después, familiares de víctimas de los Pepes intentan revivir los expedientes en contra de quienes se confabularon para atrapar a Escobar usando todo tipo de mecanismos. En el marco de esa tardía investigación salió a relucir Rodolfo Ospina, quien, en una entrevista inédita con la Unidad Investigativa de EL TIEMPO, dio su versión de su papel en la mafia.
“Nunca fui un ‘pepe’. Fui personal y voluntariamente a hablar con la Fiscalía y con la Embajada de Estados Unidos para contarles lo que pasaba en Medellín. Por mis padres, tenía contactos con senadores norteamericanos y con altas entidades de ese gobierno. De hecho siempre he tenido visa americana. (...) Yo no era informante como tal. Ese es un mito que se ha creado en torno mío (…) No tengo nada que ocultar”.
Sobre su cambio de nombre, dijo que lo hizo cuando hubo amenazas de secuestro en el país y no quería ser localizado. Finalmente aseguró estar de acuerdo en que se cree una comisión de la verdad para aclarar la participación de mucha gente en ese capítulo inconcluso del narcoterrorismo en Colombia.
Murcillo, el litógrafo
Y si bien el cartel de Medellín fue el pionero de la infiltración de la mafia en el poder, el mecanismo fue perfeccionado por sus archienemigos del cartel de Cali, que lograron incluso financiar la campaña presidencial de Ernesto Samper.
Uno de los encargados de tejer los nexos de ese cartel con la clase política fue el economista vallecaucano Julián Murcillo, el oscuro ‘canciller’ de los Rodríguez. La prueba reina del trabajo de filigrana que hizo con decenas de políticos fue la contabilidad de sus patrones, incautada en julio de 1994. Se encontraron pagos a personajes de la talla del exsenador y exprocurador Orlando Vásquez y del excontralor David Turbay.
Hoy, Murcillo prefiere no hablar de esa época, en un intento por desaparecer esos episodios de la memoria colectiva.
“Es un capítulo cerrado para mí y prefiero nunca más hablar del tema. Pagué 8 años por enriquecimiento ilícito en favor de terceros e incluso por acciones que no cometí. Y a pesar de eso, logré rehacer mi vida y sacar adelante a mi familia”.
Con 63 años encima, es un empresario del sector de la litografía, oficio que aprendió en la cárcel Modelo, de Bogotá, y que desarrolla por medio de una empresa familiar con 40 millones de capital. Dice que incluso tiene visa a Estados Unidos, en donde sus antiguos patrones pagan 30 años de cárcel, una especie de cadena perpetua por su avanzada edad.
Siguiendo el mismo patrón infiltrador, los paramilitares se aliaron con medio centenar de congresistas y de mandatarios locales. Y ahora, el modelo se está repitiendo con las llamadas bandas criminales, una simple mutación del narcoparamilitarismo de Escobar.
MARTHA ELVIRA SOTO FRANCO
Editora Unidad Investigativa
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