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¿El proteccionismo por las nubes?

El debate de comercio contra clima es fundamental para la economía global.

Una nueva controversia ha surgido entre la Unión Europea y varios de sus principales socios comerciales a partir de la decisión de la UE de incluir todos los vuelos que arriban a su territorio y parten de él en su esquema de control de emisiones de CO2, incluidos los transcontinentales. Las aerolíneas deberán adquirir permisos de emisión de CO2 para sus vuelos.
China y Estados Unidos están indignados y las aerolíneas chinas han demorado sus órdenes de compra de aviones europeos. Los directores generales del fabricante de aviones Airbus y las aerolíneas europeas más importantes han instado a los líderes europeos a intervenir. Se habla de una nueva guerra comercial.
Esta es una disputa importante, se trata del primer enfrentamiento real en el debate sobre clima y comercio. No solo las motivaciones y los argumentos son nuevos, además las sospechas de agendas ocultas son tan importantes como lo esencial del conflicto.
Puede parecer extraño, pero la UE se ve a sí misma como defensora del bien común. ¿Por qué un grupo de países con una participación de solo el 12% en las emisiones mundiales de CO2 -participación que disminuirá rápidamente- aspira al liderazgo global sobre este tema, a pesar de la inacción de EE. UU. y la reticencia de los países con mercados emergentes a comprometerse con metas vinculantes para la reducción de las emisiones?
En parte, la postura de la UE refleja las preferencias de la opinión pública europea. En parte surge de cuestiones de política interna: avanzar con su agenda permite a la UE fortalecer su posición respecto de los Estados miembro. En parte existe la ilusión de que actuando rápidamente Europa logrará una ventaja comparativa en las tecnologías con bajas emisiones de carbono.
Desde el punto de vista europeo, la reacción de los socios comerciales es difícil de aceptar. Después de todo, la medida no es discriminatoria: todas las aerolíneas son tratadas del mismo modo. En su ausencia, la opción hubiera sido entre poner a las aerolíneas europeas en desventaja y eximir a un sector cuya participación en las emisiones totales europeas de CO2 ha crecido desde el 1,8% en 1990 al 3,5% en el 2007. Todos quienes aceptan al calentamiento global como una amenaza real deben considerar seriamente los argumentos de la UE.
Los socios comerciales de la EU presentan varios argumentos válidos. Uno es que lo recaudado por la venta de los permisos de emisión no debiera corresponder a la UE en el caso de los vuelos que transitan en gran medida fuera de sus límites, aunque esta sería una cuestión relativamente sencilla de solucionar para los negociadores.
Otro argumento es que el esquema de la UE generará distorsiones que favorecen a los operadores existentes (que recibirán permisos gratuitos) y a los vuelos indirectos (porque solo se grabarán los tramos desde o hasta la UE). Esto también es correcto, pero la distorsión se eliminaría si los demás países adoptaran el mismo esquema.
Finalmente, los opositores al esquema de la UE arguyen que la contribución a la reducción de las emisiones por parte de los países en desarrollo debiera ser menos significativa que la de los países desarrollados, ya que ellos contribuyeron mucho menos a la acumulación de gases de efecto invernadero. Pero esta cuestión podría solucionarse fácilmente a través de negociaciones respecto de la asignación de los permisos. De hecho, la UE considera explícitamente un acuerdo mundial como la mejor de las soluciones, negociada en un marco multilateral.
El argumento realmente importante contra la decisión europea es el de las agendas ocultas. Los socios comerciales de la UE no desean ceder terreno porque sospechan que en los próximos años el cambio climático servirá como un pretexto para las políticas proteccionistas. Efectivamente, el cambio climático es por diversos motivos la excusa perfecta que los opositores del libre mercado han buscado durante mucho tiempo, y el riesgo de que sea usado en forma maliciosa es real.
Por ello, la cautela es totalmente justificable. Pero los problemas que surgen de la incoherencia de las políticas climáticas nacionales son reales. Aparecen en cuanto las emisiones locales son grabadas en parte del mundo (o, en forma semejante, en cuanto se les imponen cuotas), ya que los productores locales reclaman que se encuentran en desventaja para el intercambio internacional.
Por otra parte, rechazar directamente los argumentos europeos debido a una supuesta agenda proteccionista no carece de riesgos. Si la controversia es percibida por el público europeo como un conflicto entre el libre mercado y el medio ambiente, es probable que el libre mercado pierda.
Los socios de Europa no deben suponer que el comercio se impone automáticamente a las preocupaciones climáticas. Por el contrario, deben enfocar la atención del público sobre argumentos válidos. Por ejemplo, es mucho más sencillo para los países avanzados reducir las emisiones sin esfuerzos, simplemente subcontratando a los países emergentes y en desarrollo la producción de bienes intensivos en emisiones. De esta manera pueden cumplir las metas estrictas sin reducir el contenido de carbono en su consumo.
El debate de comercio contra clima es fundamental para la economía global. El impuesto europeo al transporte aéreo proporciona una oportunidad para lanzarlo en forma concreta y racional. Es una oportunidad que no debe perderse.
JEAN PISANI-FERRY
Jean Pisani-Ferry es director de Bruegel, un grupo de expertos en economía internacional, profesor de economía en la Universidad Paris-Dauphine, y miembro del Consejo de Análisis Económicos del primer ministro de Francia.
Copyright: Project Syndicate, 2012.
Traducido al español por Leopoldo Gurman 
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